NTRE UNOS MOGOTES en el sector Volcán-Arena de Bayamón, se esconde la casa de la comunidad de Jesús
Mediador. En ella se guarda una de las colecciones
más variadas y representativas de "santitos"
que existen en la Isla. |
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Al incauto le parecería una especie
de museo estático de arte
folklórico
dentro del silencio sepulcral
de un monasterio
de otros tiempos. Pero
la realidad es otra.
Esta comunidad religiosa busca comprender su fe desde los pobres. La motiva la enseñanza del Señor,
quien dejó su Evangelio,
no en manos
de ricos y poderosos que
se habrían
apoderado de su mensaje
para beneficio propio,
sino en las de los pobres,
ya que estos responden
a los intereses de Dios.
Nos piden justicia: nos muestran sus heridas
en las manos y el costado
y nos anuncian
que están "tocando fondo"
(Corretjer); que los potentados
en la Iglesia
y el Estado han de ser
derribados de sus
tronos ya, para cederle
el puesto a los sencillos
de corazón como líder es
del
pueblo en su búsqueda de
libertad.
Nos interpelan, como aquel hombre del Evangelio molido a
palos a la vera del camino
interpeló
a los transeúntes:
¿Por qué rezas en este rincón
oscuro del templo
de puertas cerradas?
Abre los ojos y mira:
tu Dios
no está delante de
ti, sino donde
el campesino ara
la desnuda tierra,
a lo largo de la calle
donde trabaja
el picapedrero. Bajo
el sol y la lluvia ahí
está Él con
ellos y sus vestidos
están cubiertos
de polvo.
Quítate ese manto
sagrado y baja como Él
al terreno polvoriento. (Tagore). |
Es así como en esta "Casa de
los Santos" sus iconos se proyectan encarnados irresistiblemente
en medio del sudor y el
sufrimiento de un
pueblo que se resiste a
morir.
Son manifestaciones de fe inquebrantable en un Dios que de nuevo mandaría
a la tierra a sus libertadores,
como lo hizo
antes en sus santos, en
defensa de "los
que mueren antes de tiempo"(Las Casas): "de todos los ausentes de la historia" (Gustavo Gutiérrez). Sus tallas son intentos de hacer presente
en forma sensible, como
en un sacramento,
algo de lo divino para
poder hasta tocarlo,
asegurándose así de la
realidad
de esta presencia. Son
"objetos sagrados",
como suele decir el eximio
tallista Luis
González, cuyas obras aparecen
en
esta publicación.
En esta tradición, profundamente arraigada
en el misterio de fe de
la Comunión
de los Santos, estamos
inmersos en esta casa
escuchando voces del pasado
con respeto y
humildad. Las oímos hablar
sobre valores
que no se pueden, no se
deben, cambiar en
el mundo cambiante de hoy
so pena de cambiar
la raza: sus fuentes de
energía, su
identidad.
En esta perpectiva, en lugar de encontrarnos con una colección
de "santos" graciosamente primitivos, pero definitivamente
reliquias del pasado, nos
confrontamos con
un pueblo en pleno desarrollo
de sus propias
facultades, de su propia
voz en medio de
los demás pueblos en el
resto del
mundo.
En este proceso étnico variado y riquísimo
el artesano continúa ocupando
el lugar
privilegiado que el pueblo
le ha asignado
desde sus comienzos y que
nadie le puede
disputar. Su inspiración
habrá
de perdurar orientándonos,
aún
después de la caída del
imperio
esclavizante, por orden
de Dios (Apoc. 18:22)
Desde el santito en la tablilla que forma el altar casero, hasta los grandes santuarios esparcidos
por el mundo, hay una línea
constante
anunciando subversivamente
que a pesar del
dolor, la miseria y hasta
la muerte, hay
esperanzas de liberación.
¡Tamaño
testimonio de fe!
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