Carta de Luis Muñoz Rivera
al presidente de la Cámara
de Delegados,
José de Diego
24 de marzo de 1914
Muñoz Rivera: Lo que fui, lo que soy...
Carta de Muñoz Rivera a Mariano Abril
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Luis Muñoz Rivera
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i querido De Diego:
Anoche recibí su carta, por special delivery con una copia del Memorial para el Congreso.
Esta mañana la cablegrafié
como sigue:
«Recibido, leído memorial,
lo endoso de corazón.
Envíelo pronto a los Presidentes
de ambas
Cámaras. Mande tirar quinientos
folletos
para los miembros.»
El Memorial es sobrio, claro y firme. Lo atenderán o no. Yo opino que no to atenderán.
Pero mientras tanto habremos cumplido un
deber imperioso, en absoluto ineludible.
Nos imponen la ciudadanía
porque quieren
ligarnos a la República
for ever. Es un propósito arréte; que no cambiará
a menos que el Senador
Root amenace con hacer
una campaña. Yo trabajaré
ese asunto á outrance, lo mismo que trabajaré contra el veto absoluto,
que es una iniquidad.
Fíjese en las palabras de Mr. Jones en los hearings. «La independencia es una
idle dream del partido unionista.» Mr. Jones, nuestro
mejor amigo en Washington,
declaró eso; Mr.
Jones, el paladín, el soi dissant paladín de la independencia filipina. En
mi discurso -debate general
del bill - responderé a las palabras tremendas con
que se pretende asesinar
la suprema aspiración
de un pueblo. Y responderé
también a otras
palabras que el Secretario
de la Guerra lanzó
a mansalva, cuando no se
podía contestarle.
Y si mi discurso mata el
bill, salvaré, por
lo menos, el honor de Puerto
Rico.
Marcho con prudencia, marcharé
con prudencia
en tanto que reste una
esperanza de gobierno
propio. Porque el gobierno
propio lo admito,
aún con ciudadanía americana.
En más de una
oportunidad hemos discutido
ese punto usted,
Herminio Díaz y yo, sosteniendo
yo que la
ciudadanía, ni impedirá
a nuestros compatriotas
defender la independencia,
ni impedirá al
Congreso otorgarla. Ahora
tengo en mi abono
la opinión del Juez Towner,
representante
de Iowa en la Cámara. Esa
opinión está en
los hearings. Y el Juez Towner es un jurista de gran
prestigio. En el Comité
de asuntos insulares,
es el chairman, el ranking member de la minoría republicana. El declaró que,
siendo nosotros ciudadanos,
nos será dable,
sin cometer un delito de
traición, seguir
luchando por nuestra nacionalidad.
Fíjese en todos los signos. El bill se elaboró en la Secretaría de
la Guerra. La Secretaría de la Guerra lo
empuja. Y el Gobernador vino a Washington,
llamado por el bureau, para que no fuera el bill del Resident Commissioner, sino el del General MacIntyre, el discutido
en el Comité y en el hemiciclo.
Nadie nos
ayuda. Nadie nos sostiene.
Ninguno de los
cuatro demócratas que visitaron
la Isla quemará
un cartucho por nuestras
libertades. Ningún
senador, ningún representante,
está con nosotros.
Ningún periódico se ocupa
de nosotros ni
acoge nuestra propaganda
ni acogerá nuestra
protesta. La máquina funciona
y la máquina
es omnipotente.
Si consiguiéramos suprimir
el veto absoluto,
crearíamos magníficas condiciones
para el
futuro combate por más
amplios progresos.
La mayoría lo sabe. Y convierte
el veto absoluto
en una condición sine qua non, anulando así el influjo de la Legislatura.
En este momento, y dado
que el bill, en su
forma actual, no es digno
de nosotros y tendremos
que hostilizarlo, me inclino
a creer que
el bill no pasará y que
el acta Foraker se
perpetuará como se perpetúan
siempre sobre
nuestra pobre patria las
maldiciones del
infierno. Acuérdese de
la profecía siniestra
de aquel Fray Ángel, citada
tantas veces
en la prensa de Puerto
Rico.
Usted se siente triste. ¿Y yo? Yo necesito realizar esfuerzos enormes de
voluntad para mantener una calma estoica
y no llegar al fin mientras no llegue el
fin. Nadie sabrá nunca lo que he sufrido
en estas agonías del Capitolio. Pero, más
que ninguna angustia, pesa en mi espíritu
la de sospechar que unos pocos compatriotas
duden de mí. En treinta años de pelea incesante,
he demostrado que en mí se debe poner, que
yo merezco, ilimitada confianza. Siento los
golpes y guardo silencio. Algún día lo romperé,
si es que mi conciencia y mi patriotismo
no me exigen que caiga en la muerte sin hablar,
sin gritar, como un último sacrificio por
la tierra a que consagré y consagro mi vida.
En este correo van para usted, Barceló, Giorgetti,
D. Navarro, etcétera, ejemplares del bill
Jones ya corregido, en su forma definitiva,
según suba al floor. Lo reintrodujo Mr. Jones el día 20. En
la página 25, línea 24,
se exige la ciudadanía
americana a los que de
aquí en adelante se
inscriban electores. Es
la imposición de
un Garrison, a la cual
se rinde el Comité
con cierto disimulo. Y
en la página 26, línea
24, se exige que el Resident Commissioner sea la Bona fide Citizen of the United States. Es la represalia directa, contra mí, por
mis declaraciones del Hearing.
No me queda tiempo, para
escribir a los otros
amigos. Enseñe ésta a Barceló,
Giorgetti,
D. Navarro... Y no a todos
pues las voces
pesimistas han de quedar
entre los que poseen
valor para no desalentarse.
Suyo, un abrazo,
L. Muñoz
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