LA PASTORAL DE LOS DIVORCIADOS
Recomendaciones del Pontificio Consejo para
la Familia
Ministerio para divorciados
Oficina de Ministerios
para la familia; arquidiócesis
de Chicago
Anulando un matrimonio: preguntas y respuestas
Arquidiócesis de Chicago
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«Estos hombres y estas mujeres deben saber
que la Iglesia los
ama, no está alejada de
ellos y sufre por
su situación. Los divorciados
vueltos a casar son
y siguen siendo miembros
suyos, porque han
recibido el bautismo y
conservan la fe cristiana»
(n. 2).
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ueremos expresar nuestra fe en el sacramento
del matrimonio: unión definitiva
de un hombre
y una mujer bautizados
en Cristo; unión ordenada
a la acogida y a la educación
de los hijos
(ver Gaudium et spes, 48).
Constatamos que el sacramento
del matrimonio
constituye una riqueza
para los mismos esposos,
para la sociedad y para
la Iglesia. Implica
una maduración bajo el
signo de la esperanza
para los que desean robustecer
su amor en
la estabilidad y fidelidad,
con la ayuda
de Dios que bendice su
unión. Esa realidad
redunda en beneficio también
de todas las
demás parejas.
En muchos países, los divorcios se han convertido
en una auténtica «plaga»
social (ver Gaudium
et spes, 47). Las estadísticas
señalan un
crecimiento continuo de
los fracasos, incluso
entre personas que se hallan
unidas en el
sacramento del matrimonio.
Este preocupante
fenómeno lleva a considerar
sus numerosas
causas, entre las cuales
se encuentran: el
desinterés, de hecho, del
Estado con respecto
a la estabilidad del matrimonio
y de la familia,
una legislación permisiva
sobre el divorcio,
la influencia negativa
de los medios de comunicación
social y de las organizaciones
internacionales
y la insuficiente formación
cristiana de
los fieles.
Estos «jaques» son una
fuente de sufrimiento
tanto para los hombres
de hoy como, sobre
todo, para los que ven
que fracasa el proyecto
de su amor conyugal.
La Iglesia es muy sensible al dolor de sus
miembros: al igual que
se alegra con los
que se alegran, también
llora con los que
lloran, (ver Rom 12, 15).
Como ha subrayado muy bien
el Santo Padre
en el discurso que nos
dirigió durante los
trabajos de la Asamblea
Plenaria: «Estos
hombres y estas mujeres
deben saber que la
Iglesia los ama, no está
alejada de ellos
y sufre por su situación.
Los divorciados
vueltos a casar son y siguen
siendo miembros
suyos, porque han recibido
el bautismo y
conservan la fe cristiana»
(n. 2).
Así pues, los pastores han de mostrar su solicitud
hacia los que sufren las
consecuencias del
divorcio, sobre todo hacia
los hijos; se
deben preocupar de todos
y, siempre en armonía
con la verdad del matrimonio
y de la familia,
traten de aliviar la herida
infligida al
signo de la alianza de
Cristo con la Iglesia.
La Iglesia Católica, al
mismo tiempo, no
puede quedar indiferente
frente el aumento
de esas situaciones, ni
debe rendirse ante
una costumbre, fruto de
una mentalidad que
devalúa el matrimonio como
compromiso único
e indisoluble, así como
no puede aprobar
todo lo que atenta contra
la naturaleza propia
del matrimonio mismo.
La Iglesia, además, no se limita a denunciar
los errores, sino que,
según la constante
doctrina de su magisterio
-reafirmada especialmente
en la exhortación apostólica
Familiaris consortio
(nn. 83 y 84)- quiere hacer
uso de cualquier
medio para que las comunidades
locales puedan
sostener a las personas
que viven en esas
condiciones.
Por esto, nosotros, en
la asamblea plenaria
del Consejo pontificio
para la familia, presentamos
las siguientes recomendaciones
a los obispos
-como moderadores de la
pastoral matrimonial-,
así como a sus respectivas
comunidades. Podrán
ser útiles para concretar
las orientaciones
pastorales y para adecuarlas
a las situaciones
particulares.
Además, invitamos a todos los que tienen responsabilidades
en la Iglesia a un esfuerzo
especial con
respecto a los que viven
las consecuencias
de las heridas causadas
por el divorcio,
teniendo presente:
- la solidaridad de toda
la comunidad;
- la importancia de la
virtud de la misericordia,
que respeta la verdad del
matrimonio;
- la confianza en la ley
de Dios y en las
disposiciones de la Iglesia,
que protegen
amorosamente el matrimonio
y la familia;
- y un espíritu animado
por la esperanza.
Ese esfuerzo especial supone una adecuada
formación de los sacerdotes
y de los laicos
comprometidos en la pastoral
familiar. El
primer signo del amor de
la Iglesia es no
permitir que caiga el silencio
sobre una
situación tan preocupante
(ver Famiiaris
consortio, 84).
Para ayudar a redescubrir
el valor y el significado
del matrimonio cristiano
y de la vida conyugal,
proponemos tres objetivos
y los correspondientes
medios pastorales.
PRIMER OBJETIVO: LA FIDELIDAD
Conviene que toda la comunidad cristiana utilice
los medios para sostener
la fidelidad al
sacramento del matrimonio,
con un esfuerzo
constante encaminado a:
- cuidar la preparación
y la celebración
del sacramento del matrimonio;
- dar toda su importancia
a la catequesis
sobre el valor y el significado
del amor
conyugal y familiar,
- acompañar a los hogares
en su vida diaria
(pastoral familiar, recurso
a la vida sacramental,
educación cristiana de
los niños, movimientos
familiares, etc.);
- alentar y ayudar a los
cónyuges separados
o divorciados, que viven
solos, a permanecer
fieles a los deberes de
su matrimonio;
- preparar un directorio
de los obispos sobre
la pastoral familiar (ver
Familiaris consortio,
66), donde aún no se haya
realizado;
- cuidar la preparación
del clero y en particular
de los confesores, para
que formen las conciencias
según las leyes de Dios
y de la Iglesia sobre
la vida conyugal y familiar;
- promover la formación
doctrinal de los
agentes pastorales;
- animar la oración litúrgica
para los que
atraviesan dificultades
en su matrimonio;
- y difundir estas orientaciones
pastorales
también mediante folletos
sobre la situación
de los divorciados vueltos
a casar.
SEGUNDO OBJETIVO: ACOMPAÑAR
A LAS FAMILIAS
EN DIFICULTAD
Los pastores deben exhortar en particular
a los padres, en virtud
del sacramento del
matrimonio que han recibido,
para que sostengan
a sus hijos casados; a
los hermanos y hermanas,
para que rodeen a las parejas
con su fraternidad;
y a los amigos, para que
ayuden a sus amigos.
Además, los hijos de los
separados y de los
divorciados necesitan una
atención específica,
sobre todo en el marco
de la catequesis.
Se debe promover también la asistencia pastoral
de los que se dirigen o
podrían dirigirse
al juicio de los tribunales
eclesiásticos.
Conviene ayudarles a tomar
en cuenta la posible
nulidad de su matrimonio.
No hay que olvidar que
a menudo las dificultades
matrimoniales pueden degenerar
en drama,
si los esposos no tienen
la voluntad o la
posibilidad de acudir con
confianza, cuanto
antes, a una persona -sacerdote
o laico competente-
para que les ayude a superarlas.
En cualquier caso, es preciso
hacer todo
lo posible para llegar
a una reconciliación.
TERCER OBJETIVO: ACOMPAÑAMIENTO
ESPIRITUAL
Cuando los cristianos divorciados pasan a
una unión civil, la Iglesia,
fiel a la enseñanza
de nuestro Señor (ver Mc
10, 2-9), no puede
expresar signo alguno,
ni público ni privado,
que significara una especie
de legitimación
de la nueva unión.
Con frecuencia se constata que la experiencia
del anterior fracaso
puede provocar la necesidad
de solicitar la misericordia
de Dios y su
salvación. Es preciso
que los divorciados
que se han vuelto
a casar den la prioridad
a la regularización
de su situación en la
comunidad eclesial
visible e, impulsados
por el deseo de responder
al amor de Dios,
se dispongan a un
camino destinado a hacer
que se supere todo
desorden. La conversión,
sin embargo, puede
y debe comenzar sin dilación
ya en el estado existencial
en que cada uno
se encuentra.
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Libros escritos por el cardenal Ratzinger
(Papa Benedicto XVI)
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SUGERENCIAS PASTORALES
El obispo, testigo y custodio del signo matrimonial
-junto con los sacerdotes,
sus colaboradores-,
con el deseo de llevar
a su pueblo hacia
la salvación y la verdadera
felicidad, deberá:
a) expresar la fe de la
iglesia en el sacramento
del matrimonio y recordar
las directrices
para una preparación y
una celebración fructuosa;
b) mostrar el sufrimiento
de la Iglesia ante
los fracasos de los matrimonios
y sobre todo
ante las consecuencias
para los hijos;
c) exhortar y ayudar a
los divorciados, que
han quedado solos, a ser
fieles al sacramento
de su matrimonio (ver Familiaris
consortio,
83);
d) Invitar a los divorciados
que han pasado
a una nueva unión a:
- reconocer su situación
irregular, que implica
un estado de pecado, y
a pedir a Dios la
gracia de una verdadera
conversión;
- observar las exigencias
elementales de
la justicia hacia su cónyuge
en el sacramento
y hacia sus hijos;
- tomar conciencia de sus
propias responsabilidades
en estas uniones;
- comenzar inmediatamente
un camino hacia
Cristo, único que puede
poner fin a esa situación:
mediante un diálogo de
fe con la persona
con quien convive, para
un progreso común
hacia la conversión, exigido
por el bautismo,
y sobre todo mediante la
oración y la participación
en las celebraciones litúrgicas,
pero sin
olvidar que, por ser divorciados
vueltos
a casar, no pueden recibir
los sacramentos
de la penitencia y de la
Eucaristía;
e) llevar a la comunidad
cristiana a una
comprensión más profunda
de la importancia
de la piedad eucarística,
como por ejemplo:
la visita al Santísimo
Sacramento, la comunión
espiritual, la adoración
del Santísimo;
f) invitar a meditar en
el sentido del pecado,
llevando a los fieles a
comprender mejor
el Sacramento de la Reconciliación;
g) y estimular a una comprensión
adecuada
de la contrición y de la
curación espiritual,
que supone también el perdón
de los demás,
la reparación y el compromiso
efectivo al
servicio del prójimo.
Fuente:
L'Osservatore Romano, edición en castellano,
14 de marzo de 1997;
Recomendaciones Pontificio
Consejo para la
Familia.
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