EL TRÁGICO DESTINO DE UN CRÍTICO
DEL GOBERNADOR
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En el calce del dibujo, dice:
"Este hombre que está
bebiendo en su vaso
aguardiente y vino,
es Don Gabriel Gutiérrez
que de los infiernos
vino".
Cuando Nicolás Fernández
Correas escribió
en 1703 en la cárcel
de San Felipe del Morro
su poesía burlona
-acompañada de este dibujo-,
no se imaginó que
los mismos acrecenterían
en su contra la ira
del gobernador don Gabriel
Gutiérrez de la Riva
y, aún peor, que con
ellos firmaba su
suerte: la horca en el puente
Martín Peña.
Fuente: Manuscrito y dibujo original en el Archivo
de Indias, Sevilla,
España.
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N NUESTROS DÍAS SERÍA INCONCEBIBLE pensar que acusar y burlarse del Gobernador(a)
de nuestro país podría
acarrearle la muerte
al implicado. Pero en el
siglo 18 era otro
cantar. Y esa fue la trágica
suerte de Nicolás
Fernández Correas.
Fernández había llegado a Puerto Rico entre
un centenar de inmigrantes
traídos desde
Islas Canarias para poblar
la tan desolada
Borinquen a finales del
siglo 17. Había sido
un compromiso de don Juan
Fernández Franco
de Medina (1695-1698),
quien se desempeñaba
como Sargento mayor en
Tenerife, Islas Canarias,
su pueblo natal. Allí,
el 30 de diciembre
del 1694 recibió el nombramiento
dado en
Madrid para ejercer como
Gobernador y Capitán
General de la isla de Puerto
Rico, a partir
del 11 de agosto de 1695.
El mulato Nicolás Fernández, tan pronto pisó tierra en San Juan, se
incorporó de inmediato como albañil en las
extensas obras de construcción de las murallas
y fortalezas que nos asegurarían la defensa
de nuestra capital contra los ejércitos ingleses
y holandeses que acechaban la Isla.
El 16 de mayo de 1698,
el gobernador Franco
de Medina falleció de una
rara enfermedad
y fue sepultado en la antigua
iglesia dominica
de Santo Tomás (conocida
hoy como San José).
Entre 1698 y 1699 gobernó
la Isla don Antonio
de Robles Silva (también
sepultado en el
panteón de los gobernadores
de la referida
iglesia). Luego de 1699
a 1700 fue nombrado
don Gaspar de Arredondo.
El 21 de junio de 1700 lo sustituyó en la gobernación don Gabriel
Gutiérrez de Riva, natural de Burgos. En
Europa, el siglo XVIII se iniciaba con un
conflicto armado entre Inglaterra aliada
con Holanda y Austria en contra de España
y Francia; esto por la expansión de la dinastía
de los Borbones franceses en España. Felipe
de Borbón, nieto de Luis XIV de Francia,
había asumido la sucesión del trono español.
El conflicto armado se conocería como la
Guerra de Sucesión Española (1702-1713) y
repercutiría en las posesiones ultramarinas
de España; los mares se llenaron de barcos
enemigos, Puerto Rico quedó aislado, y su
economía seriamente trastocada, asediados
los barcos comerciales por las bandas de
corsarios.
Por ello, durante el gobierno
de Gutiérrez
de Riva, los ingleses atacaron
a Arecibo
el 5 de agosto de 1702.
La milicia local
al mando de don Antonio
de los Reyes Correa
repelió valientemente el
desembarco enemigo.
Por tal hazaña, se le ascendió
a Capitán
y fue condecorado con la
medalla de la Real
Efigie. Poco después, los
británicos intentaron de nuevo infructuosamente
tomar la Isla desde Loíza
con una expedición que
había partido desde
la isla danesa de Santomas.
Al año siguiente,
fueron los holandeses los
que -ante el cerco
amurallado de San Juan,
bombardearon el puerto
de la Guayanilla. El sargenmeño
don Domingo
de Pacheco Matos contuvo
a los invasores
junto a los vecinos del
antiguo asiento.
El gobernador Gutiérrez
ensalzó el valor
de los habitantes de Puerto
Rico "pocos
en número, pero de tan
buena calidad y esfuerzo...".
Y, sin duda, el gobernador
quedó muy dispuesto
ante el Rey borbón de España.
Pero el gobernador Gutiérrez de Riva no gozaba de popularidad entre los puertorriqueños.
Su estilo déspota e impetuoso optaba por
la centralización administrativa al estilo
de los Borbones y desafiaba los privilegios
municipales adquiridos bajo los Habsburgos.
En 1702, cuando los vecinos del partido de
San Germán se negaron a enviar temporeramente
cien milicianos para fortalecer en forma
rotativa las guarniciones de San Juan, Gutiérrez
Riva los acusó de contrabandear con los holandeses.
El historiador jesuita Fernando Picó indica
que las familias
sargermeñas temían abandonar
a sus esposas, hijos
y haciendas ante un
posible ataque sorpresivo
por parte de los
ingleses. Entre ellos,
señala a los Lugo,
Ortiz de la Renta,
Ramírez de Arellano, Mirabal,
Montenegro, Ponce,
Gracia, Collazo, Martín,
Luciano, Santiago,
Martínez, González, Vélez,
Rosario, Cruz, Rivera,
entre otros, muchos
de ellos emparentados. |
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Historia general de Puerto Rico
Fernando Picó |
Ante el desafío, dice el historiador José
Vélez Dejardín -en su obra
San Germán un
pueblo con profunda historia-
que el gobernador
don Gabriel Gutiérrez de
Riva procedió a
imponerles la cuantiosa
multa de 2,500 pesos
plata, la cual debían pagar
en 30 días junto
a los moradores de Mayagüez
y Cabo Rojo.
El Procurador don Ambrosio
de Sepúlveda intervino
en favor de los vecinos
de Las lomas de Santa
Marta, mas para sorpresa
de todos, el gobernador
lo multó también en cien
ducados. El Gobernador
ordenó a los miembros del
Cabildo sangermeño
a presentarse a La Fortaleza,
y tan pronto
llegaron los encerró en
los calabozos de
El Morro. Varios fueron
desterrados. El reclamo
se llevó ante la Audiencia
de Santo Domingo,
la cual finalmente otorgaría
la libertad
a los funcionarios concejales
de la Villa
de San Germán, incluyendo
a los que fueron
puestos en prisión en Santo
Domingo. Los
ánimos estaban exaltados
e inclinados a la
rebelión y se reportaban
retos a la autoridad
del gobernador Gutiérrez
Riva en diversas
regiones del país.
Francisco Lluch Mora señala en su obra La rebelión de San Germán, que en Ponce y Coamo se les hizo frente
a las tropas enviadas por
el Gobernador quien,
enfurecido, ordenó a su
Sargento Mayor:
...a matar y destruir todos sus habitantes,
y que se
le quemaran sus casas...
y tomasen por despojo
todos sus bienes...
y que sus hijos y mujeres
fuesen
remitidas a dicha
ciudad [San Juan], reservando
solamente los templos
y casas de los curas
y a las
que se hallaran obedientes. |
El oficial encomendado a ejecutar dichas atrocidades logró desviar la atención del Gobernador
convenciéndolo de la imperante amenaza de
un ataque inglés a la ciudad, y por ende,
la necesidad de no enviar tropas al Sur y
sí mantenerlas alertas en la capital.
Fue en este caldeado escenario
político,
bajo el mando militar de
Gutiérrez de Riva
que nuestro personaje,
el albañil Nicolás
Fernández Correas vio el
final de sus desventuras.
Según la documentación,
Nicolás se encontraba
trabajando en 1703 -quizás
como maestro de
obras- en la edificación
de la catedral capitalina
de San Juan Bautista cuando
envió una carta
al Rey de España denunciando
un alegado mal
manejo del dinero asignado
a las obras por
parte del gobernador don
Gabriel Gutiérrez
de la Riva.
Indignado ante la tan grave imputación, y
el atrevimiento y humillación
de denunciarlo
directamente ante el rey,
el Capitán General
ordenó que Fernández Correas
fuera encarcelado
en el calabozo de El Morro,
acusándolo de
falsear la verdad. El cantero Fernández, de naturaleza pendenciosa,
aparentemente continuó
burlándose del Gobernador
entre sus carceleros, comentando
que el primer
mandatario era un borrachín
entregado al
vino y al ron. Su bufonadas
las escribió
en versos, la cuales quizás
recitó sin medir
las consecuencias ante
sus perplejos oyentes.
Mas, la noticia llegó hasta La Fortaleza. El Gobernador ordenó a su ayudante don
Juan Guerra interrogar al acusado y obtener
los supuestos versos. El albañil los negó
una y otra vez, pero finalmente se lo extrajeron
"de una pierna del calzón, junto a la
rodilla", donde los escondía. Nos imaginamos
cuán prendido de cólera reaccionó el Gobernador
al leer aquellos pésimos versos satíricos.
Algunos de los cuales dicen:
...Puerto Rico desdichado
a qué poder has venido,
¡ay! que temo han de tragarte
pues beberos no han podido.
...El dice que no ha de hurtar
y que tiene manos limpias;
al fin se verán las trampas,
que en Dios no falta justicia.
...Es un buen pobre,
señores,
el Don Gutiérrez
de Riva,
que el fuerte mal
de la gota
de toda razón le
priva.
...Señores, nadie se espante,
cuando hiciere desatinos,
si saben que se emborracha,
no se les dé dos pepinos. |
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Puerto Rico ruega a Dios,
que te mande algún alivio,
que según va aqueste loco
mil desgracias te adivino.
...Todos dicen que
el negaros
sin vergüenza y sin empacho,
cuando van a visitaros
es porque estáis borracho.
Que no rezáis también dicen
y que sois en vuestras obras
calvino o luterano.
...Perdonen mis disparates
que no alcanzan más mi juicio,
y rueguen a Dios le quite
a este borracho este vicio. |
Si algo le llenó la copa al gobernador don Gabriel Gutiérrez de Riva fue este documento.
El encarcelado fue encausado de inmediato.
El historiador Angel López Cantos, profesor
de la Universidad de Sevilla, indica que
en la causa criminal contra Nicolás Fernández
relucieron imputaciones que se remontaban
a Islas Canarias: que su madre mulata y su
abuela negra eran brujas; que su madre murió
en la inquisición tras echarle un hechizo
que le causó la muerte a una moza que había
rechazado a su hijo Nicolás; que éste había
calumniado a un cura diciéndole "perro
morisco judío". Que el cantero acusado
era buscado por asesinato en Islas Canarias;
que en Tenerife había huido con el dinero
dispuesto para el campanario de la iglesia
de Villa Guimar. En el proceso también se
le acusó del delito de alta traición por
alegadamente usar materiales inferiores a
los ordenados por el Gobernador en las fortificaciones
militares junto a La Perla. No sabemos cuáles
de estas acusaciones eran ciertas, conociendo
el historial del Gobernador. Lo que sí es
que el albañil Nicolás Fernández Correas
fue sentenciado a muerte.
Fallo atento a los méritos del proceso que
está probado
y justificado, convicto
y en la mayor parte
y más sustancial
confeso el dicho
Nicolás Fernández Correas
reo de
semejantes delitos,
que debo condenar y condeno
en
pena de muerte de
horca, que se ejecutará
sin remisión
alguna, Y que su
cuerpo sea colgado de un
árbol en el
camino junto al puente
de Martín Peña para
escarmiento
y ejemplar de otros. |
Fernández Correas apeló, pero su petición
fue desestimada. El jueves 19 de abril de 1703, a las 10
de la mañana, fue ahorcado. Tres meses después,
la muerte sorprendió al temible Gobernador;
sus restos fueron sepultados en la iglesia
del Convento de los Dominicos.
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