SÍNTESIS DE LA ENCÍCLICA LUMEN FIDEI (LUZ DE LA FE) DEL PAPA FRANCISCO :
La urgencia de "recuperar el carácter
luminoso propio de la fe" que es capaz
de "iluminar toda la existencia del
hombre".
Lo que dice el Catecismo católico sobre la
homosexualidad
El Papa en la Jornada Mundial de la Juventud
en Brasil
El Obispo de Roma: llamado a confirmar en
la fe, el amor y la unidad
Huir ante el pecado y acogerce a la gracia
de Dios
Cardenal Bergoglio: nuevo papa Francisco
Petros ení: Pedro está aquí
Descripción con nuevas variaciones del escudo
y lema del Papa Francisco
Creación de la Ciudad del Vaticano
Cardenal Begoglio en el Sínodo de la Eucaristía
Cardenal Begoglio en el cónclave del 2005
San Ignacio de Loyola: Alma de Cristo
Libros escritos por Benedicto XVI (obispo
emérito de Roma)
Juan Pablo II : su vida en fotos
Libros escritos por el Papa Juan PabloII
Encíclica Lumen Fidei (Luz de la fe) del
papa Francisco
CIUDAD DEL VATICANO, julio 2013 (VIS).
Publicamos a continuación una amplia síntesis
de la primera encíclica del Papa Francisco
“Lumen Fidei”, publicada hoy, 5 de julio
de 2013 y fechada el 29 de junio del mismo
año.
Lumen fidei - La luz de la fe (LF) es la
primera encíclica firmada por el Papa Francisco.
Dividida en cuatro capítulos, una introducción
y una conclusión, la Carta -explica el Papa-
se suma a las encíclicas del Papa Benedicto
XVI sobre la caridad y la esperanza y asume
el "valioso trabajo" realizado
por el Papa emérito, que ya había "prácticamente
completado" la encíclica sobre la fe.
A este "primera redacción" el Santo
Padre Francisco agrega ahora "algunas
aportaciones".
INTRODUCCIÓN
La introducción (núm. 1-7) de la LF
ilustra los motivos en que se basa el documento:
En primer lugar, recuperar
el carácter de
luz propio de la fe, capaz
de iluminar toda
la existencia del hombre,
de ayudarlo a distinguir
el bien del mal, sobre
todo en una época
como la moderna, en la
que el creer se opone
al buscar y la fe es vista
como una ilusión,
un salto al vacío que impide
la libertad
del hombre.
En segundo lugar, la LF -justo en el Año
de la Fe, 50 años después del Concilio Vaticano
II, un "Concilio sobre la Fe"- quiere
reavivar la percepción de la amplitud de
los horizontes que la fe abre para confesarla
en la unidad y la integridad. La fe, de hecho,
no es un presupuesto que hay que dar por
descontado, sino un don de Dios que debe
ser alimentado y fortalecido. "Quien
cree ve", escribe el Papa, porque la
luz de la fe viene de Dios y es capaz de
iluminar toda la existencia del hombre: procede
del pasado, de la memoria de la vida de Jesús,
pero también viene del futuro porque nos
abre vastos horizontes.
CAPÍTULO I
El primer capítulo (8-22): Hemos creído en el amor (1 Jn 4, 16). En
referencia a la figura bíblica de Abraham,
la fe en este capítulo se explica como "escucha"
de la Palabra de Dios, "llamada"
a salir del aislamiento de su propio yo ,
para abrirse a una nueva vida y "promesa"
del futuro, que hace posible la continuidad
de nuestro camino en el tiempo, uniéndose
así fuertemente a la esperanza. La fe también
se caracteriza por la "paternidad",
porque el Dios que nos llama no es un Dios
extraño, sino que es Dios Padre, la fuente
de bondad que es el origen de todo y sostiene
todo. En la historia de Israel, lo contrario
de la fe es la idolatría, que dispersa al
hombre en la multiplicidad de sus deseos
y lo "desintegra en los múltiples instantes
de su historia", negándole la espera
del tiempo de la promesa. Por el contrario,
la fe es confiarse al amor misericordioso
de Dios, que siempre acoge y perdona, que
endereza "lo torcido de nuestra historia",
es disponibilidad a dejarse transformar una
y otra vez por la llamada de Dios "es
un don gratuito de Dios que exige la humildad
y el valor de fiarse y confiarse, para poder
ver el camino luminoso del encuentro entre
Dios y los hombres, la historia de la salvación."
(n. 14) Y aquí está la "paradoja"
de la fe: el volverse constantemente al Señor
hace que el hombre sea estable, y lo aleja
de los ídolos.
La LF se detiene, después, en la figura de
Jesús, el mediador que nos abre a una verdad
más grande que nosotros, una manifestación
del amor de Dios que es el fundamento de
la fe "precisamente en la contemplación
de la muerte de Jesús la fe se refuerza",
porque Él revela su inquebrantable amor por
el hombre. También en cuanto resucitado Cristo
es "testigo fiable", "digno
de fe”, a través del cual Dios actúa realmente
en la historia y determina el destino final.
Pero hay "otro aspecto decisivo"
de la fe en Jesús: "La participación
en su modo de ver". La fe, en efecto,
no sólo mira a Jesús, sino que también ve
desde el punto de vista de Jesús, con sus
ojos.
Usando una analogía, el Papa explica que,
como en la vida diaria, confiamos en "la
gente que sabe las cosas mejor que nosotros"
-el arquitecto, el farmacéutico, el abogado-
también en la fe necesitamos a alguien que
sea fiable y experto en "las cosas de
Dios" y Jesús es "aquel que nos
explica a Dios." Por esta razón, creemos
a Jesús cuando aceptamos su Palabra, y creemos
en Jesús cuando lo acogemos en nuestras vidas
y nos confiamos a él. Su encarnación, de
hecho, hace que la fe no nos separe de la
realidad, sino que nos permite captar su
significado más profundo. Gracias a la fe,
el hombre se salva, porque se abre a un Amor
que lo precede y lo transforma desde su interior.
Y esta es la acción propia del Espíritu Santo:
"El cristiano puede tener los ojos de
Jesús, sus sentimientos, su condición filial,
porque se le hace partícipe de su Amor, que
es el Espíritu" (n. 21). Fuera de la
presencia del Espíritu, es imposible confesar
al Señor. Por lo tanto, "la existencia
creyente se convierte en existencia eclesial",
porque la fe se confiesa dentro del cuerpo
de la Iglesia, como "comunión real de
los creyentes." Los cristianos son "uno"
sin perder su individualidad y en el servicio
a los demás cada uno gana su propio ser.
Por eso, "la fe no es algo privado,
una concepción individualista, una opinión
subjetiva", sino que nace de la escucha
y está destinada a pronunciarse y a convertirse
en anuncio.
CAPÍTULO II
El segundo capítulo (23-36): Si no creéis, no comprenderéis (Is 07, 09).
El Papa demuestra la estrecha relación entre
fe y verdad, la verdad fiable de Dios, su
presencia fiel en la historia. "La fe,
sin verdad, no salva - escribe el Papa –
Se queda en una bella fábula, la proyección
de nuestros deseos de felicidad." Y
hoy, debido a la "crisis de verdad en
que nos encontramos", es más necesario
que nunca subrayar esta conexión, porque
la cultura contemporánea tiende a aceptar
solo la verdad tecnológica, lo que el hombre
puede construir y medir con la ciencia y
lo que es "verdad porque funciona",
o las verdades del individuo, válidas solo
para uno mismo y no al servicio del bien
común. Hoy se mira con recelo la "verdad
grande, la verdad que explica la vida personal
y social en su conjunto", porque se
la asocia erróneamente a las verdades exigidas
por los regímenes totalitarios del siglo
XX. Esto, sin embargo, implica el "gran
olvido en nuestro mundo contemporáneo",
que - en beneficio del relativismo y temiendo
el fanatismo - olvida la pregunta sobre la
verdad, sobre el origen de todo, la pregunta
sobre Dios. La LF subraya el vínculo entre
fe y amor, entendido no como "un sentimiento
que va y viene", sino como el gran amor
de Dios que nos transforma interiormente
y nos da nuevos ojos para ver la realidad.
Si, pues, la fe está ligada a la verdad y
al amor, entonces "amor y verdad no
se pueden separar", porque sólo el verdadero
amor resiste la prueba del tiempo y se convierte
en fuente de conocimiento. Y puesto que el
conocimiento de la fe nace del amor fiel
de Dios, "verdad y fidelidad van juntos".
La verdad que nos abre la fe es una verdad
centrada en el encuentro con el Cristo encarnado,
que, viniendo entre nosotros, nos ha tocado
y nos ha dado su gracia, transformando nuestros
corazones.
Aquí el Papa abre una amplia reflexión sobre
el "diálogo entre fe y razón",
sobre la verdad en el mundo de hoy, donde
a menudo viene reducida a la "autenticidad
subjetiva", porque la verdad común da
miedo, se identifica con la imposición intransigente
de los totalitarismo. En cambio, si la verdad
es la del amor de Dios, entonces no se impone
con la violencia, no aplasta al individuo.
Por esta razón, la fe no es intransigente,
el creyente no es arrogante. Por el contrario,
la verdad vuelve humildes y conduce a la
convivencia y el respeto del otro. De ello
se desprende que la fe lleva al diálogo en
todos los ámbitos: en el campo de la ciencia,
ya que despierta el sentido crítico y amplía
los horizontes de la razón, invitándonos
a mirar con asombro la Creación; en el encuentro
interreligioso, en el que el cristianismo
ofrece su contribución; en el diálogo con
los no creyentes que no dejan de buscar,
que "intentan vivir como si Dios existiese",
porque "Dios es luminoso, y se deja
encontrar por aquellos que lo buscan con
sincero corazón". "Quién se pone
en camino para practicar el bien -afirma
el Papa- se acerca a Dios".
Por último, la LF habla
de la teología y
afirma que es imposible
sin la fe, porque
Dios no es un mero "objeto",
sino
que es Sujeto que se hace
conocer. La teología
es participación del conocimiento
que Dios
tiene de sí mismo; se desprende
que debe
ponerse al servicio de
la fe de los cristianos
y que el Magisterio de
la Iglesia no es un
límite a la libertad teológica,
sino un elemento
constitutivo porque garantiza
el contacto
con la fuente original,
con la Palabra de
Cristo
CAPÍTULO III
El tercer capítulo (37-49): Transmito lo que he recibido (1 Co 15, 03).
Todo el capítulo se centra en la importancia
de la evangelización: quien se ha abierto
al amor de Dios, no puede retener este regalo
para sí mismo, escribe el Papa: La luz de
Jesús resplandece sobre el rostro de los
cristianos y así se difunde, se transmite
bajo la forma del contacto, como una llama
que se enciende de la otra, y pasa de generación
en generación, a través de la cadena ininterrumpida
de testigos de la fe. Esto comporta el vínculo
entre fe y memoria, porque el amor de Dios
mantiene unidos todos los tiempos y nos hace
contemporáneos a Jesús. Por otra parte, se
hace "imposible creer cada uno por su
cuenta", porque la fe no es "una
opción individual", sino que abre el
yo al "nosotros" y se da siempre
"dentro de la comunión de la Iglesia".
Por esta razón, "quien cree nunca está
solo": porque descubre que los espacios
de su "yo" se amplían y generan
nuevas relaciones que enriquecen la vida.
Hay, sin embargo, un "medio particular"
por el que la fe se puede transmitir: son
los Sacramentos, en los que se comunica "una
memoria encarnada." El Papa cita en
primer lugar el Bautismo – tanto de niños
como de adultos, en la forma del catecumenado
- que nos recuerda que la fe no es obra del
individuo aislado, un acto que se puede cumplir
solos, sino que debe ser recibida, en comunión
eclesial . "Nadie se bautiza a sí mismo",
dice la LF. Además, como el niño que tiene
que ser bautizado no puede profesar la fe
él solo, sino que debe ser apoyado por los
padres y por los padrinos, se sigue "la
importancia de la sinergia entre la Iglesia
y la familia en la transmisión de la fe."
En segundo lugar, la Encíclica
cita la Eucaristía,
"precioso alimento
para la fe",
"acto de memoria,
actualización del
misterio" y que "conduce
del mundo
visible al invisible,"
enseñándonos
a ver la profundidad de
lo real. El Papa
recuerda después la confesión
de la fe, el
Credo, en el que el creyente
no sólo confiesa
la fe, sino que se ve implicado
en la verdad
que confiesa; la oración,
el Padre Nuestro,
con el que el cristiano
comienza a ver con
los ojos de Cristo; el
Decálogo, entendido
no como "un conjunto
de preceptos negativos",
sino como "un conjunto
de indicaciones
concretas" para entrar
en diálogo con
Dios, "dejándose abrazar
por su misericordia",
"camino de la gratitud"
hacia la
plenitud de la comunión
con Dios .
Por último, el Papa subraya que la fe es
una porque uno es "el Dios conocido
y confesado", porque se dirige al único
Señor, que nos da la "unidad de visión"
y "es compartida por toda la Iglesia,
que forma un solo cuerpo y un solo Espíritu".
Dado, pues, que la fe es una sola, entonces
tiene que ser confesada en toda su pureza
e integridad, "la unidad de la fe es
la unidad de la Iglesia"; quitar algo
a la fe es quitar algo a la verdad de la
comunión. Además, ya que la unidad de la
fe es la de un organismo vivo, puede asimilar
en sí todo lo que encuentra, demostrando
ser universal, católica, capaz de iluminar
y llevar a su mejor expresión todo el cosmos
y toda la historia. Esta unidad está garantizada
por la sucesión apostólica.
CAPÍTULO IV
El capítulo cuarto (n. 50-60): Dios prepara una ciudad para ellos (Hb 11,
16) Este capítulo explica la relación entre
la fe y el bien común, lo que conduce a la
formación de un lugar donde el hombre puede
vivir junto con los demás. La fe, que nace
del amor de Dios, hace fuertes los lazos
entre los hombres y se pone al servicio concreto
de la justicia, el derecho y la paz. Es por
esto que no nos aleja del mundo y no es ajena
al compromiso concreto del hombre contemporáneo.
Por el contrario, sin el amor fiable de Dios,
la unidad entre todos los hombres estaría
basada únicamente en la utilidad, el interés
o el miedo. La fe, en cambio, capta el fundamento
último de las relaciones humanas, su destino
definitivo en Dios, y las pone al servicio
del bien común. La fe "es un bien para
todos, un bien común", no sirve únicamente
para construir el más allá, sino que ayuda
a edificar nuestras sociedades, para que
avancen hacia el futuro con esperanza.
La encíclica se centra, después, en los ámbitos
iluminados por la fe: en primer lugar, la
familia fundada en el matrimonio, entendido
como unión estable de un hombre y una mujer.
Nace del reconocimiento y de la aceptación
de la bondad de la diferenciación sexual
y, fundada sobre el amor en Cristo, promete
"un amor para siempre" y reconoce
el amor creador que lleva a generar hijos.
Después los jóvenes: aquí el Papa cita las
Jornadas Mundiales de la Juventud, en las
que los jóvenes muestran "la alegría
de la fe" y el compromiso de vivirla
de un modo firme y generoso. "Los jóvenes
aspiran a una vida grande -escribe el Papa-.
El encuentro con Cristo da una esperanza
sólida que no defrauda. La fe no es un refugio
para personas pusilánimes, sino que ensancha
la vida". Y en todas las relaciones
sociales: haciéndonos hijos de Dios, de hecho,
la fe da un nuevo significado a la fraternidad
universal entre los hombres, que no es mera
igualdad, sino la experiencia de la paternidad
de Dios, comprensión de la dignidad única
de la persona singular.
Otra área es la de la naturaleza: la fe nos
ayuda a respetarla, a "buscar modelos
de desarrollo que no se basen únicamente
en la utilidad y el provecho, sino que consideren
la creación como un don"; nos enseña
a encontrar las formas justas de gobierno,
en las que la autoridad viene de Dios y está
al servicio del bien común; nos ofrece la
posibilidad del perdón que lleva a superar
los conflictos. "Cuando la fe se apaga,
se corre el riesgo de que los fundamentos
de la vida se debiliten con ella", escribe
el Papa, y si hiciéramos desaparecer la fe
en Dios de nuestras ciudades, se debilitaría
la confianza entre nosotros y quedaríamos
unidos sólo por el miedo. Por esta razón
no debemos avergonzarnos de confesar públicamente
a Dios, porque la fe ilumina la vida social.
Otro ámbito iluminado por la fe es el del
sufrimiento y la muerte: el cristiano sabe
que el sufrimiento no puede ser eliminado,
pero que le puede dar sentido, puede convertirlo
en acto de amor, de entrega confiada en las
manos de Dios, que no nos abandona, y ser
así "etapa de crecimiento en la fe y
el amor". Al hombre que sufre, Dios
no le da un racionamiento que explique todo,
sino que le responde con una presencia que
acompaña, que abre un un resquicio de luz
en la oscuridad. En este sentido, la fe está
unida a la esperanza. Y aquí el Papa hace
un llamamiento: "No nos dejemos robar
la esperanza, no permitamos que la banalicen
con soluciones y propuestas inmediatas que
obstruyen el camino".
CONCLUSIÓN
Conclusión (N º 58-60): Bienaventurada la que ha creído (Lc 1, 45).
Al final de la Luz de la Fe, el Papa nos
invita a mirar a María, "icono perfecto"
de la fe, porque, como Madre de Jesús, ha
concebido "fe y alegría." A Ella
se alza la oración del Papa para que ayude
la fe del hombre, nos recuerde que aquellos
que creen nunca están solos, y que nos enseñe
a mirar con los ojos de Jesús.
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