Ante el ideal antillano
Por José de Diego
(c) CopyRight - Prohibido copiar, reproducir
Le invitamos a leer también:
José de Diego: datos biográficos
Escucha Virgen pura
A Carmita: Prendido tengo aún aquel amor...
A Laura
En la brecha y Ultima Actio
"OMO QUIEN HA MIRADO FIJA Y LARGAMENTE EL
SOL, dondequiera que lleve los ojos contempla
un círculo de llamas, aún veo en todas partes
el agua verde de la bahía, el cielo floreciente
de cirros, los heroicos muros de las fortalezas,
el blanco semicírculo de la urbe, las rígidas
lanzas de los palmares, todo este fastuoso
panorama que asombra y encanta al que viene
del mar uniforme y solitario y entre agua
y tierra y cielo, como el ala de un pájaro
maravilloso emergente del fondo del aire,
la onda triunfal de la bandera de la República.
Cumbre de mi visión patriótica, mi primer
saludo, mi primer palabra, mi primer amor
debe subir a la bandera iluminada por las
aceros de los caudillos y las estrofas de
los poetas, porque la bandera cubana, como
el lábaro dominicano y el estandarte portorriqueño
es también mi bandera; símbolos augustos
de la patria trina y una de las islas que
se prolongan y confunden bajo los mares,
sobre los cielos, en el ambiente y el espíritu
de las Antillas.
Una de esas banderas antillanas, la insignia
libre de Puerto Rico, que luce en mi pecho,
pareció a un periodista la bandera de las
Estados Unidos, por un feliz error que me
trae un bello motivo para la sucinta explicación
de mi retorno a esta amada ciudad, donde
cantaron mis alegrías de estudiante y mis
ensueños de patriota.
Mi bandera no es la de los Estados Unidos;
ésta es una bandera de honor; la mía es una
bandera de amor: venero la enseña de los
bravos fundadores de la primera patria en
América, pero la mía es de la última y es
para mí la última y la primera y la adorada.
Mis dolorosas luchas por la libertad de Puerto
Rico no se desenvuelven en una campaña agresiva
de aborrecimiento o venganza contra el noble
pueblo de Washington, sino que por diverso
modo tienden al reconocimiento de la República
portorriqueña por el Congreso de los Estados
Unidos, dentro de un magno y trascendente
espíritu de harmonía y convivencia, entre
las dos razas civilzadoras y redentoras del
mundo americano.
Aun podría exclamar, como lo haré en ocasión
más oportuna, que la Independencia de Puerto
Rico está ya proclamada por el Congreso de
los Estados Unidos y que no es necesario
su reconocimiento explícito, que culminará
por la propia virtud de la Constitución que
nos rige, al breve término de una evolución
progresiva de nuestro sistema de gobierno
hacia nuestra soberanía nacional.
Si, lo que no debe ni sospecharse, el pueblo
norteamericano rompiera sus tradiciones democráticas,
para revertir en su provecho la doctrina
sustentadora de la inmunidad de América contra
la conquista, si en presa tan débil como
el Cordero borincano se ensañase el poderío
-del Aguila, si se nos cerraran todos los
caminos de la legalidad y todos los horizontes
de la esperanza, los portorriqueños ofrendarían
el último sacrificio a la dignidad y la libertad
de la tierra nativa; pero aún alienta en
nuestros corazones la fe en la justicia del
pueblo norteamericano y en cívicas incruentas
batallas luchamos por el triunfo del derecho
patrio. |
|
De Diego con su compueblano el Dr. Tomás
Rovira, en 1888. |
Cualquiera que fuese nuestro destino, esperanza
cumplida o desesperación insufrible, presentimos
y sabemos que nuestros hermanos de Santo
Domingo y Cuba, más allá nuestros hermanos
del Continente nos acompañarán en nuestro
regocijo y en nuestra ira y en nuestro dolor;
mas, por muy noble que fuera, no hemos de
llevar nuestro egoísmo al generoso anhelo
de la Unión Antillana.
No ha de fundarse esta hermandad como instrumento
de la Independencia de Puerto Rico, ni sus
propósitos y trabajos van siquiera directos
a la Confederación de las Antillas, aun cuando
alcanza naturalmente la visión de una futura
nacionalidad grande y fuerte, que tienda
sobre múltiples columnas los gloriosos arcos
por donde pasarán victoriosas las nuevas
generaciones antillanas.
Nuestra institución, a la que dio ya cuna
la Isla madre del alma y la civilización
cristiana del Nuevo Mundo, no puede levantar
suspicacias, recelos, hostilidades, ni aun
los ánimos más propensos al temor de imaginarios
conflictos, porque salva todos los obstáculos,
concilia todos los intereses, satisface todos
los deseos, ayunta las voluntades todas,
calienta en una llama de amor todos, los
corazones.
La prensa publicará, si es tan bondadosa,
las bases aprobadas en Santo Domingo para
constituir la Unión Antillana y trabajar
inmediatamente en aquellos órdenes de la
vida social, económica, literaria, de ciencia
y arte que estrechen y beneficien las relaciones
y la prosperidad de nuestras Islas.
Cosas prácticas, cosas de realidad que irán
concibiendo y encarnando el ensueño magnífico
de Martí, Gómez, Hostos y Betances; irradiación
que vive en mis ojos y contemplo en todas
partes en un círculo de fuego como el que
ha observado fija y largamente las palpitaciones
del sol...
¡Bandera cubana! ¡Lábaro dominicano! ¡Estandarte
portorriqueño! ¡Rosas de las Antillas! ¡Constelación
naciente del divino ideal!
|