EL PAPA INAUGURA EL AÑO DE LA FE: OCT. 2012-NOV.
2013
"Hoy más que nunca evangelizar quiere decir
dar testimonio de una vida nueva, trasformada
por Dios, y así indicar el camino” - Benedicto XVI
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fe
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XVI)
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Libros escritos por el Papa Juan Pablo II
CIUDAD DEL VATICANO, OCTUBRE, 2012 (VIS).
"oy, con gran alegría, a los 50 años de la
apertura del Concilio Ecuménico Vaticano
II, damos inicio al Año de la fe”. Estas fueron
las palabras de Benedicto XVI durante la
Santa Misa celebrada esta mañana en la Plaza
de San Pedro. Concelebraron con el Papa los
cardenales, patriarcas, y arzobispos mayores
de las Iglesias Orientales Católicas, los
obispos Padres sinodales, los presidentes
delas conferencias episcopales de todo el
mundo y algunos obispos que participaron
en calidad de Padres en los trabajos del
Vaticano II.
También estuvieron presentes
en la celebración
eucarística el patriarca
ecuménico Bartolomé
I de Constantinopla y el
arzobispo de Canterbury
y primado de la Comunión
Anglicana Rowan
Williams.
“Para rememorar el Concilio -dijo el Santo Padre- esta celebración se
ha enriquecido con algunos signos específicos:
la procesión de entrada, que ha querido recordar
la que de modo memorable hicieron los Padres
conciliares cuando ingresaron solemnemente
en esta Basílica; la entronización del Evangeliario,
copia del que se utilizó durante el Concilio;
y la entrega de los siete mensajes finales
del Concilio y del Catecismo de la Iglesia
Católica, que haré al final, antes de la
bendición. Estos signos no son meros recordatorios,
sino que nos ofrecen también la perspectiva
para ir más allá de la conmemoración. Nos
invitan a entrar más profundamente en el
movimiento espiritual que ha caracterizado
el Vaticano II, para hacerlo nuestro y realizarlo en su
verdadero sentido. Y este sentido ha sido
y sigue siendo la fe en Cristo, la fe apostólica,
animada por el impulso interior de comunicar
a Cristo a todos y a cada uno de los hombres
durante la peregrinación de la Iglesia por
los caminos de la historia”.
Siguen extractos de la
homilía pronunciada
por Benedicto XVI:
“El Año de la fe que hoy inauguramos está vinculado coherentemente con todo el
camino de la Iglesia en los últimos 50 años:
desde el Concilio, mediante el magisterio
del siervo de Dios Pablo VI, que convocó
un 'Año de la fe' en 1967, hasta el Gran
Jubileo del 2000, con el que el beato Juan
Pablo II propuso de nuevo a toda la humanidad a Jesucristo
como único Salvador, ayer, hoy y siempre.
Estos dos Pontífices, Pablo VI y Juan Pablo
II, convergieron profunda y plenamente en poner
a Cristo como centro del cosmos y de la historia,
y en el anhelo apostólico de anunciarlo al
mundo. Jesús es el centro de la fe cristiana.
El cristiano cree en Dios por medio de Jesucristo,
que ha revelado su rostro. Él es el cumplimiento
de las Escrituras y su intérprete definitivo”.
“El evangelio de hoy nos dice que Jesucristo,
consagrado por el Padre en el Espíritu Santo,
es el verdadero y perenne protagonista de
la evangelización (...) Esta misión de Cristo,
este dinamismo suyo continúa en el espacio
y en el tiempo, atraviesa los siglos y los
continentes.
Es un movimiento que parte del Padre y, con la fuerza del Espíritu, lleva la
buena noticia a los pobres en sentido material
y espiritual. La Iglesia es el instrumento
principal y necesario de esta obra de Cristo,
porque está unida a Él como el cuerpo a la
cabeza”..
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El Papa y el patriarca de Constantinopla,
Bartolomé I.
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“El Concilio Vaticano II no ha querido incluir el tema de la fe en
un documento específico. Y, sin embargo,
estuvo completamente animado por la conciencia
y el deseo, por así decir, de adentrase nuevamente
en el misterio cristiano, para proponerlo
de nuevo eficazmente al hombre contemporáneo
(...) El beato Juan XXIII (...) en el discurso
de apertura, presentó el fin principal del
Concilio en estos términos: 'El supremo interés
del Concilio Ecuménico es que el sagrado
depósito de la doctrina cristiana sea custodiado
y enseñado de forma cada vez más eficaz…Es
preciso que esta doctrina verdadera e inmutable,
que ha de ser fielmente respetada, se profundice
y presente según las exigencias de nuestro
tiempo”.
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Papa Juan XXIII |
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Concilio Vaticano II: sesión conciliar en
el interior la basílica
de san Pedro |
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Papa Pablo VI |
“A la luz de estas palabras, se comprende lo que yo mismo tuve entonces
ocasión de experimentar: durante el Concilio
había una emocionante tensión con relación
a la tarea común de hacer resplandecer la
verdad y la belleza de la fe en nuestro tiempo,
sin sacrificarla a las exigencias del presente
ni encadenarla al pasado: en la fe resuena
el presente eterno de Dios que trasciende
el tiempo y que, sin embargo, solamente puede
ser acogido por nosotros en el hoy irrepetible.
Por esto mismo considero que lo más importante
(...) es que se reavive en toda la Iglesia
aquella tensión positiva, aquel anhelo de
volver a anunciar a Cristo al hombre contemporáneo.
Pero, con el fin de que este impulso interior
a la nueva evangelización no se quede solamente
en un ideal, ni caiga en la confusión (...)
he insistido repetidamente en la necesidad
de regresar, por así decirlo, a la 'letra'
del Concilio, es decir a sus textos, para
encontrar también en ellos su auténtico espíritu,
y he repetido que la verdadera herencia del
Vaticano II se encuentra en ellos”.
"El Concilio no ha propuesto nada nuevo en
materia de fe, ni
ha querido sustituir lo
que era antiguo.
Más bien, se ha preocupado
para que dicha fe
siga viviéndose hoy, para
que continúe siendo
una fe viva en un mundo
en transformación.
(...)
Los Padres conciliares querían volver a presentar la fe de modo
eficaz; y sí se abrieron con confianza al
diálogo con el mundo moderno era porque estaban
seguros de su fe, de la roca firme sobre
la que se apoyaban.
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Cerca de tres mil obispos del mundo entero
participaron en el Concilio Vaticano II,
celebrado entre el 1962 y 1965, el más asistido en toda la historia bilenaria
de la Iglesia Católica.
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En cambio, en los años sucesivos, muchos
aceptaron sin discernimiento la mentalidad
dominante, poniendo en discusión las bases
mismas del depositum fidei, que desgraciadamente
ya no sentían como propias en su verdad”.
“El Concilio no ha propuesto nada nuevo en
materia de fe, ni ha querido
sustituir lo
que era antiguo. Más bien,
se ha preocupado
para que dicha fe siga
viviéndose hoy, para
que continúe siendo una
fe viva en un mundo
en transformación. (...)
Los Padres conciliares
querían volver a presentar
la fe de modo
eficaz; y sí se abrieron
con confianza al
diálogo con el mundo moderno
era porque estaban
seguros de su fe, de la
roca firme sobre
la que se apoyaban. En
cambio, en los años
sucesivos, muchos aceptaron
sin discernimiento
la mentalidad dominante,
poniendo en discusión
las bases mismas del depositum
fidei, que
desgraciadamente ya no
sentían como propias
en su verdad”.
“Si hoy la Iglesia propone un nuevo Año de la fe y la nueva evangelización,
no es para conmemorar una efeméride, sino
porque hay necesidad, todavía más que hace
50 años. (...). También la iniciativa de
crear un Consejo Pontificio destinado a la
promoción de la nueva evangelización (...),
se inserta en esta perspectiva. En estos
decenios ha aumentado la 'desertificación'
espiritual. Si ya en tiempos del Concilio
se podía saber, por algunas trágicas páginas
de la historia, lo que podía significar una
vida, un mundo sin Dios, ahora lamentablemente
lo vemos cada día a nuestro alrededor (...)
Pero precisamente a partir de la experiencia
de este desierto (...) es como podemos descubrir
nuevamente la alegría de creer, su importancia
vital para nosotros”
“En el desierto se vuelve a descubrir el
valor de lo que es esencial para vivir; así,
en el mundo contemporáneo, son muchos los
signos de la sed de Dios, del sentido último
de la vida, a menudo manifestados de forma
implícita o negativa. |
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Y en el desierto se necesitan sobre todo
personas de fe que, con su propia vida, indiquen
el camino hacia la Tierra prometida y de
esta forma mantengan viva la esperanza. La
fe vivida abre el corazón a la Gracia de
Dios que libera del pesimismo. Hoy más que
nunca evangelizar quiere decir dar testimonio
de una vida nueva, trasformada por Dios,
y así indicar el camino”.
“El viaje es metáfora de la vida, y el viajero sabio es aquel que ha aprendido
el arte de vivir y lo comparte con los hermanos,
como sucede con los peregrinos a lo largo
del Camino de Santiago, o en otros caminos,
que no por casualidad se han multiplicado
en estos años. ¿Por qué tantas personas sienten
hoy la necesidad de hacer estos caminos?
¿No es quizás porque en ellos encuentran,
o al menos intuyen, el sentido de nuestro
estar en el mundo?
Así podemos representar
este Año de la fe:
como una peregrinación
en los desiertos del
mundo contemporáneo,
llevando consigo solamente
lo que es esencial:
(...)el evangelio y la
fe de la Iglesia,
de los que el Concilio
Ecuménico Vaticano
II son una luminosa expresión, como lo es también
el Catecismo de la
Iglesia Católica, publicado
hace 20 años”.
“El 11 de octubre de 1962 se celebraba la fiesta de María Santísima,
Madre de Dios. Le confiamos a ella el Año
de la fe, como lo hice hace una semana, peregrinando
a Loreto. La Virgen María brille siempre
como estrella en el camino de la nueva evangelización”.
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