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Por José Luis Martín Descalzo, presbítero
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Un
Más escritos de Martín Descalzo:
Te invitamos a leer también:
UENTA ANTHONY DE MELLO una fábula que me gustaría comentar a mis
lectores. Dice así:
«Durante años fui un neurótico. Era
un ser oprimido y egoísta.
Y todo el mundo
insistía en decirme que
cambiara. Y no dejaban
de recordarme lo neurótico
que era. Y yo
me ofendía, aunque estaba
de acuerdo con
ellos, y deseaba cambiar,
pero no me convencía
la necesidad de hacerlo
por mucho que lo
intentara.
Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba de recordarme lo neurótico
que yo estaba. Y también
insistía en la necesidad
de que yo cambiara. Y también
con él estaba
de acuerdo, aunque tampoco
podía ofenderme
con él. De manera que me
sentía impotente
y como atrapado.
Pero un día mi amigo me dijo: "No
cambies. Sigue siendo tal
y como eres. En
realidad, no importa que
cambies o dejes
de cambiar. Yo te quiero
tal como eres y
no puedo dejar de quererte."
Aquellas palabras sonaron en mis oídos como una música: "No
cambies, no cambies, te
quiero." Entonces
me tranquilicé. Y me sentí
vivo. Y, ¡oh maravilla!,
cambié.».
Supongo que habrá algunos lectores
que no estén del
todo de acuerdo con
esta fábula y que
hubieran preferido
que el consejo de
mi amigo fuera un poco
diferente: «Harías
bien en tratar
de cambiar por tu
propio bien, pero lo importante
es que sepas que
yo te quiero como eres o
como puedes llegar
a ser.» Pero lo
que me parece claro
es que, en todo caso,
lo sustancial de
la fábula pie: nadie
es capaz de cambiar
si no se siente querido,
si no experimenta
una razón «positiva»
para cambiar, si
no tiene a interior suficiente
para subirse por
encima de sus fallos. |
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Sor Faustina
Vida, visiones
-DVD- |
Temo que esta elemental norma pedagógica y humana sea desconocida por muchísimas
personas. Tal vez por eso
el primer consejo
yo doy siempre a los padres
que me cuentan
problemas de sus hijos
sea éste: De momento,
quiérele, quiérele ahora
más que nunca. No
le eches en cara sus defectos,
que él ya
conoce. Quiérele. Confía
en él. Hazle comprender
que le quieres y le querrás
siempre, con
defectos o sin ellos. El
debe estar seguro
que, haga lo que haga,
no perderá tu amor.
Eso, lejos de empujarle
al mal, le dará fuerza
para sentirse hombre. Con
reproches lo más
probable es que multipliques
su amargura
y le hagas encastillarse
en sus defectos,
aunque sólo sea propio.
El debe conocer que
esos fallos suyos te hacen
sufrir. Pero debe
saber también que tú le
amas lo suficiente
como para sufrir por él
todo lo que sea necesario.
Y nunca le pases factura por ese amor. Tú
lo haces porque es tu deber, porque eres
padre o madre, no como un gesto de magnanimidad.
Y cuando te canses -porque también te cansarás de perdonar
por mucho que le
quieras-, acuérdate alguna
vez de que también
Dios nos quiere como somos
y tiene con nosotros
mucha más paciencia
que nosotros con
los nuestros.
Pero, ¿y si la técnica del amor
termina fallando
porque también la
ingratitud es parte
de la condición
humana? Al menos
habremos cumplido con nuestro
deber y habremos
aportado lo mejor de nosotros.
En todo caso, es
seguro que un poco de amor
vale mucho más que
mil reproches.
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Why Forgive
¿Por qué perdonar?
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