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Mensaje del Papa Benedicto XVI
para la Cuaresma
"Mirarán al que traspasaron" (Jn 19,37)
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Cristo crucificado
Iglesia parroquial de Isabela,
Puerto Rico
Foto Luis R. Negrón H.
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VATICANO, FEBRERO 2007
"irarán al que traspasaron" (Jn 19,37). Éste es el tema bíblico
que guía este año nuestra reflexión cuaresmal.
La Cuaresma es un tiempo propicio para aprender
a permanecer con María y Juan, el discípulo
predilecto, junto a Aquel que en la Cruz
consuma el sacrificio de su vida para toda
la humanidad. Por tanto, con una atención
más viva, dirijamos nuestra mirada, en este
tiempo de penitencia y de oración, a Cristo
crucificado que, muriendo en el Calvario,
nos ha revelado plenamente el amor de Dios.
En la Encíclica "Deus caritas est" he tratado con detenimiento el tema
del amor, destacando sus dos formas fundamentales:
el agapé y el eros.
"El término agapé, que aparece muchas veces en el Nuevo Testamento, indica el amor oblativo
de quien busca exclusivamente el bien del
otro; la palabra eros denota, en cambio, el amor de quien desea
poseer lo que le falta y anhela la unión
con el amado. El amor con el que Dios nos
envuelve es sin duda agapé. En efecto, ¿acaso
puede el hombre dar a Dios algo bueno que
Él no posea ya?
Todo lo que la criatura humana es y tiene
es don divino: por tanto, es la criatura
la que tiene necesidad de Dios en todo. Pero
el amor de Dios es también eros. En el Antiguo
Testamento el Creador del universo muestra
hacia el pueblo que ha elegido una predilección
que trasciende toda motivación humana. El
profeta Oseas expresa esta pasión divina
con imágenes audaces como la del amor de
un hombre por una mujer adúltera; Ezequiel,
por su parte, hablando de la relación de
Dios con el pueblo de Israel, no tiene miedo
de usar un lenguaje ardiente y apasionado.
Estos textos bíblicos indican que el eros forma parte del corazón de Dios: el Todopoderoso
espera el "sí" de sus criaturas
como un joven esposo el de su esposa. Desgraciadamente,
desde sus orígenes la humanidad, seducida
por las mentiras del Maligno, se ha cerrado
al amor de Dios, con la ilusión de una autosuficiencia
que es imposible. |
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Misal Romano: Reformado
según las Normas
de los Decretos del
Concilio Vaticano II
y promulgado
por el Papa Pablo VI
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Replegándose en sí mismo, Adán se alejó de
la fuente de la vida que es Dios mismo, y
se convirtió en el primero de "los que,
por temor a la muerte, estaban de por vida
sometidos a esclavitud". Dios, sin embargo,
no se dio por vencido, es más, el "no"
del hombre fue como el empujón decisivo que
le indujo a manifestar su amor en toda su
fuerza redentora.
"En el misterio de la Cruz se revela enteramente el poder irrefrenable de la misericordia
del Padre celeste. Para reconquistar el amor
de su criatura, Él aceptó pagar un precio
muy alto: la sangre de su Hijo Unigénito.
La muerte, que para el primer Adán era signo
extremo de soledad y de impotencia, se transformó
de este modo en el acto supremo de amor y
de libertad del nuevo Adán. Bien podemos
entonces afirmar, con san Máximo el Confesor,
que Cristo "murió, si así puede decirse,
divinamente, porque murió libremente".
En la Cruz se manifiesta el eros de Dios por nosotros. Efectivamente, eros es -como expresa Pseudo-Dionisio Areopagita-
esa fuerza "que hace que los amantes
no lo sean de sí mismos, sino de aquellos
a los que aman". ¿Qué mayor "eros
loco" que el que trajo el Hijo de Dios
al unirse a nosotros hasta tal punto que
sufrió las consecuencias de nuestros delitos
como si fueran propias?".
"Queridos hermanos y hermanas, ¡miremos
a Cristo traspasado en la Cruz! Él es la
revelación más impresionante del amor de
Dios, un amor en el que eros y agapé, lejos de contraponerse, se iluminan mutuamente.
En la Cruz Dios mismo mendiga el amor de
su criatura: Él tiene sed del amor de cada
uno de nosotros. El apóstol Tomás reconoció
a Jesús como "Señor y Dios" cuando
puso la mano en la herida de su costado.
No es de extrañar que, entre los santos,
muchos hayan encontrado en el Corazón de
Jesús la expresión más conmovedora de este
misterio de amor. |
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La Biblia católica
para jóvenes
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Se podría incluso decir que la revelación
del eros de Dios hacia el hombre es, en realidad,
la expresión suprema de su agapé.
En verdad, sólo el amor en el que se unen el don gratuito de uno mismo y el deseo
apasionado de reciprocidad infunde un gozo
tan intenso que convierte en leves incluso
los sacrificios más duros. Jesús dijo: "Yo
cuando sea elevado de la tierra, atraeré
a todos hacia mí". La respuesta que
el Señor desea ardientemente de nosotros
es ante todo que aceptemos su amor y nos
dejemos atraer por Él. Aceptar su amor, sin
embargo, no es suficiente. Hay que corresponder
a ese amor y luego comprometerse a comunicarlo
a los demás: Cristo "me atrae hacia
sí" para unirse a mí, para que aprenda
a amar a los hermanos con su mismo amor.
"Mirarán al que traspasaron". ¡Miremos
con confianza el costado traspasado de Jesús,
del que salió "sangre y agua"!
Los Padres de la Iglesia consideraron estos
elementos como símbolos de los sacramentos
del Bautismo y de la Eucaristía. Con el agua
del Bautismo, gracias a la acción del Espíritu
Santo, se nos revela la intimidad del amor
trinitario. En el camino cuaresmal, haciendo
memoria de nuestro Bautismo, se nos exhorta
a salir de nosotros mismos para abrirnos,
con un confiado abandono, al abrazo misericordioso
del Padre. La sangre, símbolo del amor del
Buen Pastor, llega a nosotros especialmente
en el misterio eucarístico: "La Eucaristía
nos adentra en el acto oblativo de Jesús...
nos implicamos en la dinámica de su entrega".
Vivamos, pues, la Cuaresma como un tiempo "eucarístico",
en el que, aceptando el amor de Jesús, aprendamos
a difundirlo a nuestro alrededor con cada
gesto y palabra. De ese modo contemplar "al
que traspasaron" nos llevará a abrir
el corazón a los demás reconociendo las heridas
infligidas a la dignidad del ser humano;
nos llevará, particularmente, a luchar contra
toda forma de desprecio de la vida y de explotación
de la persona y a aliviar los dramas de la
soledad y del abandono de muchas personas. |
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How to Go to
Confession
When You
Don't Know How |
Que la Cuaresma sea para todos los cristianos
una experiencia renovada del amor de Dios
que se nos ha dado en Cristo, amor que por
nuestra parte cada día debemos "volver
a dar" al prójimo, especialmente al
que sufre y al necesitado. Sólo así podremos
participar plenamente de la alegría de la
Pascua. Que María, la Madre del Amor Hermoso,
nos guíe en este itinerario cuaresmal, camino
de auténtica conversión al amor de Cristo.
A vosotros, queridos hermanos y hermanas,
os deseo un provechoso camino cuaresmal y,
con afecto, os envío a todos una especial
Bendición Apostólica".
MESS/CUARESMA 2007/... VIS 070213 (1100)
El Arzobispo Romero : profeta y mártir de
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