CARTA DEL REY FERNANDO EL CATÓLICO
AL CACIQUE AGÜEYBANA
Por Luis Llorens Torres
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Rey Fernando El Católico
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RA EL AÑO 1512. HABíAN TRANSCURRIDO VEINTE años desde el
descubrimiento de América
y aún reinaba en
España el rey católico
Don Fernando, esposo
de Doña Isabel la Católica.
Se empezaba a
conquistar y colonizar
la isla de San Juan
(hoy llamada Puerto Rico),
en la que imperaba
el cacique Agüeybana como
jefe supremo de
la población indígena.
Ponce de León no había
logrado aún someter a los
indios, había algunas
desavenencias entre los
conquistadores: y
el rey Don Fernando envió
desde España a
Juan Cerón y a Miguel Díaz
con facultades
para someter y gobernar
la colonia.
No era costumbre de los
monarcas españoles
dirigir cartas a los caciques
indios de América.
La historia no dice que
Don Fernando el Católico
dirigiera carta alguna
a ningún indio americano,
a excepción de la que escribió
a nuestro
cacique Agüeybana en estos
términos:
Tordecilla (España). - Julio 25 de 1512.
El Rey,
Al Cacique Agueybana.
Isla de Sant Joan.
nrrado Cacique Agueybana:
porque imbío a mandar a
Xoan Ceron. Alcalde
Mayor de la Isla: de Sant
Xoan; e a Miguel
Díaz, Alguacil Mayor de
dicha Isla de Sant
Xoan, para que de Mi parte
vos fablen algunas
cosas que Bellos sabreis;
por ende, Yo vos
Encargo e Mando, por Servycio
Mío, le deis
entera feé e creencia,
e aquello pongais
en obra; quen ello plascer
e servycio Me
fareis de todo ello. -
De Tordecilla a veinte
e cinco dias del mes de
Xulio 'de mile quynientos
e doce años.
- Yo el Rey. - Por mandado
de Su Alteza.
- Lope Conchillo. Señalada
del Obispo de
Palencia
* Esta Carta del Rey se publica originalmente
en la Revista de las Antillas
y más tarde
en Lienzos del Solar en
1926.
La historia dice que el cacique no hizo gran caso de esa carta, ya que posteriormente
se alzó a la cabeza de
sus indios, y murió,
a orillas del río Guayo
de Collores, peleando
contra las fuerzas de Ponce
de León.
El original de dicha carta
se conserva en
el Archivo de Indias de
Sevilla -E.139-C.3-.
El nombre del cacique,
en la carta original,
está erróneamente escrito,
pues dice Guaybana
en vez de Agüeybana.
En la pág. 392 del tomo 32 de la "Colección de Documentos inéditos
relativos al descubrimiento,
conquista y
organización de las antiguas
posesiones españolas
de América y Oceanía, sacados
de los Archivos
del Reyno y muy especialmente
del de Indias",
aparece una copia de la
carta arriba transcrita
y al pie una nota del compilador
afirmando
que se dieron otras cartas
firmadas en blanco.
Medite aquí el lector en
la enorme distancia
que media entre aquel bravo
Agüeybana y algunos
de los actuales políticos
a quienes rinde
culto buena parte de nuestro
pueblo. No necesitaban
los gobérnantes de hoy
traer alguna del rey
Uncle Sam Para que de Su
parte nos fablen
y para que hallen aquí
políticos dispuestos
a darles entera feé e creencia
quen ello
les fagan plascer en servycio.
No aludo a aquel manso y bonachón cacique Agüeybana, jefe máximo de Puerto
Rico en la fecha del descubrimiento
de esta
Antilla. No aludo, no,
a aquel que inocentemente
invitó, en 1508, al caudillo
Ponce de León
a visitar la Isla y le
acompañó y mostró
sus riquezas. Aquel manso
y bobo cacique
murió al iniciarse la conquista,
y le sucedió
su hermano, el rudo, el
indomable, el patriota,
el valiente, el audaz Agüeybana
el bravo.
De Agüeybana el manso,
la historia no se
acuerda. Para Agüeybana
el bravo, nuestro
pueblo alzará en el porvenir
su más gloriosa
estatua.
Sucedió que los conquistadores, después de establecidos en Puerto Rico,
se apoderaron de las tierras y se repartieron
los indios, sin excepción de los jefes o
caciques. De este modo fue que Agüeybana
el bravo quedó bajo la servidumbre del conde
don Cristóbal de Sotomayor. Pero nuestro
bravo cacique soñó con la redención de su
patria: predicó la guerra contra los españoles
conquistadores; despertó la fibra patriótica
en las tribus indias; mató él personalmente
al conde don Cristóbal de Sotomayor; |
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Grabado antiguo
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incendió la villa de Aguada y demás colonias
españolas; practicó la guerra sin cuartel
por la independencia de su pueblo; reunió
a los indios, los arengó, los inflamó de
ardor bélico, poniéndose siempre él primero
a la vanguardia de su gente, y eran tales
su audacia y su valor, que pudo un arcabucero
de Ponce de León derribarle de un disparo,
en momentos en que el cacique tenía ya ganada
aquella batalla que, no obstante la muerte
del indio, terminó con la pesadilla de los
españoles.
Nuestro héroe indio murió así, defendiendo
la libertad de su pueblo. Era hombre alto,
fornido, corpulento. Cuerpo a cuerpo, ni
el mismo Ponce de León hubiera osado desafiarle.
Al caer muerto, ostentaba en su cuello el
guanín o insignia de su suprema jefatura.
Su residencia o señorío particular se extendía desde las orillas del río Guayo
hasta las del Jacaguas,
hoy municipio de
Juana Díaz. Allí, junto
al río Guayo, -mató
al conde de Sotomayor;
allí había nacido,
y allí daba las órdenes
de su supremo cacicazgo;
allí congregó a sus huestes
para la pelea;
allí libró sus batallas
contra los españoles,
y allí le dio muerte el
arcabuz del adalid
hispano Juan de León.
Los historiadores españoles
hablan de él
desdeñándole, calificándole
de rudo, malvado,
bravucón. Nuestros historiadores
han seguido
en esto a los españoles:
le llaman cacique
díscolo y bravucón, y en
cambio se deshacen
en elogios para el otro,
el manso, el pacífico,
el bueno.
Pero la hora de las aquilataciones ha sonado. Ahora podemos franca y libremente
escribir nuestra historia.
Y a la luz de
la moderna crítica, seamos
piadosos con el
manso Agüeybana, pero rindamos
todo nuestro
culto al que vibró y soñó
y murió por la
libertad de su pueblo,
y que el laurel de
la inmortalidad sea para
Agüeybana el bravo.
- Luis Llorens Torres.
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