SAN CLEMENTE OBISPO DE ROMA (siglo I),
TERCER SUCESOR DE SAN PEDRO
por Benedicto XVI
Libros escritos por el papa Benedicto XVI
"San Ireneo, obispo de Lyón hasta el año 202,
atestigua que Clemente
«había visto a los
apóstoles», «se había encontrado
con ellos»
y «todavía resonaba en
sus tímpanos su predicación,
y tenía ante los ojos su
tradición»
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CIUDAD. DEL VATICANO, 2013 (VIS).
AN CLEMENTE, OBISPO DE ROMA en los últimos años del siglo I, es el tercer sucesor de Pedro, después
de Lino y Anacleto.
El testimonio más importante
sobre su vida es
el de san Ireneo, obispo
de Lyón hasta el
año 202. Él atestigua que
Clemente «había visto
a los apóstoles», «se
había encontrado
con ellos» y «todavía resonaba
en sus tímpanos su
predicación, y tenía ante
los ojos su tradición»
(«Adversus haereses»
3, 3, 3). Testimonios
tardíos, entre los
siglos IV y VI, atribuyen
a Clemente el título
de mártir.
La autoridad y el
prestigio de este
obispo
de Roma eran tales
que se le atribuyeron
varios escritos,
pero su única obra
segura
es la «Carta a los
Corintios». Eusebio
de
Cesarea, el gran
«archivero» de los
orígenes
cristianos, la presenta
con estas palabras: |
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SAN CLEMENTE DE ROMA
tercer sucesor de
Pedro, después
de Lino y Anacleto
|
«Nos ha llegado una carta de Clemente reconocida como auténtica, grande y admirable.
Fue escrita por él, de
parte de la Iglesia
de Roma, a la Iglesia de
Corinto… Sabemos
que desde hace mucho tiempo
y todavía hoy
es leída públicamente durante
la reunión
de los fieles » (Historia
Eclesiástica, 3,16).
A esta carta se le atribuía
un carácter casi
canónico. Al inicio de
este texto, escrito
en griego, Clemente se
lamenta por el hecho
de que «las imprevistas
calamidades, acaecidas
una después de otra» (1,1),
le hayan impedido
una intervención más inmediata.
Estas «adversidades»
han de identificarse con
la persecución de
Domiciano: por ello, la
fecha de composición
de la carta hay que remontarla
a un tiempo
inmediatamente posterior
a la muerte del
emperador y al final de
la persecución, es
decir, inmediatamente después
del año 96.
Basílica
de
san Clemente
en Roma |
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"La intervención de Clemente –estamos todavía en el siglo I– era solicitada por los graves problemas
por los que atravesaba
la Iglesia de Corinto:
los presbíteros de
la comunidad, de hecho,
habían sido después
por algunos jóvenes contestadores.
La penosa situación
es recordada, una vez
más, por san Ireneo,
que escribe: «Bajo Clemente,
al surgir un gran
choque entre los hermanos
de Corinto, la Iglesia
de Roma envió a los
corintios una carta
importantísima para reconciliarles
en la paz, renovar
su fe y anunciar la tradición,
que desde hace poco
tiempo ella había recibido
de los apóstoles»
(«Adversus haereses» 3,
3, 3). Podríamos
decir que esta carta constituye
un primer ejercicio
del Primado romano después
de la muerte de san
Pedro.
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Interior de la basílica
de san Clemente |
La carta de Clemente retoma temas muy sentidos por san Pablo, que había escrito
dos grandes cartas a los
corintios, en particular,
la dialéctica teológica,
perennemente actual,
entre indicativo de la
salvación e imperativo
del compromiso moral. Ante
todo está el alegre
anuncio de la gracia que
salva. El Señor
nos previene y nos da el
perdón, nos da su
amor, la gracia de ser
cristianos, hermanos
y hermanas suyos. Es un
anuncio que llena
de alegría nuestra vida
y que da seguridad
a nuestro actuar: el Señor
nos previene siempre
con su bondad y la bondad
es siempre más
grande que todos nuestros
pecados. Es necesario,
sin embargo, que nos comprometamos
de manera
coherente con el don recibido
y que respondamos
al anuncio de la salvación
con un camino
generoso y valiente de
conversión. Respecto
al modelo de san Pablo,
la novedad está en
que Clemente da continuidad
a la parte doctrinal
y a la parte práctica,
que conformaban todas
las cartas de Pablo, con
una «gran oración»,
que prácticamente concluye
la carta.
Tumbas
en la
basílica |
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La oportunidad inmediata de la carta abre al obispo de Roma la posibilidad de
exponer ampliamente
la identidad de la Iglesia
y de su misión. Si
en Corinto se han dado
abusos, observa Clemente,
el motivo hay que
buscarlo en la debilitación
de la caridad
y de otras virtudes
cristianas indispensables.
Por este motivo,
invita a los fieles a la
humildad y al amor
fraterno, dos virtudes
que forman parte
verdaderamente del ser en
la Iglesia. «Somos
una porción santa», exhorta,
«hagamos, por tanto,
todo lo que exige la
santidad» (30, 1).
En particular, el obispo
de Roma recuerda
que el mismo Señor «estableció
donde y por quien
quiere que los servicios
litúrgicos sean realizados
para que todo,
cumplido santamente
y con su beneplácito,
sea aceptable a su
voluntad… |
Porque el sumo sacerdote tiene sus peculiares
funciones asignadas a él;
los levitas tienen
encomendados sus propios
servicios, mientras
que el laico está sometido
a los preceptos
del laico» (40, 1-5: obsérvese
que en esta
carta de finales del siglo
I aparece por
primera vez en la literatura
cristiana aparece
el término «laikós», que
significa «miembro
del laos», es decir, «del
pueblo de Dios»).
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Frescos en la basílica
de san Clemente |
"De este modo, al referirse a la liturgia del antiguo Israel, Clemente revela su ideal
de Iglesia. Ésta
es congregada por el «único
Espíritu de gracia
infundido sobre nosotros»,
que sopla en los
diversos miembros del Cuerpo
de Cristo, en el
que todos, unidos sin ninguna
separación, son «miembros
los unos de los
otros» (46, 6-7).
La neta distinción entre
«laico» y la jerarquía
no significa para
nada una contraposición,
sino sólo esta relación
orgánica de un cuerpo,
de un organismo, con
las diferentes funciones.
La Iglesia, de
hecho, no es un lugar
de confusión y de anarquía,
donde cada uno puede
hacer lo que quiere
en todo momento:
cada quien en este organismo,
con una estructura
articulada, ejerce su
ministerio según
su vocación recibida.
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Por lo que se refiere a los jefes de las
comunidades, Clemente explicita claramente la doctrina
de la sucesión apostólica.
Las normas que
la regulan se derivan,
en última instancia,
del mismo Dios. El Padre
ha enviado a Jesucristo,
quien a su vez ha enviado
a los apóstoles.
Éstos luego mandaron a
los primeros jefes
de las comunidades y establecieron
que a
ellos les sucedieran otros
hombres dignos.
Por tanto, todo procede
«ordenadamente de
la voluntad de Dios» (42).
Con estas palabras,
con estas frases, san Clemente
subraya que
la Iglesia tiene una estructura
sacramental
y no una estructura política.
La acción de
Dios que sale a nuestro
encuentro en la liturgia
precede a nuestras decisiones
e ideas. La
Iglesia es sobre todo don
de Dios y no una
criatura nuestra, y por
ello esta estructura
sacramental no garantiza
sólo el ordenamiento
común, sino también la
precedencia del don
de Dios, del que todos
tenemos necesidad.
San Clemente,
de Roma |
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Finalmente, la «gran oración», confiere una apertura cósmica a los argumentos
precedentes. Clemente alaba
y da gracias
a Dios por su maravillosa
providencia de
amor, que ha creado el
mundo y que sigue
salvándolo y santificándolo.
Particular importancia
asume la invocación para
los gobernantes.
Después de los textos del
Nuevo Testamento,
representa la oración más
antigua por las
instituciones políticas.
De este modo, tras
la persecución, los cristianos,
aunque sabían
que continuarían las persecuciones,
no dejan
de rezar por esas mismas
autoridades que
les habían condenado injustamente.
El motivo
es ante todo de carácter
cristológico: es
necesario rezar por los
perseguidores, como
lo hizo Jesús en la cruz.
Pero esta oración
tiene también una enseñanza
que orienta,
a través de los siglos,
la actitud de los
cristianos ante la política
y el Estado.
Al rezar por las autoridades,
Clemente reconoce
la legitimidad de las instituciones
políticas
en el orden establecido
por Dios; al mismo
tiempo, manifiesta la preocupación
que las
autoridades sean dóciles
a Dios y «ejerzan
el poder que Dios les ha
dado con paz y mansedumbre
y piedad» (61, 2). César
no lo es todo. Emerge
otra soberanía, cuyo origen
y esencia no
son de este mundo, sino
«de lo alto»: es
la de la Verdad que tiene
el derecho ante
el Estado de ser escuchada.
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De este modo, la carta de Clemente afronta numerosos
temas de perenne
actualidad. Es aún más significativa,
pues representa desde
el silo I la solicitud
de la Iglesia de
Roma, que preside en la
caridad a todas las
demás Iglesias. Con el
mismo Espíritu, elevemos
también nosotros
las invocaciones
de la «gran oración», allí
donde el obispo de
Roma asume la voz del
mundo entero: «Sí,
Señor, haz que resplandezca
en nosotros tu rostro
con el bien de la paz;
protégenos con tu
mano poderosa… Nosotros
te damos gracias,
a través del sumo Sacerdote
y guía de nuestras
almas, Jesucristo, por
medio del cual sea
gloria y alabanza a ti,
ahora, y de generación
en generación, por
los siglos de los
siglos. Amén» (60-61).
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