La Palabra de Dios
y su relación con el leccionario
en la liturgia
católica
Por Luis R. Negrón H.
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sin permiso
Temas:
I. La Palabra de Dios en la historia de la
salvación
II. La Iglesia bajo la Palabra de Dios
III. La antigua y nueva Alianza
IV. Domingo: una tradición apostólica
V. La liturgia de las dos mesas
VI. Las Escrituras en la liturgia de la Iglesia
primitiva
VII. Origen de nuestros leccionarios
VIII. Del Concilio de Nicea al Concilio Vaticano
II
IX. Principios directivos de la organización
del nuevo leccionario
Otras directrices del nuevo
leccionario
os llamados al ministerio de la Palabra tienen como función empaparse de la bendita
y poderosa Palabra de Dios -a través de la lectura y la oración- y
dejarse guiar por el Espíritu Santo para
proclamarla con su ejemplo personal, con
fe y efectividad, al pueblo de Dios reunido
en la asamblea de la celebración eucarística
o Misa y que, como nosotros, está en busca
de su salvación en Cristo Jesús.
En el primer Taller cubrimos
con la hermana
paulina Carmen Christi
la relevancia de la
Palabra de Dios en nuestras
vidas y cómo
incorporar a nuestra lectura
de la Biblia
o del Leccionario el método
de lectura, meditación
y oración conocido como
"Lectio divina" que, aunque de origen antiguo y monástico,
se ha popularizado entre
nosotros los laicos.
I. La Palabra de Dios en la historia de la
salvación
n la historia de la salvación la Palabra de Dios creó todas las cosas y dio la vida a todo
cuanto existe.
Dijo Dios: "Que haya
luz... y hubo luz".
Y así con el cielo, la
tierra, las aguas,
el hombre y la mujer. Y
a cada Palabra del
Dios creador le sigue un
"y así fue"
en el libro del Génesis.
Y es que en los textos hebreos del AT "dabhar",
o sea "palabra", sería el modo
de Dios obrar en la tierra. Para Israel,
el pueblo escogido por Dios, la "dabhar",
o Palabra de Dios, era más un evento, una acción, que una
cosa.
La "Palabra de Dios"
se convirtió
en la conversación creativa
y salvífica de
Dios con el ser humano.
Una palabra que no
es monólogo del Creador,
sino un diálogo
con su criatura; una Palabra
que redime,
mas buscando siempre una
respuesta, una conversación
en forma completa y definitiva
entre los
que la reciben.
En el libro de Isaías (Is
55. 10-11) encontramos
un ejemplo testimonial
de la efectividad
de esta Palabra de Dios:
"Así como la
lluvia...".
Durante más de mil
años, el pueblo judío
fue convocado por
la Palabra de Dios
como
pueblo de su pertenencia
para proclamar las
obras de Dios y poner
en práctica sus mandatos
y preceptos (Dt 27,
9-10; Sal 95, 1.7-8;
Heb 3, 7-11).
Pero he aquí que
"al llegar la
plenitud
de los tiempos"
(Gal 4, 4), "la
Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros"
(Jn 1, 1-14). Hasta
ese momento Dios
"había
hablado a nuestros
antepasados de muchos
modos por medio de
los profetas, ahora
nos
habla en la persona
de Cristo" (Heb
1, 1-2). El Padre
mismo nos lo presentó
diciendo:
"Éste es mi
hijo amado, escúchenle"
(Mc 9,7). |
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Alegría Alegría:
La Santa Misa nuestra
celebración familiar
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Ahora la misma Palabra de Dios encarnada, Cristo Jesús, procedería a enseñarnos
cómo acercarse a Él para
conocerle y exponernos
al misterio de la salvación,
y descubrirlo
al leer las Escrituras
del AT (Flp 3, 10;
Lc 24, 25-27.32, 44-48).
Cristo se nos revela
así como el centro de las
Escrituras; de
Cristo podemos recorrer
el AT y encontrarlo
en los tiempos de la Promesa
y regresar al
Nuevo en la continuidad
de la historia de
la salvación, en el cumplimiento
del designio
del Padre (Ef 1, 9: 3,
9-11).
II. La Iglesia bajo la Palabra de Dios
Y lo que la mente nuestra,
limitada y torpe,
sólo podría catalogar como
locura de amor,
lo explica Juan con ese
"tanto amó Dios
al mundo que dio a su Hijo
Unigénito para
que todo aquél que cree
en Él no muera, sino
que tenga vida eterna"
(Jn 3, 16).
Ya no seríamos un mundo
a la deriva, sin
esperanza, sino que la
Palabra de Dios encarnada nos convoca como pueblo de su
pertenencia en asamblea
pascual litúrgica
para anunciar el Evangelio,
o sea, la Buena
y gran noticia a todas
las gentes (Mt 28,
18-20), -que es lo que
significa Evangelio- sin las barreras de la ley mosaica.
III. La antigua y nueva Alianza
El pueblo del AT se reunía
cada año delante
del Arca de la Alianza
que contenía; las
tablas de la Ley, palabra
permanente del
Señor, y el vaso del maná,
comida de salvación
para el pueblo (Ex 25,
10.16); Dt 10, 1.5).
Y ahora, la misma realidad
transformada por
Cristo, sella una nueva
Alianza: con el verbo
o Palabra encarnada y su
nuevo maná eucarístico
que da vida eterna y en
abundancia.
Tras la resurrección de Cristo, ocurrida
el primer día de la semana, los cristianos
helenistas -o sea, los que había adoptado
la cultura griega-, se irán apartando de
la sinagoga judía para reunirse en asamblea,
alrededor de la mesas en sus casas privadas,
para compartir el pan de vida de la Palabra
y conmemorar la inolvidable fracción del pan.
Las palabras "El que
me ama guardará
mi Palabra..." (Jn
14, 15) y aquellas
de "hacer esto en
memoria mía"
de la Cena Pascual, aún
resonaban vivas,
y fueron incorporadas prontamente
en aquella
Iglesia primitiva, de los
primeros siglos.
IV. Domingo: una tradición apostólica
En el cap. 1, versículos
9-10 del Apocalipsis,
dice: "Yo Juan...
fuí arrebatado en
espíritu el día del Señor"
(Ap 1, 9-10).
El primer día de la semana
pasó a ser el
"Kyriaké", palabra
griega que significa
"día del Señor",
del que pasaría
al latín (dies Domini)
y de ahí al español
como "domingo".
Contrario a los pueblos
eslavos, anglos,
germanos y sajones, entre
otros, que continuaron
llamando al primer día
"el día del Sol"
(Sonntag, Sunday...), las comunidades de nuestros antepasados
en la fe, procedentes de
las culturas del
Mar Mediterráneo, lo llamarían
y seguimos
llamándole "domingo",
el día del Señor, el día de la Cena del Señor (I Cor, 11,
20).
En aquellos primeros domingos, o días del Señor, nació nuestra liturgia
de la Palabra y de la Eucaristía,
las dos
partes de nuestra celebración
dominical,
la Misa.
V. La liturgia de las dos mesas
Nunca este pueblo de Dios
(o sea, nuestra
Iglesia) olvidará los eventos
salvíficos
dichos o realizados por
N.S. Jesucristo acontecidos
antes de su pasión y muerte,
y tampoco los
ocurridos después de su
resurrección, que
dieron vida a nuestra liturgia.
Nuestra Iglesia
Católica es una Iglesia
de la memoria.
El encuentro en el camino
en Emaús recalcó,
por así decirlo, el orden
litúrgico a seguir
nuestra Iglesia (leer Lc
24, 13-35).
Por faltos de comprensión
y lentos para creer
necesitamos -desde la mesa
del ambón- repasar
y recordar las Escrituras
con sus pasajes
mesiánicos y de los profetas
que nos hablaban
de Él, como lo hacemos
en las lecturas sagradas
durante la liturgia de
la Palabra. Luego,
tras reafirmar esa fe recitando
el Credo,
nos movemos de la mesa
del ambón a la mesa
del altar para la liturgia
de la Eucaristía
y procedemos como en Emaús,
a dar gracias,
y a la fracción del pan,
donde ya lo reconocemos.
VI. Las Escrituras en la liturgia de la Iglesia
primitiva
Nuestros antecesores en
la fe cristiana se
sentaban alrededor de la
mesa para escuchar
las Escrituras, que consistía
en lecturas
del AT. Eventualmente fueron
incorporando
las cartas o epístolas
-que con tanta especial
veneración conservaban-
escritas por san
Pablo: a los Romanos, a
los Corintios, a
los Gálatas, a los Efesios,
a los Filipenses,
a los Colosenses, a las
comunidades en Tesalónica,
a Timoteo, a Filemón; la
carta o disertación
a los Hebreos; la carta
de Santiago que termina
como sermón dirigida a
todos los creyentes
esparcidos por todo el
mundo; la carta de
san Pedro a las diversas
comunidades; la
carta de s. Juan cuyo tema
central es el
amor, y la que también
envió afectuosamente
a Gayo, un líder cristiano
de aquella época;
o a la carta de s. Judas.
De igual modo, posteriormente,
fueron incluyendo
los Evangelios y el libro
del Apocalipsis.
En los siglos IV y V fueron todos estos escritos declarados por
la Iglesia Católica como
inspirados por el
Espíritu Santo e incluidos
en el canon, formando
los libros del AT -escritos
en griego y conocidos
como de los LXX-, los que componen hasta el día de hoy nuestra
santa Biblia católica,
de 73 libros. Esto
es: 46 del AT y 27 en el
NT. Las iglesias
protestantes, a partir
del siglo XVI al día de hoy, eliminaron de las Escrituras
los libros de Tobías, Judit, Ester, I y II de los Macabeos, Eclesiástico, Sabiduría,
Baruc y Daniel (adiciones). En décadas recientes,
en varias de sus nuevas ediciones, dichos
libros están siendo incluidos.
El término "Testamento"
corresponde
al hebreo "berit"
y al griego "diatheké"
que significan pacto, alianza.
VII. Origen de nuestros leccionarios
Las lecturas de las Sagradas
Escrituras -en
forma de rollo o en fragmentos
de papiro
cosidos por un lado - seguían
el ritual de
la sinagoga judía (Lc 4,
16-21) en muchas
de estas comunidades cristianas,
donde un
encargado entregaba el
volúmen a un lector.
Éste, comenzaba a leer
en el punto donde
había terminado la lectura
en la asamblea
precedente, lo que se conoce
como lectura continuada. Más tarde, estas listas de anotaciones
y textos selectos fueron
copiados para adaptarlos
al calendario, y asignarlos
a días y festividades
que iban siendo añadidas
al año litúrgico.
A esta labor de sistematización
de lecturas
bíblicas en el leccionario
se le denomina lectura temática.
Conocemos indicios de estos
ordenamientos
fijos de lecturas analizando
las homilías
de s. Ambrosio de Milán
(340-397), de san
Agustín (354-430), de san
Cesáreo de Arlés
(470-543) y de otros Padres
de la Iglesia
de estos siglos IV y V.
Y, así, en la Iglesia de
la memoria santa,
nacieron nuestros leccionarios,
para proclamar,
recordar y vivir, según
la sensibilidad espiritual
e histórica de los distintos
pueblos cristianos
del mediterráneo, el misterio
de la salvación.
El conocimiento del leccionario
es, pues,
fundamental para comprender
qué celebra y
qué vive la Iglesia en
cada día.
VIII. Del Concilio de Nicea al Concilio Vaticano
II
Antes del Concilio de Nicea,
del año 325,
sólo había un leccionario
para los días festivos
religiosos, mientras que
las lecturas dominicales
simplemente seguían un
plan de lectura continuada
de libros de la Biblia,
unos detrás del otro.
Hacia el siglo VI las lecturas fueron limitadas a dos. Los
leccionarios organizados
más sistemáticamente
en conjunción al año litúrgico
comenzaron
en el siglo XIII.
El Concilio de Trento,
de 1545-1563, proveyó
nuevas normas para el leccionario
que duraron
inalteradas por casi cuatro
siglos. El llamado
Misal de Pío V preparado en el siglo 16, de sólo un ciclo
anual y con otros cambios,
contribuyó al
mejoramiento de lecturas
del leccionario
tridentino, pero todos
se quedaron cortos
ante la gran reforma litúrgica
del actual
llamado "Leccionario de
la Misa",
tras el Concilio Vaticano
II con Juan XXIII. Este dio lugar al más abundante leccionario
de la Misa de toda la historia
de la liturgia
romana, sin contar los
no menos ricos leccionarios
de los rituales de los
sacramentos y el de
la liturgia de las horas.
El actual orden
de lecturas de la Misa
entró en vigor el
30 de nov. del 1969, juntamente
al Ordo Missae (orden del Misal), bajo el papado de Pablo
VI.
IX. Principios directivos de la organización
del nuevo leccionario
Los principios directivos
de la organización
del leccionario son, entre
otros:
- 3 lecturas en los domingos
y fiestas: a
las que se les llama "profecía",
o sea la 1ra. lectura tomada
del AT (excepto
en el Tiempo Pascual que
se lee del libro
de los Hechos de los Apóstoles;
la segunda
denominada "apóstol"
con una de
las cartas (a cuyos destinatarios
mencioné
anteriormente) escritas
por Pedro, Pablo,
Santiago, Juan y Judas
(la 2da. y 3ra. de
Juan y Judas se leen durante
la semana);
y la tercera lectura "Evangelio".
Otras directrices del nuevo leccionario
- 3 ciclos de un año cada
uno para el leccionario
dominical y festivo; estos
son el ciclo o
año "A" (con
lecturas del Evangelio
de s. Mateo), ciclo o año"B"
(tomadas
del evangelio de s. Marcos),
y el "C"
de san Lucas. El evangelio
de san Juan es
incluido especialmente
en Cuaresma y Pascua,
y en varias semanas del
ciclo o año "B"
por ser el evangelio de
Marcos el más corto,
con 16 capítulos.
- También se estipuló: un ciclo de 2 años
para el leccionario ferial del Tiempo durante
el año o Tiempo Ordinario; independencia
y complementariedad del leccionario ferial
respecto al dominical; posibilidad de selección
de lecturas en las misas rituales, del común
de los santos, votivas, por diversas necesidades
y de difuntos; convocación del uso tradicional
de algunos libros de las Escrituras en determinados
tiempos litúrgicos; mayor presencia del AT;
recuperación de algunos textos evangélicos
ligados al catecumenado, etc. Las fiestas
mayores del Señor, de María y ciertos santos
-Pedro, Pablo, Juan Bautista- también tienen
sus lecturas específicas.
Una de las novedades que
aportó la reforma
litúrgica del Concilio
Vaticano II en el leccionario de la Misa y de los sacramentos
ha sido el Salmo responsorial
o gradual.
Este salmo debe ser cantado
por un salmista,
de manera que la asamblea
se una por medio
de la respuesta.
Una reciente edición del Leccionario de la
Misa en 1977 lo distribuyó en 4 volúmenes,
más refinado, con algunos textos adicionales,
un nuevo formato aunque sin cambios de naturaleza
sustancial. El usado más frecuentemente los
domingos es el volumen I, que contiene los ciclos o años A, B, C,
solemnidades y fiestas
del Señor y los Santos.
Los vol. II y III contienen las lecturas de las semanas. El
IV volumen contiene el Común de los Santos, Ritual de las Misas, misas por necesidades particulares u ocasionales,
misas votivas y misas de los difuntos.
En 1993, se preparó un
leccionario para Misas
con los niños con el propósito
de envolverles
en la participacion de
las celebraciones
litúrgicas, pero no está
asignado a ser usado
los domingos.
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