Dos cartas de Luis Muñoz Rivera
a Mariano Abril
Washington, junio 30 de 1916.
Carta de Luis Muñoz Rivera a José de Diego
Muñoz Rivera: Lo que fui, lo que soy...
i querido Abril:
Leí en La Democracia que vuelve usted a Barranquitas. ¡Cómo le
envidio ! Si pudiera yo
fabricar en esas
alturas, no un palacio,
ni un palacete, sino
una pequeña casa con baño,
volvería también
a mis abruptas montañas
y quizá para siempre.
No puedo. Ahora mi situación
económica es
más estrecha que hace veinticinco
años, cuando,
el 10 de julio de 1890,
empecé a vivir del
periodismo en Ponce. Y
de usted no hay que
hablar. Nosotros debimos
nacer en un villorrio
de Bohemia. Y nadie nos
librará de ser, hasta
la muerte, unos luchadores
trashumantes por
los propios ideales y por
los ajenos intereses.
Recibí, allá en marzo,
una carta suya y procedí
de acuerdo con sus indicaciones.
Recibí un
retrato suyo y un grupo
con el marco de un
paisaje espléndido. Los
conservaré cariñosamente,
cerca de mí para contemplarlos
a menudo.
Usted no sabe de qué modo
busco alivio en
los recuerdos gratos de
los viejos días alegres.
Dígame ahora algo de Barranquitas. ¿Se instaló ya el acueducto? ¿Funciona
de una manera eficaz? ¿Veranea
mucha gente
ahí?
Y dígame también algo de
política: su pensamiento,
su impresión sobre el pitiyanquismo,
él...,
etc. Nuestro pobre país
no acaba de atravesar
el istmo del personalismo,
aún habiendo dejado
atrás el del despotismo.
Estoy trabajando por el bill Jones, que no es bueno, pero que es lo mejor a
nuestro alcance. ¡Qué difícil sacarlo a flote
entre el mare magnum de asuntos legislativos que agobian al Congreso?
Confío en que lo sacaré.
Escríbame, escríbame pronto.
Hágame una crónica
íntima y mándemela.
Un fuerte abrazo,
L. Muñoz
Washington, agosto 8 de 1916.
i querido Abril:
Llega ahora su carta del día 10 con detalles sobre Barranquitas,
que me alegran mucho, mucho. No sé si en
mí influyen reminiscencias románticas de
mi remota juventud; pero esas montañas, y
ese riachuelo, y esas noches estrelladas
de Barranquitas traen siempre a mi espíritu
una melancolía dulce y soñadora. Para mis
últimos años, que ya serán pocos, quisiera
un pedazo de esa campiña cubierto por un
pedazo de ese cielo. ¡Quién sabe si tampoco
lograré plantar la quinta y la era, y el
jardín, y el palomar.
Usted, más bohemio que yo, es más feliz que
yo. Ahora ha muerto ahí
Mercedes Villaronga,
una de las mejores amigas
mías de otros tiempos.
Una santa mujer, de la
familia Villaronga, de Ponce, prima de Gabriel y Eduardo.
¿De política? Si supiera usted cómo me cansa, al convencerme
de que sólo guardo para mí traiciones y desencantos.
Ya hablaremos; no en San Juan, sino ahí arriba,
a la sombra de un árbol, en la paz de una
tarde fresca y en la intimidad de un afecto
que duró un tercio de siglo y que no morirá
sino con nosotros, que todavía somos dos.
Sus observaciones sobre la política son exactísimas
y coinciden con mis juicios...
Lo que triunfará
es el socialismo con el
arma del sufragio.
Es inevitable. Y es justo...
Suyo, abrazándole,
L. Muñoz
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