ON APASIONADOS por los juegos sedentarios; el de gallos
es muy común en toda
la América y más en
esta Isla. No tiene
rubor un hombre de obligaciones
pasearlas calles,
buscando quien quiera apostarlas
con su gallo y aventura
todo cuanto dinero
tiene, fiado de la
valentía del suyo. Los
padres de familia
se pasan el día en mitad
de la plaza puestos
de cuclillas, viéndolos
reñir, sin manifestar
alteración ni disgusto
por haber perdido
todo su dinero, siéndoles
pérdida muy sensible
que su gallo muera o
salga herido de la
pelea, como sucede regularmente,
pues les atan a cada
pie una lanceta bien
afilada y saltando
uno contra el otro se
pasa y degüellan
con ellas. El primero que
cae muerto o huye
del cerco pierde la riña
y su dueño paga la
apuesta, que suele ser
considerable. No
es menos el vicio que tienen
por los juegos de
envite en que se ejercitan
mientras tienen que
vender para jugar.
FRAY IÑIGO ABBAD
pintura por Francisco Oller - circa 1854-1856
LA DIVERSIÓN MÁS APRECIABLE PARA ESTOS ISLEÑOS
son los bailes; los tiene
sin más motivo
que el de pasar el tiempo
y rara vez falta
en una casa otra. El que
da el baile convida
a sus camaradas, corre
la voz por el territorio
y acuden a centenares de
todas partes aunque
no sean llamado Como las
casas son reducidas
caben pocos; se quedan
debajo de la casa
en su circunferencia, y
suben el rato que
quieren bailar. Para dar
principio al baile,
los convidados se ponen
al pie de la escalera
con las sonajas, calabazo,
maracas y algún
guitarrillo; al Compás
de estos instrumentos
cantan una relación en
honor de los dueños
de la casa, que apropian
a cual que sea.
Cuando a éste le parece,
se presenta al cabo
de la escalera, da la bienvenida
a los convidados
y circunstantes y les insta
a subir: entonces
se abrazan y saludan como
si hiciera muchos
años que no se han visto.
Las mujeres se
sientan en banquillos y
hamacas que tienen
colgadas; los hombres se
están en pie o se
sientan de cuclillas sobre
sus talones y
los que no caben se quedan
en el campo.
Salen a bailar de uno en uno o de dos en dos: cada uno convida a una
mujer, la cual si no tiene chinelas, como
sucede a las más, las pide prestadas a otra,
sale con su sombrero y empieza a dar vueltas
por la sala con un compás tan acelerado,
que parece exhalación por toda ella. El hombre
que baila está a un extremo, puesto su sombrero
de medio lado, el sable cruzado a las espaldas,
teniéndolo con las dos manos; no muda de
sitio ni hace otra mudanza que subir y bajar
los pies con mucha celeridad y fuerza si
está sobre alguna tabla desenclavada, echa
el resto de su habilidad que consiste en
hacer todo el ruido posible para que la música
ni cantares se oigan tanto como sus pies
descalzos.
Ilustración: óleo del pintor impresionista
Epifanio Irizarry Jusino;
Ponce, 1915-2001.
Cuando el que baila o alguno
de los circunstantes
quieren manifestar su cariño
a la bailarina,
se quita el sombrero y
se lo pone a ella
en la cabeza; algunas veces
le ponen tantos,
que no pudiendo sostenerlos,
los lleva en
las manos, y debajo del
brazo; cuando se
cansa de bailar, se retira
con una cortesía,
vuelve los sombreros a
los que se los han
puesto y cada uno le da
medio real; a esto
llaman dar la gala.
Si alguno quiere bailar con la mujer que
está bailando con
otro, necesita pedirle
licencia. Sobre esto
acostumbran armar fuertes
pendencias y como
todos llevan la razón en
las manos, suele
el baile acabar a cuchilladas.
Durante el baile salen algunas esclavas con fuentes de masa hecha de leche y miel,
frascos de aguardiente y tabacos para fumar,
que sirven a los circunstantes. Los que se
cansan se echan a dormir en las hamaca o
se entran al cuarto interior a las barbacoas,
con más libertad y satisfacción de lo que
conviene; otros se retiran a sus casas para
volver otro día, porque estos bailes suelen
durar toda una semana.
Cuando una cuadrilla
se retira, otra viene,
y así van alternando
noche y día, haciendo
viajes de dos a a
tres leguas, sin
otro objeto
que el de ir al fandango,
cuya música, canto
y estrépito de patadas
deja atolondrada
por
mucho tiempo la cabeza
más robusta.
Son más generales y de mayor concurso estos
bailes en tiempo de Pascuas, Carnestolendas,
fiestas de los pueblos, o con motivo de alguna
boda, cuya celebridad empieza dos meses antes.
El nacimiento o muerte de algún niño también
se celebra con bailes, que duran hasta que
ya no puede sufrir el fetor del difunto,
sin embargo que los preparan para que duren
muchos días; estas fiestas corren por cuenta
de los padrinos.
La circunstancia de compadres entre estos isleños, es un vínculo muy estrecho.
Para un compadre nada hay reservado, goza
de toda satisfacción y de entera libertad
en las casas de sus compadres; dispone de
su amistad y bienes, como de cosa propia.
Si un hermano acompaña en la boda a otro
hermano o hermana, tiene en la pila o confirmación
a algún hijo suyo, no se nombran hermanos;
el tratamiento de compadres es siempre preferido
como más cariñoso y expresivo de su íntima
amistad.
NOTA: El fraile benedictino fray Iñigo Abbad y Lasierra, natural de España, estuvo y recorrió la
Isla entre 1771 a 1778.
El manuscrito original
de su "Historia geográfica,
civil y
Natural de la Isla de San
Juan Bautista de
Puerto Rico" se encuentra
en la Biblioteca
Pública de Nueva York.