Barranquitas
por Abelardo Díaz Alfaro
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El Josco por Abelardo Díaz Alfaro
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UESTA DE LA GUITARRA, como si el paisaje se hiciera cuerda del
viento, para llegar a tus lomas. Torrecilla
que apuntalas al cielo en voluntad de flecha
indígena. Cuesta de La Loma y camino de la
Vega. Barranquitas, pueblo de Luis Muñoz Rivera y reclinatorio
de don Mariano Abril. Al evocarte, la prosa se hace verso de
flores de geranios. Los geranios de Barranquitas
que se prenden como botonazos de luz en las
balconadas antiguas. Estas casas memorables.
Esa casa de Jobito, la casa de doña Carmen
Miranda, la de Vasco Belaval y la de mi amigo
el gran Augusto Gasparini.
Si quieres, peregrino, conocer la tierra nuestra, por la Cuesta
de la Guitarra en bordón de tabacales, allégate
a Barranquitas. Allí te sentirás como fuera
de la tierra y su miseria. Voces antiguas
te brindarán el hogar sencillo con palabras
que saben a pomarrosas. Esos pomarrosales
que desde la plaza se contemplan sobre los
cerros de un verde tierno. El río circunda
al pueblo, lo aprieta como anillo de plata.
Peregrino, siéntate allí en el café de Graciani,
y deja que corran las horas sorbiendo una
taza de café criollo, mientras miras la plaza
pequeñita, llena de flores criollas, y contemplas
la iglesia imponente sobre el pueblo, con
su santo con la mano levantada, como protegiendo
el pueblo pequeño y grande en la historia
de Puerto Rico.
¡Qué hombres, qué tipos dan estas alturas! ¿Como es que no se han contaminado con la
balumba de la costa? Es el aire, el aire
puro, el aire ese que se pone a juguetear
con los herbazales de La Loma y con los helechos
gigantes de 'Botijas'. Las nubes pasan muy
cerca del pueblo. Y parece como si uno pudiera
tocar las estrellas bajas. Los pueblos de
la altura se acercan más a Dios. Hay en el
cuerpo una voluntad de hacer el bien. Este
paisaje, en pomarrosales de oro viejo, con
las lomas en verde primigenio, con los tabacales
mirando al pueblecito por las hojas del platanar,
tuvo que alentar en el pecho de Muñoz Rivera
ansias de purificación. De descender al llano,
como Cristo del monte, para redimir a su
pueblo. Estos parecen nombres de trasfiguración.
Penetro en la casa donde naciera don Luis Muñoz Rivera. Todo está igual que
aquel día memorable y luctuoso. La cama donde
muriera, el baño, el carro, en que su cuerpo
venerado fue llevado por el pueblo en peregrinación
inolvidable. Coronas que aún lucen las dedicatorias
borrosas. Unas enseñas, unos dibujos y su
retrato, que manos de mujer bordaron con
cabellos femeninos. Leo un verso significativo,
que el bardo del llano, Virgilio Dávila,
dedica en la muerte de don Luis Muñoz Rivera,
a Barranquitas. Es un soneto perfecto, emocionado.
Es el poeta del llano que llora la muerte
del cóndor de alturas.
En época histórica y lejana,
a Luis, rumbo a la lucha despediste,
y, "vencedor o muerto" le dijiste,
del modo que a sus hijos la espartana.
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Camino de los cerros, de los pueblos pequeños como nidos de guaraguao,
ha llegado la purificación de los pueblos.
Allí está el prócer entre flores lilas, geranios
rojos, marimoñas gualdas, entre "pensamientos"
como mariposas fantásticas. El cruzado parece
que tenía el empeño de retornar, como decía
el poeta Dávila: "Vencedor o muerto".
Y sobre su lápida, se lee:
No caeré, mas si caigo, en el estruendo
rodaré bendiciendo la causa en que fundé
mi vida entera,
vuelta la faz a mi pasado,
y como un buen soldado,
envuelto en un girón de mi bandera. |
El prócer retornó del llano, pero muerto. Una caravana compungida y
dolorosa lo trajo un día al pueblo de alturas,
al pueblo de las pomarrosas y las flores.
Virgilio Dávila, con dramatismo doloroso,
recoge en un soneto este momento inenarrable
de la vida puertorriqueña.
Llega a tus puertas hoy la caravana,
de todo un pueblo desolado y triste,
a devolverte el hijo que le diste,
gloria y estirpe de la raza humana. |
Busco afanosamente por el pueblo a mi amigo Augusto Gasparini.
El gran Augusto Gasparini. El que vive en
los altos de la casa donde naciera el patricio.
Me habla entusiasmado de don Luis Muñoz Rivera
y de don Mariano Abril. Es como si estuvieran
presentes. El tiempo en las alturas como
que no pasa. Me cuenta la historia de su
vida llena de aventuras. De aventuras mínimas,
como las del Corso glorioso, ahítas de aventuras
ingentes. Vino de Córcega. Me muestra una
fotografía borrosa de su madre campesina
con una cabra montaraz al lado. De Córcega
partió muy joven para Tolón. De Tolón vino
a Puerto Rico. Llegó a casa de unos familiares
en Barranquitas. Quiso retornar a la isla
heroica, y se fue a pie por los cafetales,
queriendo llegar a Córcega. Se echó unos
granos en rubíes de cafetales, para llevarlos
en regalo a sus paisanos. Y lo encontraron
llorando cerca del cerro Torrecillas su empeño
de retorno. Un retorno que nunca logró. Aquí
los ojos claros de mar, se le nublan. Pero
se afincó la tierra de pomarrosales, de flores
encendidas. Levantó una familia. Se hizo
de dinero. La ruina tocó a su puerta. Pero
conserva el ademán de reto, el gesto hidalgo,
la palabra elegante. Es, como él dice en
sus momentos de libaciones: "el gran
Augusto Gasparini". Me dijo: "Díaz
Alfaro, el día que se escriba la vida de
Barranquitas, no se puede escribir ésta sin
que aparezca el nombre del gran Augusto Gasparini".
Y va el trazo en promesa incumplida. Y es
que los pueblos no lo hacen sólo los próceres,
sino también los Augustos Gasparini. Lo vi
más triste. La muerte de Jobito, el de la
casa de hospedaje lo dejó mustio. Gran Augusto
Gasparini, grande en la historia del pueblo,
como el Águila Imperial en la historia de
Marengo, de Austerlitz, de Waterloo.
El pueblo se moderniza. Pero las gentes no cambian. Allá está Vasco
Belaval, pausado, fino, dictando sus recetas.
Graciani, mira con la cabeza inclinada, y
lanza una broma cuando entra Gasparini. Pasan
unas gentes veraneantes, que huyen del llano
y su canícula. Se curan males viejos. Males
que son más del alma que del cuerpo. Los
carros se detienen. Las mujeres piden unos
hijos de geranios, de pensamientos, de marimoñas.
Pobres flores trasplantadas al llano. El
que llega hasta aquí le gustaría quedarse
para siempre. Quedarse uno sentado en los
bancos cerca del Club Cívico y Recreativo.
Mirando los cerros, las flores, y el Torrecillas
en voluntad de flecha indígena.
Aquí tenía que nacer don Luis Muñoz Rivera: El que un día bajó al llano a luchar. Y
retornó "vencedor y' muerto".
Aquí está sobre un tálamo de flores,
Dolorosa, aquí tienes a tu hijo,
aquí lo tienes, vencedor y muerto.
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