La novia de Betances
por Cayetano Coll y Toste
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Don Ramón
Emeterio Betances
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año de 1848 apareció en Cabo Rojo un joven como de veintidós años de edad,
bien plantado, cerrado
de barba, cabello
rizado, rostro simpático,
color broncíneo,
nariz perfilada, ojos pardos,
luminosos,
labios finos, vestido elegante
y correctos
modales.
La gente del pueblo le
tomó por un árabe
comerciante rico; era el
doctor Ramón Emeterio
Betances, que había salido
niño de la población
natal y regresaba adulto
a la tierra querida,
después de haber cursado
en París estudios
menores y facultad mayor.
El pueblo, tan pronto le reconoció, le acogió
en su seno con cariño,
y él se hizo querer
por su carácter bondadoso
y sus rasgos caritativos.
Betances, que siempre fue
un soñador y de
imaginación volcánica,
al visitar por vez
primera a su hermana Clara,
se enamoró ardientemente
de un oloroso pimpollo
de rosa, que su parienta
tenía en el jardín.
La joven Carmelita, doncella esbelta de diecisiete
primaveras, era una
linda trigueña de formas
y perfiles seductores,
de rostro viril y
frente alta., con
grandes ojos negros brillantes,
luengas pestañas,
mirada dulce, labios de
fresas, sonrisa chispeante
en boca incitante,
gruesas trenzas de
azabache, que resaltaban
sobre la albura de
la fina muselina, cubridora
de sus hombros y
de su talle gentil de núbil
doncella.
Doña Clara, que adoraba a su hijita, había
observado con ese
instinto de las mujeres
perspicaces y más
aún de las buenas madres
cuidadosas de sus
hijas castas que el joven
doctor, su hermano,
se bebía los vientos
por Carmelita. |
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Betances Heterodoxo:
Contextos y Pensamientos
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---¿Parece -le dijo un día- que en París
ninguna mujer te ha hecho
tilín en el corazón,
hermanito?
---Querida hermana, en
mi corazón no ha penetrado
ninguna belleza parisién,
sino la flecha
de oro de los ojos fascinadores
de Lita;
y quiero casarme con ella.
Ya la dulce cantinela de]
amor había deslizado
su onda sonora en los oídos
de María de]
Carmen, despertando su
dormida pubescencia,
y de cándida flor de melancolía
la había
transformado en opulenta
rosa de amor.
---Pues, chico, háblate
con el Padre Vargas
-le contestó doña Clara
sonriente-, porque,
como ustedes son parientes,
hay que alcanzar
del Papa la licencia matrimonial;
y pagar
no sé cuánto dinero.
---Hermana, eso queda de
mi cuenta; hablaré
hoy con el señor cura y
todo se arreglará
satisfactoriamente.
El Joven doctor, espoleado
por su frenesí
de amor, se fue derechito
a la sacristía,
donde encontró al Padre
Vargas y le expuso
su deseo.
---Amigo doctor, las licencias
matrimoniales
entre parientes requieren
un expedienteo
engorroso que tiene que
ir a Roma y obtener
de] Pontífice el consentimiento
para sus
esponsales.
---Bien, Padre.... ¿y qué
costará ese expediente'?
---Alrededor de dos mil
pesos, doctor.
---Sacre nom de Dieu, dicen
los franceses,
Padre: "¡Dos mil ojos de
buey!"
---Amigo doctor, hay muchos trámites que
llenar: primero,
sacar las partidas de bautismo
de ustedes y de sus
padres, hacer un suplicatorio
a Su Santidad, designar
una persona lista
y entendida de la
Curia eclesiástica de Roma,
para que lleve a
efecto los requisitos necesarios
ante el Vaticano
para obtener pronto el permiso
del Santo Padre,
¡En fin, hijo mío, la mar
con sus marullos!
¡Ustedes se figuran que
la luna es de queso
y se come con melao!
¡Pues no, señor doctor!
¡Hay que aflojar
la bolsa; de lo contrario,
se queda usted
sin su sobrina, la
bella María del Carmen. |
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Betances: Obras Completas |
---¡Bien,Padre Vargas! ¡Todo se arreglará!
Salió el joven caborrojeño
de la sacristía
con el semblante hosco
y los puños apretados
y bufando como si le hubieran
puesto un par
de banderillas de fuego.
---¡Ira de Dios! ¡Conque
dos mil pesos! ¡Un
capital! ¡Qué manera cruel
de saquear a los
enamorados!...
---Hermana Clara, el Padre
Vargas pide dos
mil pesos por el expediente
de permiso matrimonial
entre parientes; hay que
hacer unas diligencias
muy largas y los papeles
tienen que ir a
Roma. He concebido otro plan. Yo levanto dinero
y me voy primero a París.
Luego, Lita y usted
embarcan para Francia.
Yo iré al Havre a
esperarlas.
Betances salió del país a fines de 1857 en
dirección a St. Thomas,
donde tomó el trasatlántico
para Francia. Al mes siguiente
se embarcó
por igual vía para Europa
doña Clara Betances
y su hija María del Carmen
Henry.
Carmelita fue colocada
en un colegio de señoritas
de Tolosa, para que aprendiera
francés y
adquiriese mayor instrucción
en labores y
literatura.
Llegadas las vacaciones de Nochebuena de 1858,
estando una tarde en el
jardín del colegio
Carmelita con varias condiscípulas,
se acercó
muy contenta otra de las
educandas, con un
precioso librito en las
manos, que parecía
de misa por el canto dorado
y cubierta de
nácar.
---¿Qué libro es ese? -le
interrogó Carmelita.
---Me lo acaba de regalar
mi hermana mayor,
que vino a verme, y díjorne
era muy divertido.
---¿Cómo se titula? -manifestó
otra niña.
---"El libro del Destino."
---¿Y en qué consiste su
bondad y entretenimiento?
-preguntó otra colegiala.
---En que tú haces una
pregunta sobre cualquier
asunto de tu porvenir:
se abre el librito
y en la página derecha
está la contestación,
y en la izquierda, un consejo,
proverbio
o sentencia.
---Pues, chica -repuso
una moza paliducha
y bella que estaba saboreando
unas uvas moscatel-,
pregúntale a tu libro si
mi novio me quiere.
---El arcano dice que sí,
y añade: "La
esperanza es un pájaro
azul... de faz rosácea
y rubia cabellera".
---Demándale al Destino
que cuándo saldré
del colegio.
---Confía en tu buena estrella.
Ten fe y
lo sabrás.
Acercóse al interesante grupo de educandas
una de las profesoras de
la Institución y,
enterada del entretenido
Juego, rogóle a
la dueña del librito le
preguntara
si ella conseguiría aumento
de sueldo aquel
año.
---¡Desde luego! -contestó
el oráculo, y
en la página decía: "Sin
el amor, la
dicha verdadera no puede
existir".
---Y tú, Carmelita, ¿no
preguntas algo?
María del Carmen, que tenía sus pensamientos
plácidos puestos en París,
calculando lo
que tardaba en venir la
licencia del Papa,
al verse interpelada de
improviso por la
compañera, le contestó
con vivo interés:
---¿Me casaré pronto?
---¡Nunca! --respondió
el librito de oro
y, nácar, y en la otra
página decía: "¡Resignación!"
Carmelita se puso intensamente
pálida con
la fuerte emoción sufrida
en aquel instante
inesperado. ¡Era una sensitiva!
---¡Chica, qué pálida te
has puesto; si esto
es un juego, un pasatiempo!
---¿Quién cree en los siglos
que vivimos
en presagios y agorerías?
¡Esas son supersticiones
para los ignorantes!
---Y agregó riéndose-:
¡Sólo Dios sabe el
porvenir!
---Vamos, Carmelita, haz
otra pregunta para
cortar la bilis que te
ha producido la primera.
---¿Vendrá a buscarme alguien
de casa?
---"Dios es Dios y Mahoma
su profeta."
as muchachas se echaron
a reír con la contestación,
que no ligaba con la pregunta:
---¿Y qué dice la página
izquierda? -preguntó
la maestra.
---"A la sombra de las
espadas está
el paraíso".
Volvió a repetirse la explosión de risa argentina
de las muchachas y una
educanda opinó que
probablemente el novio
de Carmelita sería
militar. La pobre María
de] Carmen continuaba
fuertemente impresionada,
sin reaccionar
su sistema nervioso. Era
extremadamente impresionable
y aquel incidente la había
afectado profundamente.
Por la noche tuvo un cruel
insomnio, y cuando
se durmió se apoderó de
ella una fuerte pesadilla:
veía a su novio de cuerpo
presente atravesado
de una espada; se despertó
bañada en frío
sudor y con una horrible
jaqueca. Se avisó
al doctor Betances, y el
joven galeno acudió
solícito y se llevó a Lita
a un pueblecito
cercano a París, a Menecy,
a la casa de un
matrimonio amigo, a fin
de distraer a su
amada con el encanto inagotable
de poesía
y belleza de los campos
inmediatos. A Carmelita
se le desarrolló al día
siguiente una fiebre
nerviosa intensa.
Desesperado su infeliz novio al verla delirar,
llevó de París facultativos
de toda su confianza.
A pesar de tantos cuidados
y de tanto cariño,
el 22 de abril, a la medía
noche, la pálida
traidora la había besado
en la frente.
Una honda pena, un dolor
intenso flotaba
en el ambiente de Menecy.
Betances tenía
una angustia terrible.
Su alma estaba en
congojas, presa de un tormento
infinito.
Las siete espadas del infortunio
las tenía
clavadas en su pecho.
Su espíritu quedó sumergido en los abismos
de un profundo aniquilamiento
moral. Había
llegado la licencia de
Roma, costando solamente
cien francos; y fijado
él con gran alegría
su casamiento para el 5
de mayo, y tres días
antes le arrebataban el
ídolo de su corazón.
La hizo embalsamar; la
vistió su traje de
boda, la ciñó su corona
de azahares, la adornó
con el velo simbólico,
finísimo cendal, y
le puso en el dedo de la
mano derecha el
anillo nupcial. La colocó
en un ataúd de
plomo, forrado interiormente
de raso azul,
dentro de otro de encina
con tapa de cristal,
encerrado en caja de madera
común, y depositó
su tesoro en el cementerio
de Menecy. Entonces
fue que escribió su sentido
poema: "La
Virgen de Borinquen".
A fines de septiembre del mismo año 1859
salió para América en la
fragata Georgina,
llevando su tesoro consigo,
a su inolvidable
Lila, con rumbo a la patria
querida.
Al llegar a Puerto Rico pudo depositar en
la necrópolis de Mayagüez él cuerpo embalsamado de su idolatrada Virgen.
Tal parecía dormida bajo
un filtro mágico.
Todas las tardes iba a
visitar su tumba y,
a llevarle flores a la
bien querida. Levantaba
la tapa del ataúd, que
tenía goznes, y quedaba
al descubierto la de cristal.
Entonces contemplaba
con estática religiosidad
la faz de su amada
y permanecía allí leyendo
al lado de su muerta
idolatrada hasta que el
sol declinaba y las
tinieblas invadían el cementerio.
Cuando el gobernador Marchessi
desterró a
Betances en 1867, el apasionado
amante tuvo
que abandonar su tesoro
de amor, a su Lita
inolvidable, imán de sus
entrañas.
Como el hombre de valía suele tener dos amores:
la tierra en que nació
y la mujer que su
corazón elige, para Betances
fueron, Puerto
Rico y Carmelita Henry.
Hoy el cuerpo embalsamado
de la pobre novia reposa
en Cabo Rojo, adonde fue trasladado. En prosa y en verso
el prócer consagró el recuerdo
de la Virgen
de Borinquen. Cuantos conocen
esta historia,
la asocian al recuerdo
del gran puertorriqueño
don Ramón Emeterio Betances.
Encargue y reciba en su hogar:
Biografía del Dr. Betances
América: La Lucha Por la Libertad Por E.M. de Hostos
Epistolario de De Hostos, 1865-1878: Obras
Completas
Razón Práctica y Discurso Social Latinoamericano:
El "Pensamiento Fuerte"
de Alberdi,
Betances, Hostos, Martí
y Ugarte
Eugenio María De Hostos y Alejandro Tapia
y Rivera:
Avatares de una modernidad
caribeña
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