COMUNIÓN Y CONTEMPLACIÓN EUCARÍSTICA
SON INSEPARABLES
"Si se concentra toda la relación con Jesús -Eucaristía sólo en el momento de la Santa Misa, se corre el riesgo de vaciar de su presencia el resto del tiempo y del espacio existenciales. Y, haciendo así, se percibe menos el sentido de la presencia constante de Jesús en medio de nosotros y con nosotros, una presencia concreta, cercana”. - Benedicto XVI
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sobre la Eucaristía
Ciudad del Vaticano, junio de 2012 (VIS).
n la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre
de Cristo, Benedicto XVI celebró a las 19,00 la Santa
Misa en la basílica de San Juan de Letrán,
la catedral de Roma, ciudad de la que el
Papa es obispo.
Posteriormente presidió la procesión eucarística
que, recorriendo la via Merulana terminó
en la basílica de Santa María Mayor. En el
transcurso de la Misa el Papa pronunció una
homilía centrada en el culto eucarístico
y su sacralidad, hablando en primer lugar
de la adoración del Santísimo Sacramento.
“Una interpretación unilateral del Concilio Vaticano II -dijo- ha penalizado esta dimensión, restringiendo
prácticamente la Eucaristía al momento de
la celebración. Efectivamente, ha sido muy
importante reconocer la centralidad de la
celebración, en la que el Señor convoca a
su pueblo, lo reúne alrededor de la doble
mesa de la Palabra y del Pan de vida, lo
nutre y lo une a Sí, en la oferta del Sacrificio.
Esta valoración de la asamblea litúrgica,
en la que el Señor
obra y realiza su misterio
de comunión, obviamente,
sigue siendo válida,
pero hay que volver
a situarla con un equilibrio
justo (...) Si se
concentra toda la relación
con Jesús -Eucaristía
sólo en el momento
de la Santa Misa,
se corre el riesgo de vaciar
de su presencia el
resto del tiempo y del
espacio existenciales.
Y, haciendo así, se
percibe menos el
sentido de la presencia
constante de Jesús
en medio de nosotros y
con nosotros, una
presencia concreta, cercana”.
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Milagros en la eucaristía |
“Es un error -subrayó el pontífice- contraponer la celebración
y la adoración, como si una y otra estuvieran
en competencia, cuando es precisamente, todo
lo contrario: el culto del Santísimo Sacramento
constituye el ‘ambiente’ espiritual en que
la comunidad puede celebrar, bien y en verdad,
la Eucaristía. Sólo si la acción litúrgica
está precedida, acompañada y seguida por
esta actitud interior de fe y de adoración,
expresará plenamente su significado y su
valor”.
El Papa recordó que en
el momento de la adoración,
estamos todos en el mismo
plano, “de rodillas
ante el Sacramento del
Amor” y que “el sacerdocio
común y el ministerial
se encuentran unidos
en el culto eucarístico”
“Estar todos en
silencio prolongado ante
el Señor presente
en su Sacramento - observó-
es una de las
experiencias más auténticas
de nuestro ser
Iglesia, que se acompaña
de forma complementaria
con la de celebrar la Eucaristía
(...) Comunión
y contemplación no se pueden
separar; están
unidas”. Y, si falta esa
segunda dimensión
“la misma comunión sacramental
puede convertirse,
para nosotros, en un gesto
superficial”.
Hablando del segundo punto, la sacralidad de la Eucaristía, Benedicto
XVI afirmó que este aspecto también había
adolecido en el pasado reciente de “un malentendido
sobre el mensaje auténtico de la Sagrada
Escritura. La novedad cristiana, en lo que
respecta al culto, ha sufrido, en los años
sesenta y setenta del siglo pasado, la influencia
de una mentalidad secularizada. Es verdad,
y es siempre válido, que el centro del culto
ya no está en los ritos y en los sacrificios
antiguos, sino en Cristo mismo, en su persona,
en su vida, en su misterio pascual. Y, sin
embargo, de esta novedad fundamental no hay
que deducir que lo sagrado ya no existe”.
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Documentos Eucarísticos para el nuevo milenio
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Cristo “no ha abolido lo
sagrado; lo ha llevado
a su cumplimiento, inaugurando
un nuevo culto
que es verdaderamente espiritual
pero, hasta
que estemos en camino en
el tiempo, se sirve
todavía de signos y de
ritos, que desaparecerán
sólo al final, en la Jerusalén
celeste, donde
ya no habrá ningún templo”.
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Además, “lo sagrado tiene una función educativa y su desaparición empobrece, inevitablemente,
la cultura, en particular, la formación de
las nuevas generaciones. (...)Dios, nuestro
Padre (...) envió a su Hijo al mundo, no
para abolir lo sagrado, sino para darle cumplimiento.
En el culmen de esta misión, en la Última
Cena, Jesús instituyó el Sacramento de su
Cuerpo y de su Sangre, el Memorial de su
Sacrificio pascual. Haciendo así, se puso
en lugar de los sacrificios antiguos; pero
lo hizo dentro de un rito -que mandó perpetuar
a los apóstoles- como signo supremo de lo
verdaderamente sagrado: Él mismo. Con esta
fe (...) celebramos hoy y cada día el Misterio
eucarístico y lo adoramos como centro de
nuestra vida y corazón del mundo”.
* Lea la encíclica completa publicada por la Santa Sede.
** Encíclica Dios es amor: la primera encíclica de Benedicto XVI
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