CURAS FELICES
por José Luis Martín Descalzo, presbítero
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Oración del Papa Juan Pablo II
por las vocaciones
PADRE SANTO:
mira nuestra humanidad,
que da los primeros pasos
en el camino del
tercer milenio.
Su vida sigue
marcada fuertemente
todavía por el odio,
la violencia, la opresión,
pero el hambre de justicia,
de verdad y de gracia,
encuentra espacio
en el corazón de
tantos,
que esperan la salvación,
llevada a cabo por Ti,
por medio de tu Hijo Jesús.
Necesitamos mensajeros
animosos del Evangelio,
siervos generosos
de la humanidad sufriente.
Envía a tu Iglesia,
te rogamos,
presbíteros santos,
que santifiquen a tu pueblo
con los instrumentos
de tu gracia.
Envía numerosos consagrados
que muestren tu santidad
en medio del mundo.
Envía a tu viña,
santos operarios
que trabajen
con el ardor de la
caridad y,
movidos por tu Espíritu Santo,
lleven la salvación de Cristo
hasta los últimos confines
de la tierra. Amén.
En Castel Gandolfo,
8 de septiembre del
2001
Juan Pablo II
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A SEMANA PASADA se me ha ocurrido algo muy desconcertante:
en uno de mis artículos
decía yo, de paso,
sin dar a la cosa la menor
importancia, que
me sentía feliz y satisfecho
de ser sacerdote
y que esperaba que esta
alegría me durase
siempre. Lo decía con la
misma naturalidad
con que pude escribir que
me gusta la música
o que prefiero el sol a
la tormenta.
Y he aquí que he comenzado
a recibir cartas
felicitándome por haber
dicho algo que, por
lo visto, es sorprendente;
algo que, según
dicen mis comunicantes,
sólo se atreve a
afirmarlo en público quien
tenga mucho valor.
Y yo he leído estas cartas
sin dar crédito
a mis ojos, estupefacto,
sin acabar de entender
que alguien crea que implica
valor el decir
cosas que a mí me resultan
simplemente elementales.
En rigor, yo no necesito coraje ninguno para decir mi nombre, los años que
tengo o lo que soy. Pero, por lo visto, según
quienes me escriben, ahora los curas se sienten
como avergonzados de serlo; ocultan su sacerdocio
como un hijo ilegítimo; y el que no abandona
el ministerio - dicen - es porque aún no
ha encontrado una forma mejor de ganarse
la vida.
Pero ¡qué tontería! Creo
que voy a devolver
sus cartas a mis comunicantes
para decirles
que el número de curas
felices es infinitamente
mayor de lo que ellos se
imaginan y que si
no todos lo gritan en sus
púlpitos o en los
periódicos es por sentido
común o porque
ahora lo que está de moda
es presumir de
malos, y así, mientras
hoy uno puede encontrarse
en la prensa la foto de
una señora con un
cartel que dice: «Soy una
adúltera», resultaría
bastante rarito que los
curas caminaran por
la calle con uno que pregonara:
«Soy feliz.»
Sin embargo, hay que preguntarse cuáles son las raíces por que el prestigio
de la vocación sacerdotal ha bajado tantos
kilómetros en la estimación pública. Porque
esto sí es un hecho. Antaño, el anticlericalismo
era una indirecta manifestación de estima,
ya que sólo se odia lo que se considera importante.
Hoy, parece, funciona más que el anticlericalismo
el desprecio, la devaluación, la ignorancia.
Los síntomas de esta bajada
del clero a la
tercera división social
son infinitos. Citaré
un par de ellos.
Se publicó hace tiempo un librito, editado por el Ministerio Educación, dedicado
a presentar a los muchachos los Estudios
profesiones en España. Un libro supercompletísimo.
¿Que el muchacho quiere ser buzo? Busque
en la página 64. ¿Le apetecese entomólogo?
Encontrará orientación en la 78. ¿Prefiere
bodeguero, bailarín o cristalógrafo? Lo tiene
en las páginas 66, y 101, respectivamente.
Así que no sólo se ofrecen
las tradicionales
profesiones - médicos,
abogados, maestros,
ingenieros-, también las
más nuevas o estrambóticas:
azafata de congresos, ceramista,
peluquero,
sedimentólogo, terapeuta,
sociólogo, especialista
en calderería de chapa.
Todo cuanto usted
pueda desear. Pero, naturalmente,
no busque
usted en la letra S la
profesión de sacerdote;
ni en la C, la de cura
o la de clérigo. Menos,
claro, busque en la M la
vocación de ministro
del culto. Ni siquiera
busque en la B de
brujo. Ser todo eso, para
el Ministerio,
debe ser, cuando más, una
vocación tolerada
para la que no se ofrecen
orientaciones ni
posibilidades, como, por
lo demás, tampoco
se enseña a ser ladrón
o atracador.
Pero más doloroso me parece el otro síntoma: el Instituto Gallup hace
cada varios años un estudio sobre el reconocimiento
al de las principales profesiones, y pide
a sus encuestados que valoren "el nivel
moral o grado de honestidad" que atribuyen
a miembros de cada uno de los principales
grupos sociales. ¿Quedarán los sacerdotes
en cabeza al menos en la valoración de honestidad?
En el último estudio aparecemos exactamente
en mitad de la tabla, en el puesto décimo
entre veintiuna profesiones. Por delante
de los banqueros, los políticos o los empresarios.
Pero muy por debajo de ingenieros, médicos,
periodistas, policías o abogados. Y lo que
es peor, estamos en descenso: cinco años
antes ese mismo sondeo situaba al clero en
el quinto lugar de la tabla.
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|
The Joy of Priesthood
Fr. Stephen J. Rossetti |
Voy a aclarar que a mí no me preocuparía
el descenso de valoración
"social".
El que los curas, en cuanto
tales, hayamos
dejado de ser parte de
los «notables», de
las «fuerzas vivas» de
la ciudad, no me parece
ninguna pérdida. A Cristo
y los suyos, evidentemente,
nadie los colocaba junto
a Pilato y Herodes.
A mucha honra.
Más me angustia la pérdida de aprecio «moral» y -¿tal vez como consecuencia?-
el que muchos sacerdotes pongan en duda lo
que se llama "su identidad sacerdotal".
Que ellos no acaben de ver muy bien para
qué sirven y que tampoco lo entienda y valore
suficientemente la comunidad.
Yo no sería honesto si no dijera que en esto
ha contribuido decisivamente
la curva de
secularizaciones
de los años posconciliares.
Dios me librará,
claro está, de juzgar a
las personas. Que
a alguien por un momento
le haya deslumbrado
el amor de una muchacha
más de lo que le
alumbra el fuego apagado
de su vocación me
parece doloroso, pero comprensible.
Que alguien no sea
capaz de soportar la soledad
es uno de tantos
precios que paga la condición
humana. Pero lo que
ya me resulta incomprensible
es que el sacerdocio
se abandone por cansancio,
por desilusión, por
sensación de inutilidad
o porque -dicen-
les asfixia la estructura
de la Iglesia, para
encontrarse -al salir-
con que todas las
estructuras de este mundo
son hermanas gemelas,
y la peor de todas
es la propia mediocridad. |
|
The First Five Years
of Priesthood: A Study of Newly Ordained
Catholic Priests |
Y lo peor del asunto es que hayamos convertido la crisis de las
personas -de algunas personas- en la crisis
del clero. Es cierto: un cura que se iba,
daba más que hablar que cien que permanecían.
Y cuando en un bosque se talan dos docenas
de árboles, todos los convecinos sienten
como si el hacha golpeara también su corteza.
Toda esta serie de factores ha hecho que
hayamos ido pasando
del cura orgulloso de
su ministerio al
desconcertado de ser lo
que es. Quisimos
-y yo creo que con razón-
dejar de ser "pájaros
raros"; alejamos
de unos vestidos
que nos alejaban; quisimos
-y creo que con acierto-
sentirnos hombres
"mezclados" con los
demás hombres,
y parece que nos
hubiéramos vuelto "iguales"
a los demás hombres,
empezando por contagiamos
de esa tristeza colectiva,
de ese desencanto
que parece característico
del hombre contemporáneo.
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|
The Priest Is Not His Own
Fulton Sheen |
Y -¡claro!- comenzaron a bajar las vocaciones. Recuerdo que cuando yo fui, de niño, al
seminario lo hice ante todo por nacientes
razones religiosas. Pero también porque admiraba
la obra de algunos sacerdotes muy concretos,
porque veía que sus vidas estaban muy llenas,
porque entendí o imaginé que siendo como
ellos sería feliz como ellos eran.
Hoy entiendo que sea más
difícil para un
muchacho iniciar una carrera
en la que no
sólo va a ganar menos que
siendo fontanero
o peón de albañil, sino
en cuya realización
no viera felices y radiantes
a quienes la
viven.
Por eso me pregunto si una de las primeras tareas de la Iglesia
de hoy -de toda ella: curas, religiosas,
sacerdotes- no sería precisamente la de devolver
a quienes la hubieran perdido su alegría
y lograr que quienes -y son la mayoría- la
tienen, pero apenas se atreven a mostrarla,
saquen a la calle el gozo de ser lo que son.
Aunque tengan que ir contra corriente de
una civilización en la que lo que parece
estar de moda es pasarse las horas contando
cada uno la tripa que se nos rompió ayer
por la tarde y en la que ser feliz y demostrarlo
resulta una rareza. |
|
Christ: The Ideal of the Priest |
Para ello no hace falta ponerse una careta
con sonrisa-Golgate. Basta
con vivir lo que
de veras se ama. Y saber
que aunque en la
barca de la Iglesia entra
mucha agua por
las ranuras de nuestros
egoísmos, es una
barca que nunca se hundirá.
Porque es muy
probable que nosotros,
como personas, no
valgamos la pena. Pero
el sacerdocio, sí.
* Lea la encíclica Iglesia de Eucaristía.
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