PRIMER MENSAJE DEL PAPA
BENEDICTO XVI
Texto del primer mensaje del Papa Benedicto
XVI, que leyó en latín
al final de la concelebración
eucarística presidida esta
mañana en la Capilla
Sixtina con los miembros
del colegio cardenalicio.
El cardenal Joseph Ratzinger
fue elegido
el martes 19 por la tarde
el 264 sucesor
de San Pedro.
Benedicto XVI: toma de posesión en la basílica
de Letrán
Benedicto XVI: el nombre "Benedicto"
Benedicto XVI : biografía oficial
Libros escritos por Ratzinger (papa Benedicto
XVI)
Juan Pablo II : su vida en fotos
Libros escritos por el Papa Juan Pablo II
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Me dispongo a emprender
este ministerio peculiar,
el ministerio "petrino"
al servicio
de la Iglesia universal,
con humilde abandono
en las manos de la
Providencia de Dios.
Es
a Cristo en primer
lugar a quien renuevo
mi adhesión total
y confiada: "In
Te,
Domine, speravi;
non confundar in
aeternum!".
Libros escritos Ratzinger
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CIUDAD DEL VATICANO, 20 ABR 2005 (VIS)
"¡racias y paz en abundancia para vosotros!
En mi alma conviven en
estas horas dos sentimientos
contrastantes. Por una
parte, un sentido
de inadecuación y de turbación
humana por
la responsabilidad que
me han confiado ayer
de cara a la Iglesia universal,
como sucesor
del apóstol Pedro en esta
sede de Roma. Por
otra parte, siento viva
en mí una gratitud
profunda a Dios que, como
nos hace cantar
la liturgia, no abandona
su rebaño, sino
que lo conduce a través
de los tiempos bajo
la guía de aquellos que
Él mismo ha elegido
vicarios de su Hijo y ha
constituido pastores.
Queridísimos, este agradecimiento íntimo
por un don de la misericordia
divina prevalece
en mi corazón a pesar de
todo. Y considero
este hecho una gracia especial
que me ha
concedido mi venerado predecesor
Juan Pablo II. Me parece sentir su mano fuerte que estrecha
la mía, me parece ver sus
ojos sonrientes
y escuchar sus palabras,
dirigidas, en este
momento, particularmente
a mí: "¡No tengas miedo!".
La muerte del Santo Padre Juan Pablo II y los días siguientes, han
sido para la Iglesia y
para el mundo entero
un tiempo extraordinario
de gracia. El gran
dolor por su desaparición
y el sentido de
vacío que ha dejado en
todos se han templado
con la acción de Cristo
resucitado, que se
ha manifestado durante
largos días en la
oleada coral de fe, de
amor y de solidaridad
espiritual, culminada en
sus exequias solemnes.
Podemos decirlo: los funerales de Juan Pablo
II han sido una experiencia
verdaderamente
extraordinaria en la que
se ha percibido
de alguna forma la potencia
de Dios que,
a través de su Iglesia,
quiere formar con
todos los pueblos una gran
familia, mediante
la fuerza unificadora de
la Verdad y del
Amor. En la hora de la
muerte, conformado
con su Maestro y Señor,
Juan Pablo II coronó
su largo y fecundo pontificado,
confirmando
en la fe al pueblo cristiano,
reuniéndolo
en torno a sí y haciendo
sentirse más unida
a la entera familia humana.
¿Cómo no sentirse
sostenidos por este testimonio?
¿Cómo no
advertir el aliento que
procede de este acontecimiento
de gracia?
Sorprendiendo toda previsión mía, la Providencia
divina, a través
del voto de los venerados
padres cardenales,
me ha llamado a suceder
a este gran Papa.
Vuelvo a pensar en estas
horas en lo que sucedió
en la región de Cesarea
de Filipo hace dos
mil años. Me parece escuchar
las palabras de Pedro:"Tu
eres el Cristo,
el Hijo de Dios vivo"
y la solemne afirmación
del Señor: "Tu
eres Pedro y sobre esta
piedra edificaré
mi Iglesia (...) Te daré
las llaves del reino
de los cielos".
¡Tu eres Cristo!
¡Tu eres Pedro! Me
parece
revivir la misma
escena evangélica;
yo, sucesor
de Pedro, repito
con trepidación las
palabras
trepidantes del pescador
de Galilea y vuelvo
a escuchar con emoción
íntima la consoladora
promesa del divino
Maestro.
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Salt of the Earth: Christianity and the
Catholic Church at
the
End of the Millennium
Cardenal Ratzinger
- papa Benedicto XVI -
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Si es enorme el peso de la responsabilidad
que cae sobre mis pobres
hombros, es ciertamente
desmesurada la potencia
divina sobre la que
puedo contar: "Tu
eres Pedro y sobre
esta piedra edificaré mi
Iglesia". Al
elegirme como obispo de
Roma, el Señor me
ha querido vicario suyo,
me ha querido "piedra"
en la que todos puedan
apoyarse con seguridad.
A El pido que supla a la
pobreza de mis fuerzas,
para que sea valiente y
fiel pastor de su
rebaño, siempre dócil a
las inspiraciones
del Espíritu Santo.
Me dispongo a emprender este ministerio peculiar,
el ministerio "petrino"
al servicio
de la Iglesia universal,
con humilde abandono
en las manos de la
Providencia de Dios. Es
a Cristo en primer
lugar a quien renuevo
mi adhesión total
y confiada: "In Te,
Domine, speravi;
non confundar in aeternum!".
A vosotros, señores cardenales, con ánimo
grato por la confianza
que me habéis demostrado,
os pido que me sostengáis
con la oración
y con la colaboración,
constante, sapiente
y activa.
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Benedicto XVI |
Pido también a todos los hermanos en el episcopado
que estén a mi lado con
la oración y con
el consejo, para que pueda
ser verdaderamente
el "Servus Servorum
Dei". Como
Pedro y los otros apóstoles
constituyeron
por voluntad del Señor
un único colegio apostólico,
del mismo modo el sucesor
de Pedro y los
obispos, sucesores de los
apóstoles -el Concilio
lo ha reafirmado con fuerza-
deben estar
estrechamente unidos entre
ellos. Esta comunión
colegial, si bien en la
diversidad de roles
y de funciones del romano
pontífice y de
los obispos, está al servicio
de la Iglesia
y de la unidad de la fe,
de la que depende
de manera notable la eficacia
de la acción
evangelizadora en el mundo
contemporáneo.
Por lo tanto, sobre este
sendero en que han
avanzado mis venerados
predecesores, quiero
proseguir preocupado únicamente
de proclamar
al mundo entero la presencia
viva de Cristo.
Frente a mí está, en particular, el testimonio
de Juan Pablo II.
El deja una Iglesia más
valiente, más libre,
más joven. Una Iglesia
que, según su enseñanza
y su ejemplo, mira
con serenidad al
pasado y no tiene miedo
del futuro. Con el
Gran Jubileo se ha introducido en el nuevo milenio, llevando
en las manos el Evangelio,
aplicado al mundo
actual a través de
la autorizada re-lectura
del Concilio Vaticano
II. Justamente el Papa
Juan Pablo II indicó
ese concilio como "brújula"
con la que orientarse
en el vasto océano
del tercer milenio.
También en su testamento
espiritual escribía:
"Estoy convencido
de que las nuevas
generaciones podrán servirse
todavía durante mucho
tiempo de las riquezas
proporcionadas por
este Concilio del siglo
XX". |
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God Is Near Us
Joseph Ratzinger
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Por lo tanto, yo también,
cuando me preparo
al servicio que es propio
del sucesor de
Pedro, quiero reafirmar
con fuerza la voluntad
decidida de proseguir en
el compromiso de
realización del Concilio
Vaticano II, siguiendo
a mis predecesores y en
continuidad fiel
con la tradición bimilenaria
de la Iglesia.
Este año cae el 40 aniversario
de la conclusión
de la asamblea conciliar
(8 de diciembre
de 1965). Con el pasar
de los años los documentos
conciliares no han perdido
actualidad; por
el contrario, sus enseñanzas
se revelan particularmente
pertinentes en relación
con las nuevas instancias
de la Iglesia y de la sociedad
actual globalizada.
De manera muy significativa, mi pontificado
inicia mientras la Iglesia
vive el año especial dedicado a la Eucaristía.
La Eucaristía hace presente constantemente
a Cristo resucitado,
que sigue entregándose
a nosotros, llamándonos
a participar en la
mesa de su Cuerpo
y su Sangre. De la comunión
plena con El, brota
cada uno de los elementos
de la vida de la
Iglesia, en primer lugar
la comunión entre
todos los fieles, el compromiso
de anuncio y testimonio
del Evangelio, el
ardor de la caridad
hacia todos, especialmente
hacia los pobres
y los pequeños.
En este año, por lo tanto, se tendrá que celebrar
con relieve particular
la solemnidad del
Corpus Christi. |
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Documentos Eucarísticos para el nuevo milenio
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La Eucaristía constituirá el centro de la
Jornada Mundial de la Juventud
en Colonia
y en octubre, de la Asamblea
Ordinaria del
Sínodo de los Obispos,
cuyo tema será: "La
Eucaristía, fuente y cumbre
de la vida y
la misión de la Iglesia".
Pido a todos que intensifiquen
en los próximos
meses el amor y la devoción
a Jesús Eucaristía
y que expresen con valentía
y claridad la
fe en la esperanza real
del Señor, sobre
todo mediante la solemnidad
y la dignidad
de las celebraciones.
Lo pido de modo especial a los sacerdotes,
en los que pienso
en este momento con gran
afecto. El sacerdocio
ministerial nació en
el Cenáculo, junto
con la Eucaristía, como
tantas veces subrayó
mi venerado predecesor
Juan Pablo II. "La
existencia sacerdotal
ha de tener, por
un título especial, 'forma
eucarística', escribió
en su última carta
para el Jueves Santo.
A este fin contribuye
sobre todo la devota
celebración cotidiana
de la Santa Misa,
centro de la vida y de
la misión del cada
sacerdote. |
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Alimentados y sostenidos
por la Eucaristía,
los católicos no pueden
dejar de sentirse
estimulados a tender a
aquella plena unidad
que Cristo deseó ardientemente
en el Cenáculo.
El Sucesor de Pedro sabe
que tiene que hacerse
cargo de modo muy particular
de este supremo
deseo del Maestro divino.
A Él se le ha confiado
la tarea de confirmar a
los hermanos.
Plenamente consciente, por tanto, al inicio
de su ministerio
en la Iglesia de Roma que
Pedro ha regado con
su sangre, su actual
sucesor asume como
compromiso prioritario
trabajar sin ahorrar
energías en la reconstitución
de la unidad plena
y visible de todos los
seguidores de Cristo.
Esta es su ambición,
este es su acuciante
deber. Es consciente
de que para ello
no bastan las manifestaciones
de buenos sentimientos.
Son precisos gestos
concretos que entren
en los ánimos y remuevan
las conciencias,
llevando a cada uno a aquella
conversión interior
que es el presupuesto
de todo progreso
en el camino del ecumenismo.
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Papa Benedicto XVI
(cardenal Joseph
Ratzinger) |
El diálogo teológico es
necesario. También
es indispensable profundizar
en la motivaciones
históricas de decisiones
tomadas en el pasado.
Pero lo que más urge es
aquella "purificación
de la memoria", tantas
veces evocada
por Juan Pablo II, que
únicamente puede preparar
los ánimos a acoger la
plena verdad de Cristo.
Cada uno debe presentarse
ante Dios, Juez
supremo de todo ser vivo,
consciente del
deber de rendirle cuentas
un día de lo que
ha hecho o no ha hecho
por el gran bien de
la unidad plena y visible
de todos sus discípulos.
El actual Sucesor de Pedro se deja interpelar
en primera persona por
esta pregunta y está
dispuesto a hacer todo
lo posible para promover
la fundamental causa del
ecumenismo. Siguiendo
a sus predecesores, está
plenamente determinado
a cultivar todas las iniciativas
que puedan
ser oportunas para promover
los contactos
y el entendimiento con
los representantes
de las diversas iglesias
y comunidades eclesiales.
A ellos, envía también
en esta ocasión, el
saludo más cordial en Cristo,
único Señor
de todos.
Vuelvo con la memoria en
este momento a la
inolvidable experiencia
que hemos vivido
todos con ocasión de la
muerte y del funeral
por el llorado Juan Pablo II. Junto a sus restos mortales, colocados
en la tierra, se recogieron
los jefes de
las naciones, personas
de todas las clases
sociales, y especialmente
jóvenes, en un
inolvidable abrazo de afecto
y admiración.
El mundo entero clavó su
mirada en él con
confianza. A muchos les
pareció que aquella
intensa participación,
amplificada hasta
los confines del planeta
por los medios de
comunicación social, fuese
como una petición
común de ayuda dirigida
al Papa por parte
de la humanidad, que turbada
por incertidumbres
y temores, se interroga
sobre su futuro.
La Iglesia de hoy debe reavivar en sí misma
la conciencia de la tarea
de volver a proponer
al mundo la voz de Aquel
que ha dicho: "Yo
soy la luz del mundo; el
que me sigue no
caminará en tinieblas,
sino que tendrá la
luz de la vida". Al
emprender su ministerio,
el nuevo Papa sabe que
su deber es hacer
que resplandezca ante los
hombres y mujeres
de hoy la luz de Cristo:
no la propia luz,
sino la de Cristo.
Con esta conciencia me dirijo a todos, también
a aquellos que siguen
otras religiones o
que simplemente buscan
una respuesta a las
preguntas fundamentales
de la existencia
y todavía no la han
encontrado. Me dirijo
a todos con sencillez
y afecto, para asegurar
que la Iglesia quiere
seguir manteniendo
con ellos un diálogo
abierto y sincero, la
búsqueda del verdadero
bien del ser humano
y de la sociedad.
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Invoco de Dios la unidad y la paz para la
familia humana y declaro
la disponibilidad
de todos los católicos
a cooperar en un auténtico
desarrollo social, respetuoso
de la dignidad
de todos los seres humanos.
No ahorraré esfuerzos y
sacrificio para proseguir
el prometedor diálogo iniciado
por mis venerados
predecesores, con las diversas
civilizaciones,
para que de la comprensión
recíproca nazcan
las condiciones para un
futuro mejor para
todos.
Pienso en particular en los jóvenes. A ellos,
interlocutores privilegiados
del Papa Juan
Pablo II, dirijo mi afectuoso
abrazo en espera
-si Dios quiere-, de encontrarles
en Colonia,
con motivo de la próxima
Jornada Mundial
de la Juventud. Queridos
jóvenes, futuro
y esperanza de la Iglesia
y de la humanidad,
seguiré dialogando y escuchando
vuestras
esperanzas para ayudaros
a encontrar cada
vez con mayor profundidad
a Cristo viviente,
el eternamente joven.
Mane nobiscum, Domine!
¡Señor, quédate con
nosotros! (Lea aquí la encíclica) Esta invocación, que es el tema dominante
de la carta apostólica
de Juan Pablo II para
el Año de la Eucaristía, es la oración que brota de modo espontáneo
de mi corazón, mientras
me dispongo a iniciar
el ministerio al que me
ha llamado Cristo.
Como Pedro, también yo
renuevo a Dios mi
promesa de fidelidad incondicional.
Quiero
servir solo a El, dedicándome
totalmente
al servicio de su Iglesia.
Invoco la materna intercesión de María Santísima
para que sostenga esta
promesa. En sus manos
pongo el presente y el
futuro de mi persona
y de la Iglesia. Que intercedan
también los
santos apóstoles Pedro
y Pablo y todos los
santos.
Con estos sentimientos
imparto a vosotros,
venerados hermanos cardenales,
a quienes
participan en este rito
y a cuantos lo siguen
mediante la radio y la
televisión una especial
y afectuosa bendición".
MESS/PRIMERA MISA:BENEDICTO XVI VIS 050420
(2320).
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