MENSAJE DEL PAPA PARA LA CUARESMA:
La justicia de Dios se
ha manifestado por la fe en Jesucristo
"...la Cuaresma culmina en el Triduo
Pascual, en el que este
año volveremos a
celebrar la justicia divina,
que es plenitud
de caridad, de don y de
salvación. Que este
tiempo penitencial sea
para todos los cristianos
un tiempo de auténtica
conversión y de intenso
conocimiento del misterio
de Cristo, que
vino para cumplir toda
justicia. Con estos
sentimientos, os imparto
a todos de corazón
la bendición apostólica."
- Benedicto XVI
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"...¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es,
ante todo, la justicia
que viene de la gracia,
donde no es el hombre
que repara, se cura
a sí mismo y a los
demás. El hecho de
que
la "propiciación"
tenga lugar en
la "sangre"
de Jesús significa
que no son los sacrificios
del hombre los
que le libran del
peso de las culpas,
sino
el gesto del amor
de Dios que se abre
hasta
el extremo, hasta
aceptar en sí mismo
la
"maldición"
que corresponde al
hombre, a fin de
transmitirle en cambio
la
"bendición"
que corresponde a
Dios
(cf. Ga 3,13-14)".
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VATICANO, FEB 2010 (VIS).
l Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2010 lleva por título la
siguiente afirmación de
San Pablo en su Carta
a los Romanos: "La justicia
de Dios
se ha manifestado por la
fe en Jesucristo".
"Cada año, con ocasión
de la Cuaresma,
la Iglesia nos invita a
una sincera revisión
de nuestra vida a la luz
de las enseñanzas
evangélicas. Este año quiero
proponeros algunas
reflexiones sobre el vasto
tema de la justicia,
partiendo de la afirmación
paulina: La justicia de Dios se ha manifestado por
la fe en Jesucristo (cf. Rm 3,21-22).
"Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra "justicia",
que en el lenguaje común
implica "dar
a cada uno lo suyo"
- "dare cuique suum", según la famosa expresión de Ulpiano,
un jurista romano del siglo
III. Sin embargo,
esta clásica definición
no aclara en realidad
en qué consiste "lo suyo"
que hay
que asegurar a cada uno.
Aquello de lo que
el hombre tiene más necesidad
no se le puede
garantizar por ley. Para
gozar de una existencia
en plenitud, necesita algo
más íntimo que
se le puede conceder sólo
gratuitamente:
podríamos decir que el
hombre vive del amor
que sólo Dios, que lo ha
creado a su imagen
y semejanza, puede comunicarle.
Los bienes materiales ciertamente
son útiles
y necesarios (es más, Jesús
mismo se preocupó
de curar a los enfermos,
de dar de comer
a la multitud que lo seguía
y sin duda condena
la indiferencia que también
hoy provoca la
muerte de centenares de
millones de seres
humanos por falta de alimentos,
de agua y
de medicinas), pero la
justicia "distributiva"
no proporciona al ser humano
todo "lo
suyo" que le corresponde.
'Este, además
del pan y más que el pan,
necesita a Dios.
Observa san Agustín: si
"la justicia
es la virtud que distribuye
a cada uno lo
suyo... no es justicia
humana la que aparta
al hombre del verdadero
Dios" (De Civitate Dei, XIX, 21).
"El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús,
que se sitúan en
el debate de aquel tiempo
sobre lo que es puro
y lo que es impuro:
"Nada hay fuera del
hombre que, entrando
en él, pueda contaminarle;
sino lo que sale
del hombre, eso es
lo que contamina al hombre...
Lo que sale del hombre,
eso es lo que contamina
al hombre. Porque
de dentro, del corazón
de los hombres, salen
las intenciones malas"
(Mc 7,15. 20-21).
Más allá de la cuestión
inmediata relativa
a los alimentos, podemos
ver en la reacción
de los fariseos una tentación
permanente del hombre:
la de identificar
el origen del mal
en una causa exterior.
Muchas de las ideologías
modernas tienen,
si nos fijamos bien,
este presupuesto: dado
que la injusticia
viene "de fuera",
para que reine la
justicia es suficiente
con eliminar las
causas exteriores que impiden
su puesta en práctica.
Esta manera de pensar
-advierte Jesús-
es ingenua y miope. |
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Católicos
evangelizadores:
Manual práctico
para extender la
Fe
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La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces
exclusivamente externas;
tiene su origen
en el corazón humano, donde
se encuentra
el germen de una misteriosa
convivencia con
el mal. Lo reconoce amargamente
el salmista:
"Mira, en la culpa
nací, pecador me
concibió mi madre"
(Sal 51,7). Sí, el
hombre es frágil a causa
de un impulso profundo,
que lo mortifica en la
capacidad de entrar
en comunión con el prójimo.
Abierto por naturaleza
al libre flujo del compartir,
siente dentro
de sí una extraña fuerza
de gravedad que
lo lleva a replegarse en
sí mismo, a imponerse
por encima de los demás
y contra ellos: es
el egoísmo, consecuencia
de la culpa original.
Adán y Eva, seducidos por
la mentira de Satanás,
aferrando el misterioso
fruto en contra del
mandamiento divino, sustituyeron
la lógica
del confiar en el Amor
por la de la sospecha
y la competición; la lógica
del recibir,
del esperar confiado los
dones del Otro,
por la lógica ansiosa del
aferrar y del actuar
por su cuenta (cf. Gn 3,1-6),
experimentando
como resultado un sentimiento
de inquietud
y de incertidumbre. ¿Cómo
puede el hombre
librarse de este impulso
egoísta y
abrirse al amor?
En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la
fe en el Dios que "levanta
del polvo
al desvalido" (Sal 113,7)
y la justicia
para con el prójimo. Lo
expresa bien la misma
palabra que en hebreo indica
la virtud de
la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena
de la voluntad del Dios
de Israel; por otra,
equidad con el prójimo
(cf. Ex 20,12-17),
en especial con el pobre,
el forastero, el
huérfano y la viuda (cf.
Dt 10,18-19). Pero
los dos significados están
relacionados,
porque dar al pobre, para
el israelita, no
es otra cosa que dar a
Dios, que se ha apiadado
de la miseria de su pueblo,
lo que le debe.
No es casualidad que el
don de las tablas
de la Ley a Moisés, en
el monte Sinaí, suceda
después del paso del Mar
Rojo. Es decir,
escuchar la Ley presupone
la fe en el Dios
que ha sido el primero
en "escuchar
el clamor" de su pueblo
y "ha bajado
para librarle de la mano
de los egipcios"
(cf. Ex 3,8). Dios está
atento al grito del
desdichado y como respuesta
pide que se le
escuche: pide justicia
con el pobre (cf.
Si 4,4-5.8-9), el forastero
(cf. Ex 20,22),
el esclavo (cf. Dt 15,12-18).
Por lo tanto,
para entrar en la justicia
es necesario salir
de esa ilusión de autosuficiencia,
del profundo
estado de cerrazón, que
es el origen de nuestra
injusticia. En otras palabras,
es necesario
un "éxodo" más profundo
que el
que Dios obró con Moisés,
una liberación
del corazón, que la palabra
de la Ley, por
sí sola, no tiene el poder
de realizar. ¿Existe,
pues, esperanza de justicia
para el hombre?
"El anuncio cristiano responde positivamente
a la sed de justicia
del hombre, como afirma
el Apóstol Pablo
en la Carta a los Romanos:
"Ahora, independientemente
de la ley,
la justicia de Dios
se ha manifestado...
por la fe en Jesucristo,
para todos los que
creen, pues no hay
diferencia alguna; todos
pecaron y están privados
de la gloria de
Dios, y son justificados
por el don de su
gracia, en virtud
de la redención realizada
en Cristo Jesús,
a quien exhibió Dios como
instrumento de propiciación
por su propia
sangre, mediante
la fe, para mostrar su justicia
(Rm 3,21-25).
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La Biblia Católica
para Jóvenes
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¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de
la gracia, donde no es
el hombre que repara,
se cura a sí mismo y a
los demás. El hecho
de que la "propiciación"
tenga
lugar en la "sangre" de
Jesús significa
que no son los sacrificios
del hombre los
que le libran del peso
de las culpas, sino
el gesto del amor de Dios
que se abre hasta
el extremo, hasta aceptar
en sí mismo la
"maldición" que corresponde
al
hombre, a fin de transmitirle
en cambio la
"bendición" que corresponde
a Dios
(cf. Ga 3,13-14). Pero
esto suscita en seguida
una objeción: ¿qué justicia
existe dónde
el justo muere en lugar
del culpable y el
culpable recibe en cambio
la bendición que
corresponde al justo? Cada
uno no recibe
de este modo lo contrario
de "lo suyo"?
En realidad, aquí se manifiesta
la justicia
divina, profundamente distinta
de la humana.
Dios ha pagado por nosotros
en su Hijo el
precio del rescate, un
precio verdaderamente
exorbitante. Frente a la
justicia de la Cruz,
el hombre se puede rebelar,
porque pone de
manifiesto que el hombre
no es un ser autárquico,
sino que necesita de Otro
para ser plenamente
él mismo. Convertirse a
Cristo, creer en
el Evangelio, significa
precisamente esto:
salir de la ilusión de
la autosuficiencia
para descubrir y aceptar
la propia indigencia,
indigencia de los demás
y de Dios, exigencia
de su perdón y de su amistad.
Se entiende, entonces,
como la fe no es un
hecho natural, cómodo,
obvio: hace falta
humildad para aceptar tener
necesidad de
Otro que me libere de lo
"mío",
para darme gratuitamente
lo "suyo".
Esto sucede especialmente
en los sacramentos
de la Penitencia y de la
Eucaristía. Gracias
a la acción de Cristo,
nosotros podemos entrar
en la justicia "más grande",
que
es la del amor (cf. Rm
13,8-10), la justicia
de quien en cualquier caso
se siente siempre
más deudor que acreedor,
porque ha recibido
más de lo que podía esperar.
"Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir
a la formación de
sociedades justas, donde
todos reciban lo
necesario para vivir según
su propia dignidad
de hombres y donde la
justicia sea vivificada
por el amor.
Queridos hermanos
y hermanas, la Cuaresma
culmina en el Triduo
Pascual, en el que este
año volveremos a
celebrar la justicia divina,
que es plenitud de
caridad, de don y de salvación.
Que este tiempo penitencial
sea para todos
los cristianos un
tiempo de auténtica conversión
y de intenso conocimiento
del misterio de
Cristo, que vino
para cumplir toda justicia.
Con estos sentimientos,
os imparto a todos
de corazón la bendición
apostólica".
MESS/CUARESMA 2010/...
VIS 100204 (1560)
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