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CARTA APOSTÓLICA ROSARIUM VIRGINIS MARIAE
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN
PABLO II
SOBRE EL SANTO ROSARIO
CONCLUSIÓN
Empezar en la página 1
«Rosario bendito de María, cadena dulce que
nos unes con Dios»
39. Lo que se ha dicho hasta aquí expresa
ampliamente la riqueza
de esta oración tradicional,
que tiene la sencillez
de una oración popular,
pero también la profundidad
teológica de
una oración adecuada para
quien siente la
exigencia de una contemplación
más intensa.
La Iglesia ha visto siempre en esta oración
una particular eficacia,
confiando las causas
más difíciles a su recitación
comunitaria
y a su práctica constante.
En momentos en
los que la cristiandad
misma estaba amenazada,
se atribuyó a la fuerza
de esta oración la
liberación del peligro
y la Virgen del Rosario
fue considerada como propiciadora
de la salvación.
Hoy deseo confiar a la eficacia de esta oración
–lo he señalado al principio–
la causa de
la paz en el mundo y la
de la familia.
La paz
40. Las dificultades que presenta el panorama
mundial en este comienzo
del nuevo Milenio
nos inducen a pensar que
sólo una intervención
de lo Alto, capaz de orientar
los corazones
de quienes viven situaciones
conflictivas
y de quienes dirigen los
destinos de las
Naciones, puede hacer esperar
en un futuro
menos oscuro.
El Rosario es una oración orientada por su
naturaleza hacia la paz,
por el hecho mismo
de que contempla a Cristo,
Príncipe de la
paz y «nuestra paz» (Ef
2, 14). Quien interioriza
el misterio de Cristo –y
el Rosario tiende
precisamente a eso– aprende
el secreto de
la paz y hace de ello un
proyecto de vida.
Además, debido a su carácter
meditativo,
con la serena sucesión
del Ave Maria, el
Rosario ejerce sobre el
orante una acción
pacificadora que lo dispone
a recibir y experimentar
en la profundidad de su
ser, y a difundir
a su alrededor, paz verdadera,
que es un
don especial del Resucitado
(cf. Jn 14, 27;
20, 21).
Es además oración por la paz por la caridad
que promueve. Si se recita
bien, como verdadera
oración meditativa, el
Rosario, favoreciendo
el encuentro con Cristo
en sus misterios,
muestra también el rostro
de Cristo en los
hermanos, especialmente
en los que más sufren.
¿Cómo se podría considerar,
en los misterios
gozosos, el misterio del
Niño nacido en Belén
sin sentir el deseo de
acoger, defender y
promover la vida, haciéndose
cargo del sufrimiento
de los niños en todas las
partes del mundo?
¿Cómo podrían seguirse
los pasos del Cristo
revelador, en los misterios
de la luz, sin
proponerse el testimonio
de sus bienaventuranzas
en la vida de cada día?
Y ¿cómo contemplar
a Cristo cargado con la
cruz y crucificado,
sin sentir la necesidad
de hacerse sus «cireneos»
en cada hermano aquejado
por el dolor u oprimido
por la desesperación? ¿Cómo
se podría, en
fin, contemplar la gloria
de Cristo resucitado
y a María coronada como
Reina, sin sentir
el deseo de hacer este
mundo más hermoso,
más justo, más cercano
al proyecto de Dios?
En definitiva, mientras nos hace contemplar
a Cristo, el Rosario nos
hace también constructores
de la paz en el mundo.
Por su carácter de
petición insistente y comunitaria,
en sintonía
con la invitación de Cristo
a «orar siempre
sin desfallecer» (Lc 18,1),
nos permite esperar
que hoy se pueda vencer
también una 'batalla'
tan difícil como la de
la paz. De este modo,
el Rosario, en vez de ser
una huida de los
problemas del mundo, nos
impulsa a examinarlos
de manera responsable y
generosa, y nos concede
la fuerza de afrontarlos
con la certeza de
la ayuda de Dios y con
el firme propósito
de testimoniar en cada
circunstancia la caridad,
«que es el vínculo de la
perfección» (Col
3, 14).
La familia: los padres...
41. Además de oración por la paz, el Rosario
es también, desde siempre,
una oración de
la familia y por la familia.
Antes esta oración
era apreciada particularmente
por las familias
cristianas, y ciertamente
favorecía su comunión.
Conviene no descuidar esta
preciosa herencia.
Se ha de volver a rezar
en familia y a rogar
por las familias, utilizando
todavía esta
forma de plegaria.
Si en la Carta apostólica Novo millennio
ineunte he alentado la
celebración de la
Liturgia de las Horas por
parte de los laicos
en la vida ordinaria de
las comunidades parroquiales
y de los diversos grupos
cristianos,39 deseo
hacerlo igualmente con
el Rosario. Se trata
de dos caminos no alternativos,
sino complementarios,
de la contemplación cristiana.
Pido, por
tanto, a cuantos se dedican
a la pastoral
de las familias que recomienden
con convicción
el rezo del Rosario.
La familia que reza unida, permanece unida.
El Santo Rosario, por antigua
tradición,
es una oración que se presta
particularmente
para reunir a la familia.
Contemplando a
Jesús, cada uno de sus
miembros recupera
también la capacidad de
volverse a mirar
a los ojos, para comunicar,
solidarizarse,
perdonarse recíprocamente
y comenzar de nuevo
con un pacto de amor renovado
por el Espíritu
de Dios.
Muchos problemas de las familias contemporáneas,
especialmente en las sociedades
económicamente
más desarrolladas, derivan
de una creciente
dificultad comunicarse.
No se consigue estar
juntos y a veces los raros
momentos de reunión
quedan absorbidos por las
imágenes de un
televisor. Volver a rezar
el Rosario en familia
significa introducir en
la vida cotidiana
otras imágenes muy distintas,
las del misterio
que salva: la imagen del
Redentor, la imagen
de su Madre santísima.
La familia que reza
unida el Rosario reproduce
un poco el clima
de la casa de Nazaret:
Jesús está en el centro,
se comparten con él alegrías
y dolores, se
ponen en sus manos las
necesidades y proyectos,
se obtienen de él la esperanza
y la fuerza
para el camino.
... y los hijos
42. Es hermoso y fructuoso confiar también
a esta oración el proceso
de crecimiento
de los hijos. ¿No es acaso,
el Rosario, el
itinerario de la vida de
Cristo, desde su
concepción a la muerte,
hasta la resurrección
y la gloria? Hoy resulta
cada vez más difícil
para los padres seguir
a los hijos en las
diversas etapas de su vida.
En la sociedad
de la tecnología avanzada,
de los medios
de comunicación social
y de la globalización,
todo se ha acelerado, y
cada día es mayor
la distancia cultural entre
las generaciones.
Los mensajes de todo tipo
y las experiencias
más imprevisibles hacen
mella pronto en la
vida de los chicos y los
adolescentes, y
a veces es angustioso para
los padres afrontar
los peligros que corren
los hijos. Con frecuencia
se encuentran ante desilusiones
fuertes,
al constatar los fracasos
de los hijos ante
la seducción de la droga,
los atractivos
de un hedonismo desenfrenado,
las tentaciones
de la violencia o las formas
tan diferentes
del sinsentido y la desesperación.
Rezar con el Rosario por los hijos, y mejor
aún, con los hijos, educándolos
desde su
tierna edad para este momento
cotidiano de
«intervalo de oración»
de la familia, no
es ciertamente la solución
de todos los problemas,
pero es una ayuda espiritual
que no se debe
minimizar. Se puede objetar
que el Rosario
parece una oración poco
adecuada para los
gustos de los chicos y
los jóvenes de hoy.
Pero quizás esta objeción
se basa en un modo
poco esmerado de rezarlo.
Por otra parte,
salvando su estructura
fundamental, nada
impide que, para ellos,
el rezo del Rosario
–tanto en familia como
en los grupos– se
enriquezca con oportunas
aportaciones simbólicas
y prácticas, que favorezcan
su comprensión
y valorización. ¿Por qué
no probarlo? Una
pastoral juvenil no derrotista,
apasionada
y creativa –¡las Jornadas
Mundiales de la
Juventud han dado buena
prueba de ello!–
es capaz de dar, con la
ayuda de Dios, pasos
verdaderamente significativos.
Si el Rosario
se presenta bien, estoy
seguro de que los
jóvenes mismos serán capaces
de sorprender
una vez más a los adultos,
haciendo propia
esta oración y recitándola
con el entusiasmo
típico de su edad.
El Rosario, un tesoro que recuperar
43. Queridos hermanos y hermanas: Una oración
tan fácil, y al mismo tiempo
tan rica, merece
de veras ser recuperada
por la comunidad
cristiana. Hagámoslo sobre
todo en este año,
asumiendo esta propuesta
como una consolidación
de la línea trazada en
la Carta apostólica
Novo millennio ineunte,
en la cual se han
inspirado los planes pastorales
de muchas
Iglesias particulares al
programar los objetivos
para el próximo futuro.
Me dirijo en particular a vosotros, queridos
Hermanos en el Episcopado,
sacerdotes y diáconos,
y a vosotros, agentes pastorales
en los diversos
ministerios, para que,
teniendo la experiencia
personal de la belleza
del Rosario, os convirtáis
en sus diligentes promotores.
Confío también en vosotros, teólogos, para
que, realizando una reflexión
a la vez rigurosa
y sabia, basada en la Palabra
de Dios y sensible
a la vivencia del pueblo
cristiano, ayudéis
a descubrir los fundamentos
bíblicos, las
riquezas espirituales y
la validez pastoral
de esta oración tradicional.
Cuento con vosotros, consagrados y consagradas,
llamados de manera particular
a contemplar
el rostro de Cristo siguiendo
el ejemplo
de María.
Pienso en todos vosotros, hermanos y hermanas
de toda condición, en vosotras,
familias
cristianas, en vosotros,
enfermos y ancianos,
en vosotros, jóvenes: tomad
con confianza
entre las manos el rosario,
descubriéndolo
de nuevo a la luz de la
Escritura, en armonía
con la Liturgia y en el
contexto de la vida
cotidiana.
¡Qué este llamamiento mío no sea en balde!
Al inicio del vigésimo
quinto año de Pontificado,
pongo esta Carta apostólica
en las manos
de la Virgen María, postrándome
espiritualmente
ante su imagen en su espléndido
Santuario
edificado por el Beato
Bartolomé Longo, apóstol
del Rosario. Hago mías
con gusto las palabras
conmovedoras con las que
él termina la célebre
Súplica a la Reina del
Santo Rosario: «Oh
Rosario bendito de María,
dulce cadena que
nos une con Dios, vínculo
de amor que nos
une a los Ángeles, torre
de salvación contra
los asaltos del infierno,
puerto seguro en
el común naufragio, no
te dejaremos jamás.
Tú serás nuestro consuelo
en la hora de la
agonía. Para ti el último
beso de la vida
que se apaga. Y el último
susurro de nuestros
labios será tu suave nombre,
oh Reina del
Rosario de Pompeya, oh
Madre nuestra querida,
oh Refugio de los pecadores,
oh Soberana
consoladora de los tristes.
Que seas bendita
por doquier, hoy y siempre,
en la tierra
y en el cielo».
Vaticano, 16 octubre del año 2002, inicio
del vigésimo quinto de
mi Pontificado.
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Notas:
1 Const. past. sobre la Iglesia en el mundo
actual Gaudium et spes,
45.
2 Pablo VI, Exhort. ap. Marialis cultus,
(2 febrero 1974) 42, AAS
66 (1974), 153.
3 Cf. Acta Leonis XIII, 3 (1884), 280-289.
4 En particular, es digna de mención su Carta
ap. sobre el Rosario Il
religioso convegno
del 29 septiembre 1961:
AAS 53 (1961), 641-647.
5 Angelus: L'Osservatore Romano ed. semanal
en lengua española, 5 noviembre
1978, 1.
6 AAS93 (2002), 285.
7 En los años de preparación del Concilio,
Juan XXIII invitó a la
comunidad cristiana
a rezar el Rosario por
el éxito de este acontecimiento
eclesial; cf. Carta al
Cardenal Vicario del
28 de septiembre de 1960:
AAS 52 (1960),
814-817.
8 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium,
66.
9 N. 32: AAS 93 (2002), 288.
10 Ibíd., 33: l. c., 289.
11 Es sabido y se ha de recordar que las
revelaciones privadas no
son de la misma
naturaleza que la revelación
pública, normativa
para toda la Iglesia. Es
tarea del Magisterio
discernir y reconocer la
autenticidad y el
valor de las revelaciones
privadas para la
piedad de los fieles.
12 El secreto admirable del santísimo Rosario
para convertirse y salvarse,en
Obras de San
Luis María G. de Montfort,
Madrid 1954, 313-391.
13 Beato Bartolo Longo, Storia del Santuario
di Pompei, Pompei 1990,
p.59.
14 Exhort. ap. Marialis cultus (2 febrero
1974), 47: AAS 66 (1974),
156.
15 Const. sobre Sagrada Liturgia Sacrosanctum
Concilium,10.
16 Ibíd., 12.
17 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen gentium,
58.
18 I Quindici Sabati del Santissimo Rosario,27
ed., Pompeya 1916), p.
27.
19 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre
la Iglesia Lumen gentium,
53.
20 Ibíd., 60.
21 Cf. Primer Radiomensaje Urbi et orbi (17
octubre 1978): AAS 70 (1978),
927.
22 Tratado de la verdadera devoción a la
Santísima Virgen, 120,
en: Obras. de San
Luis María G. de Montfort,
Madrid 1954, p.505s.
23 Catecismo de la Iglesia Católica, 2679.
24 Ibíd., 2675.
25 La Suplica a la Reina del Santo Rosario,
que se recita solemnemente
dos veces al año,
en mayo y octubre, fue
compuesta por el Beato
Batolomé Longo en 1883,
como adhesión a la
invitaciòn del Papa Leon
XIII a los católicos
en su primera Encíclica
sobre el Rosario
a un compromiso espiritual
orientado a afrontar
los males de la sociedad.
26 Divina Comedia,Par. XXXIII, 13-15.
27 Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero
2001), 20: AAS 93 (2001),
279.
28 Exort. ap. Marialis cultus (2 febrero
1974), 46: AAS 66 (1974),
155.
29 Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero
2001), 28: AAS 93 (2001),
284.
30 N. 515.
31 Angelus del 29 de octubre 1978: L'Osservatore
Romano,ed. semanal en lengua
española, 5
noviembre 1978, 1.
32 Const. past. sobre la Iglesia en el mundo
actual Gaudium et spes,
22.
33 S. Ireneo de Lyon, Adversus haereses,
III, 18,1: PG 7, 932.
34 Catecismo de la Iglesia Católica,2616.
35 Cf. n. 33: AAS 93 (2001), 289.
36 Carta a los artistas(4 abril 1999), 1:
AAS 91 (1999), 1155.
37 Cf. n. 46: AAS 66 (1974), 155. Esta costumbre
ha sido alabada recientemente
por la Congregación
para el Culto Divino y
la disciplina de los
Sacramentos, Directorio
sobre la piedad popular
y la liturgia. Principios
y orientaciones
(17 diciembre 2001), n.201.
38 « ...concede, quæsumus, ut hæc mysteria
sacratissimo beatæ Mariæ
Virginis Rosario
recolentes, et imitemur
quod continent, et
quod promittunt assequamur
»: Missale Romanum
(1960) in festo B. M. Virginis
a Rosario.
39 Cf. n. 34: AAS 93 (2001), 290.
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