El ángel del autobús
Por José Luis Martín Descalzo, presbítero
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E SUCEDIÓ EN ROMA hace ya algunos meses. Una tarde de noviembre,
cuando asistía como periodista
a una de las
sesiones del último sínodo
de obispos, iba
yo, con mi crónica en el
bolsillo, camino
de la central del telex
para transmitir mis
noticias al periódico.
Y he aquí que, en
una de las paradas del
autobús, que iba casi
desierto, una barahúnda
de chiquillas, con
sus vivos gritos y sus
trajes de colores
chillones, se coló dentro,
como si de un
hato de cabritillas se
tratase. «Diecinueve
entradas», pidió la monja
que las acompaña.
Y de pronto el autobús
se convirtió en una
ensaladera de bullicio.
Fue entonces cuando la pequeña se acercó a
mí con su libreta en la
mano. Aún, la estoy
viendo: su abriguito rojo,
el pelo castaño,
recogido al fondo de la
nuca, unos vivarachos
ojos negros.
-- ¿Qué es para usted la
Navidad? -me preguntó.
La miré por un momento desconcertado, sin
entender a qué venía aquello.
-- Es que nos han mandado
en el colegio que
hagamos una encuesta.
Entendí. Las dieciocho
chiquillas enarbolaban
sus terribles bolígrafos
y sus cuadernillos,
dispuestas a asaetearnos
a todos los viajeros
del autobús y a todos los
peatones de Roma
si fuera necesario.
-- ¿Qué es para usted la
Navidad? -insistía
la chiquita.
Me era difícil contestar de prisa a esta pregunta.
Decir simplemente: «Navidad
son los días
más bellos del año», hubiera
sido cómodo.
Y tal vez la cría se hubiese
alejado satisfecha,
pues ella no buscaba tanto
recibir respuestas
interesantes cuanto el
poder decir a la monja
que había entrevistado
a trece en lugar de
doce.
Podía también contestar
que «Navidad son
los días de vivir en familia».
Pero entonces
tendría que añadir muchas
explicaciones.
Pensaba en mi madre muerta
años antes. Recordé
qué distintas eran las
Navidades «con ella»
y «sin ella». ¿Debería
entonces explicar
a la niña que no hay una
Navidad, sino muchas,
y que cada Navidad es irrepetible
dentro
de nosotros?
¿O tal vez... ? ¿No decepcionaría yo a esta
niña si no le daba una
respuesta religiosa,
yo, sacerdote? ¿Debía entonces
contestarle
que cada Navidad era como
una vuelta de Jesús
a nosotros? Pero pensé
que en este caso debería
añadirle que para mí, sacerdote,
Navidad
lo era cada mañana, en
mis manos, a la hora
exacta de la consagración.
Miré a la pequeña que me
esperaba aún con
sus grandes ojos abiertos
y su bolígrafo
posado ya sobre su libreta.
Sí, pensé: tal
vez debería explicarle
yo ahora «mi» definición
personal de la Navidad:
«Son los días en
que cada hombre debe resucitar
dentro de
sí lo mejor de sí mismo:
su infancia.» Pero
¿entenderla la pequeña
mi respuesta, ella
que, con toda seguridad,
estaba ya deseando
convertirse en «señorita»,
dejar lejos su
infancia y su colegio,
peinarse con una hermosa
melenita y abandonar las
medias rojas?
Estaba allí con sus grandes ojos, como un
pequeño juez, expectante,
ansiosa de mi respuesta.
Fui vulgar. Dije: «Navidad
son los días más
hermosos del año.» Y vi
cómo la cría copiaba
mi frase, feliz, simplemente
porque, buena
o mala, allí tenía una
respuesta más para
transcribirla mañana en
su ejercicio.
-- ¿Qué quiere usted decir cuando dice «felices
pascuas»?
La pequeña seguía mirándome, inquisitiva,
como si tuviera perfecto
derecho a mis respuestas.
Y otra vez me encontré
encajonado en aquella
segunda pregunta que debía
contestar a bocajarro.
¿Qué es lo que yo quería
decir cuando digo
felices pascuas? Nunca
me lo había preguntado
a mí mismo. Son frases
que se dicen y escriben
a derecha e izquierda sin
pensarlas. Pero
¿qué es lo que verdaderamente
deseo cuando
hago ese augurio? ¿Deseo
felicidad, salud,
dinero, paz, bienestar,
hondura cristiana,
serenidad de espíritu?
Tal vez debía responder
que deseo una cosa distinta
cada vez que
lo digo: que al pobre le
deseo un poco de
segura tranquilidad; que
al joven gamberro
le deseo algo de la serenidad
que tiene su
padre y a su padre le deseo
la vitalidad
que tiene su hijo; que
a la monja le deseo
la potencia apostólica
que tiene mi amigo
el jocista y que a mi amigo
el jocista le
deseo la visión sobrenatural
que tiene la
monja. Pero todo esto era
demasiado difícil
de explicárselo a la pequeña
periodista que
esperaba allí, bolígrafo
en ristre, mientras
nuestro autobús trotaba
por las calles de
Roma.
-- Paz -le dije-, cuando digo «felices pascuas»
deseo ante todo paz.
La pequeña copió de nuevo mis palabras. Me
dio las gracias. Y se marchó
corriendo hacia
el fondo del autobús, donde
la esperaban
sus compañeras.
--¿Qué te ha respondido,
- qué te ha respondido?
-oí que le preguntaban.
Y luego seguí escuchando sus comentarios infantiles,
gritados a dieciocho voces:
--Yo ya tengo once.
-- Yo sólo dos. En mi casa
son todos unos
sosos.
-- Es que yo pregunté a
los vecinos del piso
de arriba...
-- Hombre, así cualquiera...
El autobús había llegado ya a mi destino y
bajé de él. Las periodistillas
siguieron
viaje y vi cómo estudiaban
los rostros de
los nuevos viajeros que
entraban, cavilando
sobre a quiénes podrían
hacer víctimas de
su inocente atraco.
Cuando me alejé, las calles me parecieron
distintas. Faltaban aún
casi dos meses para
la Navidad, pero, de pronto,
alguien me había
chapuzado en ella. Y la
niña del abriguito
rojo me pareció un ángel
anticipado para
anunciarme el gozo que
llegaba.
¿Qué es para ti la Navidad?, me pregunté. Ahora
ya no debía contestar con
prisa, puesto que
nadie esperaba mi respuesta
libreta en mano.
Ahora había que contestar
de veras. Ahora
era necesario descubrir
si después de cincuenta
y tantas Navidades vividas
en este mundo
seguía yo aún sin saber
qué era aquello.
Deambulé por las calles como un sonámbulo.
Y desde entonces me ha
ocurrido muchas veces:
estoy reunido con mis amigos
y, de repente,
me quedo como transpuesto.
Alguien estalla
entonces, riéndose de mí,
y dice que estoy
en el limbo. Y no es verdad:
es que sigo,
sigo tratando de encontrar
la respuesta a
las dos preguntas de la
chiquilla. Porque
son importantes.
¿Y la he encontrado? Todavía no. Habrá que
darle aún muchas vueltas
en la cabeza. Pero
estoy completamente seguro
de que si este
año entiendo la Navidad
un poco mejor y si
saludo a mis amigos con
un felices pascuas
menos frívolo..., la culpa,
la deliciosa
culpa, será de aquella
chavalilla del abrigo
rojo, mi ángel del autobús
romano que me
anunció la Navidad anticipadamente.
CARTA DEL NIÑO RATZINGER A JESÚS EN LA NAVIDAD
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