LA VERDAD
"Por amor a la verdad atrevámonos a todo
sin olvidar que no hay
verdad sin caridad,
no nos atrevamos a nada
que favorezca el
error"
por Carlos Manuel Rodríguez
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Roma
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Beato
Carlos Manuel Rodríguez
En 1947, mientras Carlos Manuel tomaba el
curso de Español
básico en la Universidad
de Puerto Rico, su
profesora le exigió que
escribiera algún
tema en su presencia.
Dudaba, que un estudiante
enfermizo, con
tantas ausencias,
fuera el autor de
aquellos
ensayos tan bien
redactados y de gran
profundidad
que sometía para
la clase. Entonces,
el joven
cagueño escribió
en su presencia "La
verdad".
Carlos Manuel, el
apóstol laico puertorriqueño,
fue beatificado en
Roma, en abril del
2001.
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LA VERDAD ES UNA GRAN SEÑORA. Es una dama única de alta alcurnia, de
noble estirpe. Es sencilla.
Se adorna con
dos joyas que lleva siempre
prendidas al
pecho. Estas son símbolos
de cualidades intrínsecas
suyas.
Una de estas joyas es clara
y transparente
como el agua del manantial,
como el cristal
incoloro. Sólo a través
de ella puede captarse
y verse la realidad objetiva.
Es una joya,
muy rara y desconocida,
lo cual hace que
la mayoría no sepa aquilatarla
en su justo
valor. Se llama la humildad.
La otra es roja como el rubí. Es la caridad, el amor. El amor genuino
no puede existir si no
procede de la verdad.
La verdad ama al equivocado,
aún a aquel
que de ella se burla y
la persigue, y cual
madre cariñosa quisiera
traerlo a su seno
para alimentarlo con su
substancia pura y
sin mezcla de contaminación.
Quiere, se desvela,
se afana por darle la vida
genuina y la vista
intelectual de la cual
este carece. Ella
ama al equivocado como
sólo una madre verdadera
puede hacerlo, pero no
transige con el error.
No puede hacerlo, su misma
esencia peligraría.
Dejaría de ser lo que es
si llegara a contemporizar
con el error. Ella no conoce
las transacciones
de conveniencia. No quiere,
se opone, resiste
a hacer concesiones. ¿Orgullo?
¿Terquedad?
¿Estrechez? No, no puede
ser. No es eso.
La verdad es humilde, porque
la humildad
verdadera, germina en la
verdad. La verdad
es firme, segura, equilibrada,
mas no terca.
Ella es amplia como el
infinito porque todo
lo abarca, pero es una.
El error sí es orgulloso. La soberbia es su esencia. El error es atrevido,
irreverente, jactancioso,
burlón. No quiere
darle paso a la verdad
porque sabe que con
esto firmaría su propia
sentencia de muerte.
Es que la verdad posee
tal semblante, que
una vez contemplada, arrastra
en pos de sí
al privilegiado que pudo
tener la dicha de
verla. El error es terco
y estrecho, pero
es múltiple. El error confunde
y engaña a
las mentes pequeñas, y
a veces, con harta
frecuencia, para desgracia,
a muchos no tan
pequeños. Esta es su misión,
su razón de
ser. Su multiplicidad,
sus concesiones, confunden.
Se llega a creer que por
ser múltiple, el
error es la libertad. Se
llega a pensar que
aceptar algo único, algo
que excluya lo contrario,
lo truncado, lo amalgamado,
es una limitación.
En apariencia la verdad
limita: la verdad
recorta, escoge, selecciona
cada cosa y luego
la nombra con el nombre
propio de su autenticidad
intrínseca y substancial.
Si digo flor, y
lo digo con toda sinceridad
y de acuerdo
a la realidad objetiva
ya no puedo decir
que es tallo, ni tierra,
ni piedra. Es flor
y no hay otra alternativa.
¡Dichosa limitación la que me impone la verdad! Esa es la verdadera
libertad. La verdad limita
en apariencia
pero liberta, da vida,
une firmemente. Es
siempre interesante y nueva.
El error es siempre opresor
y tirano. Sus
concesiones son la emboscada
que utiliza
para engañar atraer a los
incautos. El error
es monótono. No une, sino
que amalgama lo
que es contradictorio entre
sí.
Quien con el error transige no ama la verdad, no la conoce. El horror a lo falso es la
clave del amor a la verdad.
Quien no ama
la verdad por encima de
todo y a costa de
todos los contratiempos
y sacrificios, no
merece encontrarla ni conocerla.
No podemos hacer concesiones
de la verdad.
No podemos truncarla por
una falsa idea de
tolerancia, porque no la
hemos creado nosotros,
no nos pertenece en ese
sentido. Hay que
aceptarla como es.
Por amor a la verdad atrevámonos
a todo sin
olvidar que no hay verdad
sin caridad, no
nos atrevamos a nada que
favorezca el error.
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