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ESCLAVO CASTIGADO
COLGADO POR
EL TORSO
El temor a
una rebelión
era la pesadilla
del propietario
blanco, particularmente
en
las haciendas
de caña de
la costa. El
gobierno
español, con
su fuerza represiva,
trataba
de aplastar
cualquier intento
de rebelión
con castigos
públicos aterrorizantes
para
amedrentar
a posibles
esclavos rebeldes.
Los tribunables
eran implacables
con el esclavo,
especialmente
si cometía
un delito grave
contra su propietario.
El 25 de septiembre
de 1705, un
juez condenó
a muerte en
la horca a
un esclavo
de Ponce
que, bajo torturas,
confesó haber
dado muerte
a su amo.
Y "para
que sirva de
ejemplo en
lo venidero",
el juez dictaminó
que el esclavo
convicto
fuera decapitado
y su cuerpo
descuartizado
en cuatro partes,
clavadas cada
una de ellas
en picotas
que debían
ser expuestas
al público.
Periódico español
"El Abolicionista",
abogando por
la liberación
inmediata de
los
esclavos
- Madrid, edición
del
1 de octubre
de 1872 -
Los dueños de esclavos temían que, otorgada
la libertad
a los esclavos,
estos se tornarían
agresivamente
contra ellos
y el desorden
se apodería
del país.
El cubano Rafael
María Labra,
delegado por
Puerto Rico
en las cortes
españolas,
narra
lo que aconteció
ese 23 de marzo,
día en
que se decretó
la abolición
en la Isla:
"Confieso
a Ud. que me
quedé petrificado...
Los conservadores
se miraban
los unos a
otros
sin poder hablar
ni una palabra...
Puedo
asegurar a
Ud. amigo mío,
que yo mismo
no
he podido [dejar]
de enternecerme
al ver
la nobleza
y dignidad
con que...
han acogido
la noticia
de su libertad.
Me he encontrado
en ingenios
asociado a
la
Comisión Gubernativa
que participaba
a los
esclavos su
emancipación,
y he admirado
la
impasibilidad
con que escuchaban
y la alegría
que en sus
rostros se
retraba...
(y estando
en zafra),
por un lado
salía la Comisión
y por otro
volvía la servidumbre
a continuar
sus faenas,
sin que absolutamente
haya habido
la menor perturbación."
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En la Isla
legados a la Isla, destruidos física y emocionalmente,
los esclavizados
eran vendidos como piezas
de ganado, desnudados
ante un gentío de compradores
que auscultaban cada
zona de sus cuerpos.
Al agotarse las minas la economía local sufrió
un serio golpe provocando
el encarecimiento
de los esclavos.
El azucar tomó su puesto
y se convirtió en
el nuevo señor y amo de
aquella sociedad
esclavista al exigir el
empleo masivo de
miles de siervos. La expansión de la industria azucarera en
la Isla, a partir
del siglo 19, incrementó
el tráfico negrero
como nunca antes. Aterrados,
enfermos y mal nutridos,
los africanos subyugados
eran conducidos por
miles a las tierras de
hacendados donde
debían trabajar hasta doce
horas diarias, de
sol a sol.
Grabado antiguo: azotando esclavo
Algunos prefirieron la muerte a una condena
de atropellos y sufrimientos
de por vida.
Otros, optaron por
huir (cimarrones), sabotear las maquinarias de las haciendas,
incendiar los cañaverales
o asesinar a sus
amos y mayordomos
tiranos. Estos gritos de
rebeldía se registran
desde el 1514. La revolución
victoriosa de esclavos
en Haití en 1791,
sembró el pánico
en todas las Antillas, seguido
por la revuelta en
la isla de Santa Cruz
en 1848. Más de cuarenta alzamientos en Puerto Rico han sido documentados y se
estima que fueron
miles las fugas ocurridas
desde la colonización
hasta el siglo 19.
El abolicionismo en la Isla había tomado
fuerza bajo el clandestinaje
político en
la década de 1850.
Los separatistas Ramón Emeterio Betances, Segundo Ruiz Belvis y José Francisco Basora encabezaban dicha
militancia.
Los cuerpos de espionaje español persiguieron
a los que enarbolaban
tales creencias progresistas.
En el 1859 y 1867
dichos puertorriqueños,
entre otros, en su
mayoría de clase media
y educados en Europa,
sufrieron una fiera
persecución y encarcelación.
No se intimidaron,
continuaron la lucha
y la presión desde Nueva
York y Santo Domingo
en contra de la infame
servidumbre y en
favor de la independencia
de la Isla.
En el 1867, Ruiz Belvis, Francisco Mariano
Quiñones y José Julián Acosta vieron tronchadas sus expectativas abolicionistas
en Madrid ante el
rechazo de la Junta Informativa
de Ultramar. Dos
años después, los separatistas
se levantaron en
armas en lo que se conoce
como el Grito de Lares, uno de cuyos postulados era conceder la libertad a todos los esclavos
en Puerto Rico.
En el 1870, los abolicionistas se apuntaron
una victoria parcial
en las Cortes españolas
con la Ley Moret.
Esta sólo era extensiva
a menos de 10,000
esclavos, ya que sólo concedía
la libertad a los
infantes nacidos de madres
esclavas después
del 17 de septiembre de
1868 y a los mayores
de 60 años. Unos 30,000
esclavos, sin embargo,
aún aguardaban el
desenlace a su deplorable
situación.
En Corozal, por ejemplo, 25 niños, un anciano y 59
adolescentes y adultos
de ambos sexos, aguardaban
en el 1870 con impaciencia
los nuevos rumores
de una posible abolición
a su condición de
esclavos. Uno de
ellos no esperó y se dió
a la fuga. Otros
laboraban horas adicionales
para comprar su libertad.
Catorce vivían
en el pueblo, 34
en Padilla, 16 en Maná,
11 en Abras, 5 en
Palos Blancos, 3 en Magüeyes
y 2 en Palmarejo.
El censo de 1870 revela
que 44 estuvieron
asignados a labores agrícolas
y 22 en faenas domésticas.
El resto eran
niños menores de
12 años.
Aunque se indica que todos eran nacidos en
Puerto Rico, sus
padres probablemente llegaron
en la última ola
de siervos traídos de Zaire,
Ghana y Nigeria.
Los propietarios de esclavos
en Corozal, como
en el resto de la Isla,
no permitieron o
facilitaron la formación
de núcleos familiares.
Había en el año 1870
veinticinco niños
menores de 12 años, y ninguno
de los 85 esclavos
estaba casado. Sabemos
de por los menos
dos niños separados de su
madre esclava en
Coamo.
Finalmente, el 22 de marzo de 1873, la Asamblea Nacional de la nueva república
española decretó
la Ley de la Abolición.
No ordenaba, sin
embargo, una libertad absoluta. Cerca de 30 mil en toda la Isla, estaban
obligados a contratarse
con sus antiguos
amos u otros propietarios.
Además, debían
esperar cinco años
de promulgada la ley para
disfrutar de todos
los derechos políticos
como libertos. Los dueños de esclavos fueron indemnizados
muchos años después,
a base de 200 pesos
por esclavo liberado,
pagaderos por los contribuyentes.
(Vea ampliada el mosaico de la pechina del capitolio sobre de la
abolición de la esclavitud).
Aunque no una libertad absoluta o inmediata,
el gozo prendió en
las almas de los liberados
con un ¡libres, al fin libres! cerrando así un trágico capítulo de nuestra
historia.
*Lea más transcripciones de documentos sobre
la esclavitud y su
abolición en nuestra sección
Esclavitud.
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